Luisa
Piccarreta
Preparación
Antes de la Meditación
Oh
Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo
corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las veinticuatro
horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en tu cuerpo adorable
como en tu alma santísima, hasta la muerte de cruz. Ah, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda
compasión y entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora la hora…
Y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas,
y quiero en mi intención meditarlas durante todas las horas en que estoy
obligada a dedicarme a mis deberes, o a dormir.
Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de
provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo
que deseo practicar.
Ofrecimiento
Después de Cada meditación
Amable
Jesús mío, Tú me has llamado en esta hora de tu Pasión para hacerte compañía, y
yo he venido. Me parecía oírte
angustiado y doliente que oras, reparas y sufres, y con las palabras más
conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación de las almas. He tratado de seguirte en todo; ahora,
debiéndote dejar por mis acostumbradas ocupaciones, siento el deber de decirte
“gracias” y un “te bendigo”. Sí, oh
Jesús, gracias te repito mil y mil veces y te bendigo por todo lo que has hecho
y padecido por mí y por todos; gracias y te bendigo por cada gota de sangre que
has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra,
mirada, amargura, ofensa que has soportado.
En todo, oh mi Jesús, quiero ponerte un “gracias” y un “te
bendigo.” Ah mi Jesús, haz que todo mi ser
te envíe un flujo continuo de agradecimientos y bendiciones, de manera que
atraiga sobre mí y sobre todos el flujo de tus gracias y bendiciones. Ah Jesús, estréchame a tu corazón y con tus
santísimas manos márcame todas las partículas de mi ser con tu “te bendigo”,
para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un himno continuo de
agradecimiento hacia Ti. Nuestros
latidos se tocarán continuamente, de manera que me darás vida, amor, y una
estrecha e inseparable unión contigo.
Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves que alguna vez estoy por
dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío, tus manos me estrechen más
fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, a fin de
que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a la unión contigo.
Ah mi
Jesús, manténte en guardia para que no me aleje de Ti, y te suplico que estés
siempre junto a mí y que me des tus santísimas manos para hacer junto conmigo
lo que me conviene hacer. Mi Jesús, ah,
dame el beso del Divino Amor, abrázame y bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo
corazón y me quedo en Ti.
PRIMERA HORA DE MEDITACIÓN.
De las 5 a las 6 de la tarde
Jesús se despide de su Madre Santísima
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la
unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua,
tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos
para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Oh
Celestial Mamá, la hora de la separación se acerca y yo vengo a Ti. ¡Oh Madre, dame tu amor y tus reparaciones,
dame tu dolor, porque junto contigo quiero seguir paso a paso al adorado Jesús!
Y he aquí
que Jesús viene y Tú con el alma rebosante de amor corres a su encuentro, pero
al verlo tan pálido y triste el corazón se te oprime por el dolor, las fuerzas
te abandonan y estás a punto de desfallecer a sus pies. Oh dulce Mamá mía, ¿sabes por qué ha venido a
Ti el adorable Jesús? ¡Ah! Él ha venido para darte el último adiós, para
decirte la última palabra, para recibir el último abrazo.
Oh Mamá, a
Ti me estrecho con toda la ternura de la cual es capaz este mi pobre corazón, a
fin de que estrechado y unido a Ti, también yo pueda recibir los abrazos del
adorado Jesús. ¿Me desdeñarás acaso
Tú? ¿No es más bien un consuelo para tu
corazón tener un alma a tu lado y que comparta contigo las penas, los afectos,
las reparaciones?
Oh Jesús,
en esta hora tan desgarradora para tu ternísimo corazón, qué lección nos das de
filial y amorosa obediencia hacia tu Mamá.
¡Qué dulce armonía hay entre Tú y María, qué suave encanto de amor que
sube hasta el trono del Eterno y se extiende para salvación de todas las
criaturas de la tierra!
Oh
Celestial Mamá mía, ¿sabes qué quiere de Ti el adorado Jesús? No quiere otra cosa que tu última
bendición. Es verdad que de todas las
partes de tu ser no salen sino bendiciones y alabanzas a tu Creador, pero Jesús
al despedirse de Ti quiere oír las dulces palabras: “Te bendigo oh Hijo.” Y este te bendigo aleja todas las blasfemias
de sus oídos, y dulce y suave desciende a su corazón; y casi como para poner
una defensa a todas las ofensas de las criaturas, Jesús quiere tu “te bendigo.”
Yo me uno a
Ti, oh dulce Mamá, sobre las alas del viento quiero girar por el Cielo para
pedir al Padre, al Espíritu Santo, a todos los ángeles, un “te bendigo” para
Jesús, a fin de que yendo a Él le pueda llevar sus bendiciones. Y aquí en la tierra quiero ir a todas las
criaturas y pedir de cada labio, de cada latido, de cada paso, de cada respiro,
de cada mirada, de cada pensamiento, bendiciones y alabanzas a Jesús, y si
ninguno me las quiere dar, yo quiero darlas por ellos.
Oh dulce
Mamá, después de haber girado y vuelto a girar para pedir a la Trinidad Sacrosanta,
a los ángeles, a todas las criaturas, a la luz del sol, al perfume de las
flores, a las olas del mar, a cada soplo de viento, a cada llama de fuego, a
cada hoja que se mueve, al centellear de las estrellas, a cada movimiento de la
naturaleza un “te bendigo”, vengo a Ti y uno mis bendiciones a las tuyas.
Dulce Mamá
mía, veo que recibes consuelo y alivio por esto, y ofreces a Jesús todas mis
bendiciones en reparación de las blasfemias y maldiciones que Él recibe de las
criaturas. Pero mientras te ofrezco
todo, oigo tu voz temblorosa que dice: “Hijo, bendíceme también a Mí.”
Oh dulce
amor mío, Jesús, bendíceme también a mí junto con tu Mamá, bendice mis pensamientos,
mi corazón, mis manos, mis obras, mis pasos, y junto con tu Mamá bendice a
todas las criaturas.
Oh Madre
mía, al mirar el rostro del adolorido Jesús, pálido, triste, desgarrador, se
despierta en Ti el recuerdo de los dolores que dentro de poco Él deberá
sufrir. Adivinas su rostro cubierto de
salivazos y lo bendices, la cabeza traspasada por las espinas, los ojos
vendados, el cuerpo desgarrado por los azotes, las manos y los pies traspasados
por los clavos, y adonde quiera que Él está a punto de ir, Tú lo sigues con tus
bendiciones, y junto contigo lo sigo también yo. Cuando Jesús sea golpeado por los azotes,
coronado de espinas, abofeteado, traspasado por los clavos, dondequiera
encontrará junto a tu “te bendigo”, el mío.
Oh, Jesús,
oh Madre, os compadezco; inmenso es vuestro dolor en estos últimos momentos, el
corazón de uno parece que arranque el corazón del otro. Oh Madre arranca mi corazón de la tierra y
átalo fuerte a Jesús, a fin de que estrechado a Él pueda tomar parte de tus
dolores, y mientras os estrecháis, os abrazáis, os dirigís las últimas miradas,
los últimos besos, estando yo en medio de vuestros dos corazones pueda recibir
vuestros últimos besos, vuestros últimos abrazos. ¿No veis que yo no puedo estar sin Vosotros,
no obstante mi miseria y mi frialdad?
Jesús,
Mamá, tenedme estrechada a Vosotros, denme vuestro amor, vuestro Querer,
saetead mi pobre corazón, estrechadme entre vuestros brazos, y junto contigo,
oh dulce Madre, quiero seguir paso a paso al adorado Jesús con la intención de
darle consuelo, alivio, amor y reparación por todos.
Oh Jesús,
junto a tu Mamá te beso el pie izquierdo suplicándote que quieras perdonarme a
mí y a todas las criaturas por cuantas veces no hemos caminado hacia Dios.
Beso tu pie
derecho, perdóname a mí y a todos por cuantas veces no hemos seguido la
perfección que Tú querías de nosotros.
Te beso la
mano izquierda pidiéndote nos comuniques tu pureza.
Beso tu
mano derecha, bendíceme todos mis latidos, pensamientos, afectos, a fin de que
validados por tu bendición todos se santifiquen, y junto conmigo bendice
también a todas las criaturas, y sella la salvación de sus almas con tu
bendición.
Oh Jesús,
junto a tu Mamá te abrazo, y besándote el corazón te ruego que pongas en medio
de vuestros dos corazones el mío, a fin de que se alimente continuamente de
vuestros amores, de vuestros dolores, de vuestros mismos afectos, deseos y de
vuestra misma Vida.
Así sea.
***
SEGUNDA HORA DE MEDITACIÓN:
De las 6 a las 7 de la tarde
Jesús
se separa de su Madre Santísima y se encamina al Cenáculo
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus
pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón
empiezo:
Mi adorable
Jesús, mientras junto contigo he tomado parte en tus dolores y en los de la
afligida Mamá, veo que te decides a partir para ir a donde el Querer del Padre
te llama. Es tanto el amor entre Hijo y
Madre que os vuelve inseparables, por lo que Tú te quedas en el corazón de la Mamá, y la Reina y dulce Mamá se deja
en el tuyo, de otra manera os habría sido imposible el separaros. Pero después, bendiciéndoos mutuamente, Tú le
das el último beso para darle fuerzas en los acerbos dolores que está por
sufrir, le das el último adiós y partes.
Pero la
palidez de tu rostro, tus labios temblorosos, tu voz sofocada como si quisiera
romper en llanto al decirle adiós, ¡ah! todo me dice cuánto la amas y cuánto
sufres al dejarla, pero para cumplir la Voluntad del Padre, con vuestros corazones
fundidos el uno en el otro, a todo os sometéis, queriendo reparar por aquellos
que, por no vencer las ternuras de los parientes y amigos, los vínculos y los
apegos, no se preocupan por cumplir el Querer Santo de Dios y corresponder al
estado de santidad al que Dios los llama.
¡Qué dolor no te dan estas almas al rechazar de sus corazones el amor
que quieres darles, para contentarse con el amor de las criaturas!
Amable amor
mío, mientras contigo reparo, permíteme que permanezca con tu Mamá para
consolarla y sostenerla mientras Tú te alejas, después apresuraré mis pasos
para alcanzarte. Pero con sumo dolor veo
que mi angustiada Mamá tiembla, y es tanto el dolor, que mientras trata de
decir adiós al Hijo, la voz se le apaga en los labios y no puede articular
palabra, casi desfallece y en su desfallecimiento de amor dice: “¡Hijo mío, Hijo mío, te bendigo! ¡Qué amarga separación, más cruel que
cualquier muerte!” Pero el dolor le
impide aún el hablar y la deja muda.
Desconsolada
Reina, déjame que te sostenga, te enjugue las lágrimas y te compadezca en tu
amargo dolor. Mamá mía, yo no te dejaré
sola, y Tú tenme contigo, enséñame en este momento tan doloroso para Ti y para
Jesús lo que debo hacer, cómo debo defenderlo, cómo debo repararlo y
consolarlo, y si debo dar mi vida para defender la suya.
No, no me
separaré de debajo de tu manto, a una señal tuya volaré a Jesús y le llevaré tu
amor, tus afectos, tus besos junto a los míos y los pondré en cada llaga, en
cada gota de su sangre, en cada pena e insulto, a fin de que sintiendo Él en
cada pena los besos y el amor de la
Mamá, sus penas queden endulzadas. Después regresaré bajo tu manto trayéndote
sus besos para endulzar tu corazón traspasado.
Mamá mía, el corazón me late fuertemente, quiero ir a Jesús, y mientras
beso tus manos maternas bendíceme como has bendecido a Jesús y permíteme que
vaya a Él.
Mi dulce
Jesús, el amor me descubre tus pasos y te alcanzo mientras recorres las calles
de Jerusalén junto con tus amados discípulos; te miro y te veo aún pálido, oigo
tu voz, dulce, sí, pero triste, tanto que rompe el corazón de tus discípulos,
que por oírte así están turbados.
“Es la
última vez”, dices, “que recorro estas calles por Mí mismo, mañana las recorreré
atado, arrastrado entre mil insultos.”
Y señalando
los lugares donde serás más deshonrado y maltratado, sigues diciendo:
“Mi vida
está por llegar a su ocaso acá abajo, como está por llegar a su ocaso el sol, y
mañana a esta hora no estaré más, pero como sol resurgiré al tercer día.”
Por tus
palabras, los apóstoles quedan tristes y taciturnos y no saben qué
responder. Pero Tú agregas:
“Ánimo, no
os abatáis, Yo no os dejo, siempre estaré con vosotros, pero es necesario que
Yo muera por el bien de todos ustedes.”
Al decir
esto estás conmovido, pero con voz trémula continúas instruyéndolos. Antes de que entres en el cenáculo miras el
sol que ya se pone, así como está por llegar al ocaso tu Vida; ofreces tus
pasos por aquellos que se encuentran en el ocaso de la vida y les das la gracia
de que la hagan terminar en Ti, reparando por aquellos que no obstante los
sinsabores y los desengaños de la vida se obstinan en no rendirse a Ti. Después miras de nuevo a Jerusalén, el centro
de tus prodigios y de las predilecciones de tu corazón, y que en pago te está
preparando la cruz y afilando los clavos para cometer el deicidio, y Tú te
estremeces, se te rompe el corazón y lloras por su destrucción.
Con esto
reparas por tantas almas consagradas a Ti, que con tanto cuidado tratabas de
formar como portentos de tu amor, y ellas, ingratas, sin corresponderte, te
hacen sufrir más amarguras. Quiero
reparar junto contigo para endulzar el dolor de tu corazón.
Pero veo
que quedas horrorizado ante la vista de Jerusalén, y retirando de ella tu
mirada, entras en el cenáculo. Amor mío,
estréchame a tu corazón, a fin de que haga mías tus amarguras para ofrecerlas
junto contigo, y Tú, mira piadoso mi alma, y derramando en ella tu amor, bendíceme.
***
TERCERA HORA DE MEDITACIÓN:
De las 7 a las 8 de la noche
La Cena Legal
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus
pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón
empiezo:
Oh Jesús,
ya llegas al cenáculo junto con tus amados discípulos y te pones a cenar con
ellos. Qué dulzura, qué afabilidad no
muestras en toda tu persona al abajarte a tomar por última vez el alimento material. Allí todo es amor en Ti, también en esto no
sólo reparas por los pecados de gula, sino que impetras también la santificación
del alimento, y así como éste se convierte en fuerza, así nos obtienes la
santidad hasta en las cosas más bajas y más comunes.
Jesús, vida
mía, tu mirada dulce y penetrante parece escrutar a todos los apóstoles, y aun
en el acto de tomar el alimento tu corazón queda traspasado al ver a tus amados
apóstoles débiles y vacilantes aún, especialmente el pérfido Judas que ya ha puesto
un pie en el infierno. Y Tú desde el
fondo de tu corazón amargamente dices:
“¿Cuál es la utilidad de mi sangre?
¡He aquí un alma, tan beneficiada por Mí, y está perdida!” Y con tus ojos resplandecientes de luz lo
miras, como queriendo hacerle comprender el gran mal cometido. Pero tu suprema caridad te hace soportar este
dolor y no lo manifiestas ni siquiera a tus amados discípulos; y mientras te
dueles por Judas, tu corazón quisiera llenarse de júbilo al ver a tu izquierda
a tu amado discípulo Juan, tanto, que no pudiendo contener más el amor,
atrayéndolo dulcemente a Ti le haces apoyar su cabeza sobre tu corazón,
haciéndole sentir el paraíso por adelantado.
Es en esta
hora solemne que en los dos discípulos vienen representados los dos
pueblos: el réprobo y el elegido. El réprobo en Judas, que siente ya el
infierno en el corazón; y el elegido en Juan, que en Ti reposa y goza.
Oh dulce
bien mío, también yo me pongo cerca de Ti, y junto a tu amado discípulo quiero
apoyar mi cabeza cansada sobre tu corazón adorable y rogarte que me hagas
sentir, aun sobre esta tierra, las delicias del Cielo, y así, raptada por las
dulces armonías de tu corazón, la tierra no sea para mí más tierra, sino Cielo.
Pero en
esas armonías dulcísimas y divinas, siento que se te escapan dolorosos latidos,
son por las almas perdidas. ¡Oh Jesús,
no permitas que nuevas almas se pierdan, haz que tu latido corriendo en el suyo
les haga sentir los latidos de la vida del Cielo, como los siente tu amado
discípulo Juan, y atraídas por la suavidad y dulzura de tu amor, todas puedan
rendirse a Ti!
Oh Jesús,
mientras permanezco en tu corazón, dame también a mí el alimento como se lo
diste a los apóstoles, el alimento de tu Divina Voluntad, el alimento del amor,
el alimento de la palabra divina. Jamás
me niegues, oh mi Jesús, este alimento que Tú tanto deseas darme, de modo de
formar en mí tu misma Vida.
Dulce bien
mío, mientras me estoy a tu lado, veo que el alimento que tomas junto con tus
amados discípulos no es otro que un cordero.
Es el cordero que te representa, y así como en este cordero, por la
fuerza del fuego, no queda ningún humor vital, así Tú, cordero místico, que por
las criaturas debes consumirte todo por fuerza de amor, ni siquiera una gota de
tu sangre conservarás para Ti, derramándola toda por amor nuestro.
Así que, oh
Jesús, nada haces que no represente a lo vivo tu dolorosísima Pasión, que
tienes siempre presente en la mente, en el corazón, en todo, y esto me enseña
que si también yo tuviera siempre delante a mi mente y en el corazón el
pensamiento de tu Pasión, jamás me negarías el alimento de tu amor. ¡Cuánto te agradezco por esto!
Oh mi
Jesús, ningún acto se te escapa en que no me tengas presente y con el que no
intentes hacerme un bien especial, por eso te ruego que tu Pasión esté siempre
en mi mente, en mi corazón, en mis miradas, en mis obras, en mis pasos, a fin
de que a donde quiera que me dirija, dentro y fuera de mí, te encuentre siempre
presente a mí, y dame la gracia de que jamás olvide lo que has sufrido y padecido
por mí. Esta sea para mí un imán, que
atrayendo todo mi ser en Ti, no me deje alejarme de Ti.
***
CUARTA HORA DE MEDITACIÓN:
De las 8 a las 9 de la noche
La Cena Eucarística
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus
pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón
empiezo:
Dulce amor
mío, incontentable siempre en tu amor, veo que al terminar la cena legal te
levantas de la mesa y junto con tus amados discípulos elevas el himno de
agradecimiento al Padre por haberos dado el alimento, queriendo reparar con
esto todas las faltas de agradecimiento de las criaturas por los tantos medios
como nos das para la conservación de la vida corporal. Por eso Tú, oh Jesús, en lo que haces, tocas
o ves, tienes siempre en tus labios las palabras: “¡Gracias te sean dadas, oh Padre!” También yo, oh Jesús, unida contigo tomo las
palabras de tus labios y diré siempre y en todo: “Gracias por mí y por todos”, para continuar
la reparación por las faltas de agradecimiento.
Pero, oh mi
Jesús, parece que tu amor no tiene reposo, veo que de nuevo haces sentarse a
tus amados discípulos, tomas una palangana con agua, te ciñes una blanca toalla
y te postras a los pies de los apóstoles, en un acto tan humilde que te atrae
la mirada de todo el Cielo y lo hace permanecer estático, los mismo apóstoles
se quedan casi sin movimiento al verte postrado a sus pies. Pero dime amor mío, ¿qué quieres, qué
pretendes con este acto tan humilde, humildad jamás vista y que jamás se verá?
“¡Ah hija
mía, quiero todas las almas, y postrado ante ellas como un pobre mendigo, las
pido, las urjo, y llorando tramo mis insidias de amor para tenerlas! Quiero, postrado a sus pies, con esta agua
mezclada con mis lágrimas lavarlas de cualquier imperfección y prepararlas a
recibirme en el sacramento. Me importa
tanto este acto de recibirme en la Eucaristía, que no quiero confiar este oficio ni
a los ángeles, ni siquiera a mi amada Mamá, sino que Yo mismo quiero
purificarlas, aún las fibras más íntimas, para disponerlas a recibir el fruto
del sacramento, y en los apóstoles era mi intención preparar a todas las almas.
Intento
reparar todas las obras santas y la administración de los sacramentos, sobre
todo hechas por sacerdotes con espíritu de soberbia, vacías de espíritu divino
y de desinterés. ¡Ah, cuántas obras
buenas me llegan más para deshonrarme que para darme honor! ¡Más para amargarme que para complacerme! ¡Más para darme muerte que para darme
vida! Estas son las ofensas que más me
afligen. Ah, sí hija mía, numera todas
las ofensas más íntimas que se me hacen y repárame con mis mismas reparaciones,
consuela mi corazón amargado”.
¡Oh mi afligido
bien, hago mía tu Vida y junto contigo intento reparar todas estas
ofensas! Quiero entrar en los más
íntimos escondites de tu corazón divino y reparar con tu mismo corazón las
ofensas más íntimas y secretas que recibes de tus más amados, y junto contigo
quiero girar en todas las almas que te deben recibir en la Eucaristía, y entrar en
sus corazones, y junto a tus manos pongo las mías para purificarlas.
Ah, Jesús,
con estas tus lágrimas y esta agua con las cuales lavaste los pies de los
apóstoles, lavemos a las almas que te deben recibir, purifiquemos sus
corazones, incendiémoslos, sacudamos de ellos el polvo con el cual están
manchados, a fin de que recibiéndote, Tú puedas encontrar en ellas tus complacencias
en vez de tus amarguras.
Pero,
afectuoso bien mío, mientras estás atento a lavar los pies de los apóstoles, te
miro y veo que otro dolor traspasa tu corazón santísimo. Estos apóstoles representan a todos los
futuros hijos de la Iglesia,
y cada uno de ellos, representa la serie de cada uno de tus dolores. En uno las debilidades; en otro los engaños;
en otro las hipocresías; en otro el amor desmedido a los intereses; en San
Pedro, la falla a los buenos propósitos y todas las ofensas de los jefes de la Iglesia; en San Juan, las
ofensas de tus más fieles; en Judas todos los apostatas, con toda la serie de
los graves males causados por ellos.
¡Ah! tu
corazón está sofocado por el dolor y por el amor, tanto, que no pudiendo
resistir te detienes a los pies de cada apóstol y rompes en llanto, y ruegas y reparas
por cada una de estas ofensas, e imploras y consigues para todos el remedio
oportuno.
Jesús mío,
también yo me uno a Ti, hago mías tus plegarias, tus reparaciones, tus
oportunos remedios para cada alma.
Quiero mezclar mis lágrimas a las tuyas, a fin de que jamás estés solo,
sino que siempre me tengas contigo para dividir tus penas.
Veo, dulce
amor mío, que ya estás a los pies de Judas, oigo tu respiro afanoso, veo que no
sólo lloras, sino que sollozas, y mientras lavas aquellos pies, los besas, te los
estrechas al corazón, y no pudiendo hablar porque tu voz está ahogada por el
llanto, lo miras con tus ojos hinchados por el llanto y le dices con el
corazón:
“Hijo mío,
ah, te ruego con la voz de mis lágrimas:
¡No te vayas al infierno, dame tu alma que postrado a tus pies te
pido! Di, ¿qué quieres? ¿Qué pretendes? Todo te daré con tal de que no te pierdas. ¡Ah, evítame este dolor, a Mí, tu Dios!”
Y te
estrechas de nuevo esos pies a tu corazón, pero viendo la dureza de
Judas, tu corazón se ve en apuros, el amor te sofoca y estás a punto de
desfallecer. Corazón mío y vida mía,
permíteme que te sostenga entre mis brazos.
Comprendo que estas son las estratagemas amorosas que usas con cada pecador
obstinado, y yo te ruego, oh Jesús, mientras te compadezco y te doy reparación
por las ofensas que recibes de las almas que se obstinan en no quererse convertir,
que me permitas recorrer junto contigo la tierra, y donde estén los pecadores
obstinados démosles tus lágrimas para ablandarlos, tus besos y tus abrazos de
amor para encadenarlos a Ti, de manera que no te puedan huir, y así consolarte
por el dolor de la pérdida de Judas.
Jesús mío,
gozo y delicia mía, veo que tu amor corre, y rápidamente corre, te levantas,
doliente como estás, y casi corres a la mesa donde está ya preparado el pan y
el vino para la consagración. Te veo,
corazón mío, que tomas un aspecto todo nuevo y nunca antes visto, tu Divina
Persona toma un aspecto tierno, amoroso, afectuoso, tus ojos resplandecen de
luz, más que si fueran soles; tu rostro encendido resplandece; tus labios
sonrientes, abrasados de amor; y tus manos creadoras se ponen en actitud de
crear. Te veo, amor mío, todo
transformado, parece como si tu Divinidad se desbordara fuera de tu Humanidad.
Corazón mío
y Vida mía, Jesús, este aspecto tuyo jamás visto llama la atención de todos los
apóstoles, ellos son presa de un dulce encanto y no se atreven ni siquiera
respirar. La dulce Mamá corre en
espíritu a los pies del altar, para contemplar los portentos de tu amor; los
ángeles descienden del Cielo y se preguntan entre ellos: “¿qué sucede? ¿Qué pasa?”
¡Son verdaderas locuras, verdaderos excesos! ¡Un Dios que crea, no el cielo o la tierra,
sino a Sí mismo. ¿Y donde? ¡Dentro de la materia vilísima de un poco de
pan y un poco de vino!
Pero
mientras están todos en torno a Ti, oh amor insaciable, veo que tomas el pan
entre las manos, lo ofreces al Padre y oigo tu voz dulcísima que
dice: “Padre Santo, gracias te sean
dadas, pues siempre escuchas a tu Hijo.
Padre Santo, concurre conmigo, Tú un día me enviaste del Cielo a la
tierra a encarnarme en el seno de mi Mamá para venir a salvar a nuestros hijos,
ahora permíteme que me encarne en cada una de las hostias para continuar su
salvación y ser vida de cada uno de mis hijos.
Mira, oh Padre, pocas horas me quedan de vida, ¿cómo tendré corazón para
dejar solos y huérfanos a mis hijos? Son
muchos sus enemigos, las tinieblas, las pasiones, las debilidades a que están
sujetos, ¿quién los ayudará? ¡Ah, te
suplico que Yo permanezca en cada hostia para ser vida de cada uno y poner en
fuga a sus enemigos, y ser su luz, fuerza y ayuda, de otra manera, ¿a dónde
irán? ¿Quién los ayudará? Nuestras obras son eternas, mi amor es
irresistible, no puedo ni quiero dejar a mis hijos.”
El Padre se
enternece ante la voz tierna y afectuosa del Hijo, y desciende del Cielo. Está ya sobre el altar y unido con el
Espíritu Santo para concurrir con el Hijo.
Y Jesús con voz sonora y conmovedora pronuncia las palabras de la Consagración, y sin
dejarse a Si mismo, crea a Si mismo en aquel pan y en aquel vino. Después te das en comunión a tus apóstoles, y
creo que nuestra Celestial Mamá no quedó privada de recibirte. ¡Ah Jesús, los Cielos se postran, y todos te
mandan un acto de adoración en tu nuevo estado de tan profundo aniquilamiento!
Pero, oh
dulce Jesús, mientras tu amor queda contentado y satisfecho no teniendo otra
cosa qué hacer, veo, oh mi bien, sobre este altar, en tus manos, todas las
hostias consagradas que se perpetuarán hasta el fin de los siglos, y en cada
una de las hostias desplegada toda tu dolorosa Pasión, porque las criaturas, a
los excesos de tu amor, corresponderán con excesos de ingratitud y de enormes
delitos, y yo, corazón de mi corazón, quiero encontrarme siempre contigo en
cada uno de los tabernáculos, en todos los copones y en cada una de las hostias
consagradas que habrá hasta el fin del mundo, para ofrecerte mis actos de
reparación a medida que recibes las ofensas.
Por eso corazón mío, me pongo cerca de Ti y te beso la frente majestuosa,
pero mientras te beso siento en mis labios los pinchazos de las espinas que
circundan tu cabeza. Oh mi Jesús, en
esta hostia santa no te limitan las espinas como en la Pasión, veo que las
criatura vienen a tu presencia y en vez de darte el homenaje de sus
pensamientos, te mandan sus pensamientos malos, y Tú de nuevo bajas la cabeza
como en la Pasión
para recibir las espinas de los malos pensamientos que se hacen en tu
presencia. Oh mi amor, junto contigo la
abajo también yo para dividir contigo tus penas, y pongo todos mis pensamientos
en tu mente para quitar estas espinas que tanto te hacen sufrir, y cada
pensamiento mío corra en cada pensamiento tuyo para hacerte el acto de
reparación por cada pensamiento malo y así endulzar tus afligidos pensamientos.
Jesús mío,
bien mío, beso tus bellos ojos, te veo en esta hostia santa, con estos ojos
amorosos, en acto de esperar a todos aquellos que vienen a tu presencia para
mirarlos con tus miradas de amor, para tener la correspondencia de sus miradas
amorosas, pero cuántos vienen a tu presencia y en vez de mirarte a Ti y
buscarte a Ti, miran cosas que los distraen de Ti, y te privan del gusto del
intercambio de las miradas entre Tú y ellos, y Tú lloras, y por eso, besándote,
siento mis labios bañados por tus lágrimas.
Ah, mi Jesús, no llores, quiero poner mis ojos en los tuyos para
compartir estas tus penas y llorar contigo, y repararte por todas las miradas
distraídas de las criaturas con ofrecerte mis miradas y tenerlas siempre fijas
en Ti.
Jesús mío,
amor mío, beso tus santísimos oídos, ah, te veo atento para escuchar lo que las
criaturas quieren de Ti, para consolarlas, pero ellas, en cambio, te hacen
llegar a los oídos oraciones mal hechas, llenas de desconfianza, oraciones
hechas más por costumbre y sin vida, y tus oídos en esta hostia santa son
molestados más que en la misma Pasión.
Oh mi Jesús, quiero tomar todas las armonías del Cielo y ponerlas en tus
oídos para repararte estas penas, y quiero poner mis oídos en los tuyos, no
sólo para compartir contigo esta pena, sino para estar siempre atenta a lo que
quieres, a lo que sufres, para poner pronto mi acto de reparación y consolarte.
Jesús, vida
mía, beso tu santísimo rostro, lo veo ensangrentado, lívido e hinchado. Las criaturas, oh Jesús, vienen ante esta
hostia santa, y con sus posturas indecentes, con sus conversaciones malas que
hacen delante a Ti, en vez de darte honor te dan bofetadas y salivazos, y Tú,
como en la Pasión,
con toda paz y paciencia los recibes, y todo soportas. Oh Jesús, quiero poner mi rostro junto al
tuyo, no sólo para acariciarte y besarte conforme te llegan estas bofetadas y
quitarte los salivazos, sino que quiero fundir mi rostro en el tuyo para
dividir contigo estas penas, también quiero hacer de mi ser tantos diminutos pedacitos
para ponerlos ante Ti como tantas estatuas arrodilladas continuamente, para
repararte por todos los deshonores que te hacen en tu presencia.
Jesús, mi
todo, beso tu dulcísima boca. Ah, veo
que al descender en los corazones de las criaturas, el primer apoyo que Tú
haces es sobre la lengua. ¡Oh, cómo
quedas amargado encontrando muchas lenguas mordaces, impuras, malas, ah, Tú te
sientes atormentar por esas lenguas, y peor aun cuando desciendes a sus
corazones. ¡Oh Jesús, si fuera posible
quisiera encontrarme en la boca de cada una de las criaturas para endulzarte y
repararte cualquier ofensa que recibas de ellas.
Fatigado
bien mío, beso tu santísimo cuello, te veo cansado, agotado y todo ocupado en
tu trabajo de amor, dime qué haces.
Y
Jesús: “Hija mía, Yo en esta hostia
trabajo desde la mañana hasta la noche, formando continuas cadenas de amor, a
fin de que conforme las almas vienen a Mí, Yo las hago encontrar pronta mi
cadena de amor para encadenarlas a mi corazón; ¿pero sabes tú qué me hacen
ellas a cambio? Muchas toman a mal estas
mis cadenas, y por la fuerza se liberan de ellas y las hacen pedazos, y como
estas cadenas están atadas a mi corazón, Yo quedo torturado y doy en delirio;
al romper mis cadenas tiran al vacío mi trabajo que hago en el Sacramento, y
buscan las cadenas de las criaturas, y esto lo hacen aun en mi presencia,
sirviéndose de Mí para lograr sus intentos.
Esto me da tanto dolor que me da una fiebre tan violenta que me hace
desfallecer y delirar.”
Prisionero
de amor, Tú estás no sólo aprisionado sino también encadenado, y con ansia
febril estás esperando los corazones de las criaturas para descender en ellos y
salir de tu prisión, y con las cadenas que te ataban encadenar sus almas a tu
Amor. Pero con sumo dolor ves que vienen
ante Ti con un aire indiferente, sin premuras por recibirte; otras de hecho no
te reciben; y otras, si te reciben, sus corazones están atados por otros amores
y llenos de vicios, como si Tú fueras despreciable, y Tú, vida mía, estás
obligado a salir de estos corazones encadenado como entraste, porque no te han
dado la libertad de hacerse atar, y han cambiado tus ansias en llanto. Jesús mío, permíteme que enjugue tus lágrimas
y te tranquilice el llanto con mi amor, y para repararte te ofrezco las ansias
y suspiros, los deseos ardientes que te han dado todos los santos que han
existido y existirán, los de tu Mamá y el mismo Amor del Padre y del Espíritu
Santo, y yo haciendo mío este Amor, quiero ponerme a las puertas del
tabernáculo para hacerte las reparaciones y gritar detrás a las almas que
quisieran recibirte para hacerte llorar, ‘te amo’, y tantas veces intento
repetir estos actos de reparación, por cuantos contentos das a todos los
santos, y por cuantos movimientos contiene la Santísima Trinidad.
Coronada
Mamá, te beso el corazón y te pido que custodies mis afectos, mis deseos, mis
latidos, mis pensamientos, y que los pongas como lámparas a la puerta de los
tabernáculos para cortejar a Jesús.
¡Cuánto te
compadezco, oh Jesús! Tu amor es puesto
en aprietos, ¡ah! te ruego, para consolarte por las ofensas que recibes y para
repararte por tus cadenas que son hechas pedazos, que encadenes mi corazón con
todas estas cadenas para poder darte por todos mi correspondencia de amor.
Jesús mío,
flechero divino, beso tu pecho. Es tal y
tanto el fuego que él contiene, que para dar un poco de desahogo a tus llamas
que se elevan tan alto, Tú, queriendo hacer un descanso en tu trabajo, quieres
jugar en el Sacramento, y tu juego es formar flechas, dardos, saetas, a fin de
que cuando vengan ante Ti, Tú te pongas a jugar con las criaturas, haciendo
salir de tu pecho tus flechas para flecharlas, y cuando las reciben Tú haces
fiesta y formas tu juego, pero muchas, oh Jesús, te las rechazan, enviándote en
correspondencia flechas de frialdad, dardos de tibieza y saetas de ingratitud;
y Tú quedas tan afligido por esto, que lloras porque las criaturas te hacen
fracasar en tu juego de amor. Oh Jesús,
he aquí mi pecho dispuesto a recibir no sólo tus flechas destinadas para mí,
sino también aquellas que te rechazan los demás, y así no quedarás más
frustrado en tus juegos, y quiero también repararte por las frialdades, las
tibiezas y las ingratitudes que recibes.
Oh Jesús,
beso tu mano izquierda y quiero reparar por todos los tocamientos ilícitos y no
santos hechos en tu presencia, y te ruego que con esta mano me tengas siempre
estrechada a tu corazón.
Oh Jesús,
beso tu mano derecha, e intento reparar todos los sacrilegios, especialmente
las misas malamente celebradas. ¡Cuántas
veces, amor mío Tú eres obligado a descender del Cielo a las manos de los
sacerdotes, que en virtud de su potestad te llaman, y encuentras esas manos
llenas de fango, que chorrean inmundicia, y Tú, aunque sientes náusea de esas
manos te ves obligado por tu amor a permanecer en ellas! Es más, en algunos sacerdotes, Tú encuentras
en ellos a los sacerdotes de tu Pasión, que con sus enormes delitos y
sacrilegios renuevan el deicidio. ¡Jesús
mío, me da espanto el sólo pensarlo! Y
otra vez, como en la Pasión,
te estás en aquellas manos indignas, como manso corderito, esperando de nuevo
tu muerte. ¡Oh Jesús, cuánto sufres, Tú
quisieras una mano amorosa para liberarte de esas manos sanguinarias! Ah, te ruego que cuando te encuentres en esas
manos me llames para estar presente, y para repararte quiero cubrirte con la
pureza de los ángeles, perfumarte con tus virtudes para disminuir el hedor de
aquellas manos y mi corazón como consuelo y refugio, y mientras estés en mí yo
te rogaré por los sacerdotes, para que sean dignos ministros tuyos, y no pongan
en peligro tu Vida Sacramental.
Oh Jesús,
beso tu pie izquierdo, y quiero repararte por quienes te reciben por rutina y
sin la debidas disposiciones.
Oh Jesús,
beso tu pie derecho, y quiero repararte por aquellos que te reciben para
ultrajarte. Ah, te ruego que cuando se
atrevan a hacer esto, renueves el milagro cuando Longinos te traspasó el
corazón con la lanza, y al flujo de aquella sangre que brotó, tocándole los
ojos lo convertiste y lo sanaste, y así, a tu toque Sacramental, conviertas las
ofensas en amor.
Oh Jesús,
beso tu corazón, contra el cual se hacen todas las ofensas, y yo intento
repararte de todo, y por todos darte una correspondencia de amor, y siempre
junto contigo compartir tus penas.
Ah, te
ruego celestial flechero de amor, si alguna ofensa huye a mi reparación,
aprisióname en tu corazón y en tu Voluntad, a fin de que nada se me
escape. Rogaré a la dulce Mamá que me
tenga alerta, y junto con Ella te repararemos todo y por todos, juntas te
besaremos, y haciéndonos tu defensa alejaremos de Ti las olas de las amarguras
que recibes de las criaturas. Ah Jesús,
recuerda que también yo soy una pobre encarcelada, es verdad que tu cárcel es
más estrecha, cual es el breve giro de una hostia, por eso enciérrame en tu
corazón, y con las cadenas de tu amor no solo aprisióname, sino ata uno por uno
mis pensamientos, mis afectos, mis deseos, átame las manos y los pies a tu
corazón para que yo no tenga otras manos y otros pies que los tuyos. Así que, amor mío, mi cárcel será tu corazón,
las cadenas el amor, las puertas que me impedirán salir será tu Santísima
Voluntad, tus llamas serán mi alimento, tu respiro será el mío, así que no veré
más que llamas, no tocaré sino fuego, que me darán vida y muerte, como la que
sufres Tú en la hostia, y así te daré mi vida; y mientras yo quedaré
aprisionada en Ti, Tú quedarás libre en mí.
¿No ha sido este tu intento al encarcelarte en la hostia, el ser
desencarcelado por las almas que te reciben, tomando vida en ellas? Por eso, en señal de amor bendíceme y dame un
beso, yo te abrazo y permanezco en Ti.
Pero, oh
dulce corazón mío, veo que después de que has instituido el Santísimo
Sacramento y que has visto las enormes ingratitudes y ofensas de las criaturas,
si bien quedas herido y amargado, no te haces para atrás, es más, quieres
ahogarlo todo en la inmensidad de tu amor; veo que instruyes a tus apóstoles, y
después agregas que lo que has hecho Tú lo deben hacer ellos también, dándoles
potestad de consagrar, y de tal manera los ordenas sacerdotes e instituyes este
otro sacramento. Así que, oh Jesús, en
todo piensas y todo reparas, las predicaciones mal hechas, los sacramentos
administrados y recibidos sin disposiciones, y por eso, sin efectos; las vocaciones
equivocadas de los sacerdotes, por parte de ellos como por parte de quien los
ordena, no usando todos los medios para conocer las verdaderas vocaciones. Nada se te escapa, oh Jesús, y yo quiero
seguirte y reparar todas estas ofensas.
Después de
que has dado cumplimiento a todo, en compañía de tus apóstoles te encaminas al
huerto de Getsemaní para dar principio a tu dolorosa Pasión. Te seguiré en todo, para hacerte fiel
compañía.
***
QUINTA HORA DE MEDITACIÓN:
De las 9 a las 10 de la noche
Primera hora de agonía en el Huerto de Getsemaní
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus
pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón
empiezo:
Mi afligido
Jesús, como por una corriente eléctrica me siento atraída a este huerto,
comprendo que Tú, imán potente para mi herido corazón me llamas, y yo corro
pensando entre mí: “¿Qué son estas atracciones
de amor que siento en mí? ¡Ah, tal vez
mi perseguido Jesús se encuentra en estado de tal amargura, que siente la
necesidad de mi compañía!” Y yo vuelo,
¿pero qué?, me siento horrorizada al entrar en este huerto, la oscuridad de la
noche, la intensidad del frío, el lento moverse de las hojas, que como tristes
y débiles voces, anuncian penas, tristezas y muerte para mi dolorido
Jesús. El dulce centellear de las estrellas,
que como ojos llorosos están todas atentas a mirarlo, y haciendo eco a las
lágrimas de Jesús me reprochan por mis ingratitudes, y yo tiemblo y a tientas
lo voy buscando, lo llamo: “Jesús,
¿dónde estás? ¿Me llamas y no te dejas
ver? ¿Me llamas y te escondes?” Pero todo es terror, todo es espanto y
silencio profundo. Pongo atentos mis
oídos y oigo un respiro afanoso, y es precisamente a Jesús a quien encuentro,
pero qué cambio funesto, no es más el dulce Jesús de la cena eucarística, en
donde su rostro resplandecía con una belleza deslumbrante y raptora, sino que
está triste, con una tristeza mortal que desfigura su natural belleza. Ya agoniza y me siento turbada pensando que
tal vez no escucharé más su voz, porque parece que muere. Por eso me abrazo a sus pies; me hago más
atrevida y me acerco a sus brazos, le pongo la mano en la frente para sostenerlo y en voz baja lo llamo: “Jesús,
Jesús.” Y Él, sacudido por mi voz, me
mira y me dice:
“Hija,
¿estás aquí? ¡Ah! te estaba esperando, y
era esta la tristeza que más me oprimía, el total abandono de todos, y te
esperaba a ti para hacerte ser espectadora de mis penas, y hacerte beber junto
conmigo el cáliz de las amarguras que dentro de poco mi Padre Celestial me
enviará por medio de un ángel. Lo
beberemos juntos, no será un cáliz de consuelo sino de amarguras intensas, y
siento la necesidad de que alguna alma amante beba alguna gota al menos, por
eso te he llamado, para que tú lo aceptes y compartas conmigo mis penas y me
asegures que no me dejarás solo en tanto abandono”.
¡Ah! sí, mi
atormentado Jesús, beberemos juntos el cáliz de tus amarguras, sufriremos
juntos tus penas y no me apartaré jamás
de tu lado. Y el afligido Jesús, después de habérselo asegurado, entra en
agonía mortal, sufre penas jamás vistas ni entendidas, y yo, no pudiendo
resistir y queriendo compadecerlo y aliviarlo le digo: “Dime, ¿por qué estás tan triste, afligido y
solo en este huerto y en esta noche? Es
la última noche de tu vida sobre la tierra, pocas horas te quedan para dar
principio a tu Pasión. Creí encontrar
aquí al menos a la
Celestial Mamá, a la amante Magdalena y a tus fieles
apóstoles, en cambio te encuentro solo, en poder de una tristeza que te da
muerte despiadada, sin hacerte morir. Oh
mi bien, mi todo, ¿no me respondes?
¡Háblame! Pero parece que te
falta la palabra, tanta es la tristeza que te oprime. Pero, oh mi Jesús, tu mirada, llena de luz,
sí, pero afligida e indagadora, que parece que buscas ayuda, tu rostro pálido,
tus labios abrazados por el amor, tu Divina Persona que tiembla toda de pies a
cabeza, tu corazón que late fuerte, fuerte, y aquellos latidos buscan almas y
te dan tal afán que parece que de un momento a otro expires, me dicen que estás
solo y por eso buscas mi compañía.”
¡Heme aquí oh mi Jesús, toda para Ti, junto contigo! Mi corazón no resiste el verte tirado en la
tierra; te tomo entre mis brazos y te estrecho a mi corazón, quiero numerar uno
por uno tus afanes, una por una las ofensas que te hacen, para darte alivio por
todo, reparación por todo, y por todo,
al menos compadecerte. Pero, oh mi Jesús, mientras te tengo entre mis brazos,
tus sufrimientos se acrecientan, siento, oh vida mía, correr en tus venas un
fuego, y siento que la sangre te hierve y quiere romperlas para salir
fuera. Dime amor mío, ¿qué tienes? No veo flagelos, no espinas, no clavos ni
cruz, no obstante apoyando mi cabeza sobre tu corazón siento que crueles
espinas te traspasan la cabeza; azotes despiadados no te dejan a salvo ninguna
parte, ni dentro ni fuera de tu Divina Persona; tus manos paralizadas y
contraídas más que por clavos. Dime
dulce bien mío, ¿quién tiene tanto poder, aun en tu interior, que te atormenta
y te hace sufrir tantas muertes por cuantos tormentos te da? Ah, me parece que Jesús bendito abre sus
labios moribundos y me dice:
“Hija mía,
¿quieres saber quién me atormenta más que los mismos verdugos? Es más, estos verdugos son nada en
comparación de esto. Es el Amor Eterno
que queriendo el primado en todo, me está haciendo sufrir todo junto y en las
partes más íntimas lo que los verdugos me harán sufrir poco a poco. Ah, hija mía, es el amor el que prevalece en
todo sobre Mí, y en Mí el amor me es clavo, el amor me es flagelo, el amor me
es corona de espinas, el amor me es todo, el amor es mi Pasión perenne,
mientras que la de los hombres es temporal.
Ah hija mía, entra en mi corazón, ven a perderte en mi amor, pues sólo
en mi amor comprenderás cuánto he sufrido y cuánto te he amado, y aprenderás a
amarme y a sufrir sólo por amor.”
Oh mi
Jesús, ya que Tú me llamas dentro de tu corazón para hacerme ver lo que el amor
te hace sufrir, yo entro en él. Pero
mientras entro veo los portentos del amor, que no te corona la cabeza con
espinas materiales, sino con espinas de fuego; que no te azota con látigos de
cuerdas, sino con látigos de fuego; que te crucifica no con clavos de fierro,
sino de fuego; todo es fuego que penetra hasta los huesos, y en la misma
médula, convirtiendo toda tu Santísima Humanidad en fuego, te da penas
mortales, ciertamente más que en la misma Pasión, y prepara un baño de amor a
todas las almas que querrán lavarse de cualquier mancha y adquirir el derecho
de hijas del amor.
¡Oh amor
sin término, yo siento retroceder ante tal inmensidad de amor, y veo que para
poder entrar en el amor y comprenderlo, debería ser toda amor! ¡Oh mi Jesús, no lo soy...! Pero ya que Tú quieres mi compañía y quieres
que entre en Ti, te suplico que me conviertas toda en amor. Por eso te pido que corones mi cabeza, cada
uno de mis pensamientos con la corona del amor; te suplico, oh Jesús, que me
azotes con el flagelo del amor mi alma, mi cuerpo, mis potencias, mis
sentimientos, mis deseos, mis afectos, en suma, todo, y en todo quede flagelada
y sellada por el amor. Haz, oh amor
interminable, que no haya cosa en mí que no tome vida del amor. Oh Jesús,
centro de todos los amores, te suplico que claves mis manos, mis pies con los
clavos del amor, a fin de que toda clavada por el amor me convierta en amor, el
amor entienda, de amor me vista, de amor me alimente, el amor me tenga toda
clavada en Ti, a fin de que ninguna cosa, dentro y fuera de mí, se atreva a
tocarme y desviarme y alejarme del amor, oh Jesús.
SEXTA HORA DE MEDITACIÓN.
De las 10 a las 11 de la noche
Segunda hora de agonía en el Huerto de Getsemaní
Gracias te doy, oh
Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus
pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu
amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón
empiezo:
Oh mi dulce
Jesús, ya ha pasado una hora desde que te encontré en este huerto; el amor ha
tomado el primado en todo, haciéndote sufrir todo junto, todo lo que los
verdugos te harán sufrir a lo largo de tu amarguísima Pasión; es más, suple y
llega a hacerte sufrir lo que ellos no pueden hacerte, en las partes más
íntimas de tu Divina Persona. Oh mi
Jesús, te veo vacilante en los pasos, no obstante quieres caminar. Dime, oh mi bien, ¿a dónde quieres ir? Ah, he entendido, quieres ir a encontrar a
tus amados discípulos; yo quiero acompañarte a fin de que si Tú vacilas yo te
sostenga.
Pero, oh mi
Jesús, otra amargura para tu corazón, ellos duermen, y Tú siempre piadoso los
llamas, los despiertas, y con amor todo paterno los amonestas y les recomiendas
la vigilia y la oración, y regresas al huerto, pero te llevas otra herida en el
corazón. En esa herida veo, oh amor mío,
todas las heridas de las almas consagradas a Ti, que, o por tentaciones, o por
estado de ánimo, o por falta de mortificación, en vez de estrecharse a Ti, de
vigilar y orar, se abandonan a sí mismas, y soñolientas, en vez de progresar en
el amor y en la unión contigo, retroceden.
Cuánto te compadezco, oh amante apasionado, y te reparo todas las
ingratitudes de tus más fieles. Son
estas las ofensas que más entristecen tu corazón adorable, y es tal y tanta su
amargura, que te hacen dar en delirio.
Pero, oh amor
sin confines, tu amor que ya bulle en tus venas vence todo y todo olvida. Te veo postrado por tierra y oras, te
ofreces, reparas y en todo buscas glorificar al Padre por las ofensas hechas a
Él por las criaturas. También yo, oh mi
Jesús, me postro contigo y junto contigo intento hacer lo que haces Tú.
Pero, oh
Jesús, delicia de mi corazón, veo que en tropel todos los pecados, nuestras
miserias, nuestras debilidades, los delitos más enormes, las más negras ingratitudes
te vienen al encuentro, se te arrojan encima, te aplastan, te atacan, te
hieren, y Tú, ¿qué haces? La sangre que
te hierve en las venas hace frente a todas estas ofensas, rompe las venas y
como ríos sale fuera, te baña todo, corre por tierra, y das sangre por ofensas,
vida por muerte. ¡Ah amor, a qué estado
te veo reducido! Tú expiras. Oh mi bien, dulce vida mía, no te mueras,
levanta la cara de esta tierra que has bañado con tu santísima sangre, ven a
mis brazos, haz que yo muera en vez de Ti.
Pero oigo
la voz trémula y moribunda de mi dulce Jesús que dice: “¡Padre, si es posible pase de Mí este cáliz,
pero no se haga mi voluntad sino la
Tuya!”
Ya es la
segunda vez que oigo esto de mi dulce Jesús, ¿pero qué cosa me hace entender
con este “Padre, si es posible pase de Mí este cáliz?” Oh Jesús, se te hacen presentes todas las
rebeliones de las criaturas; aquel “Fiat Voluntas Tua” que debía ser la vida de
cada criatura, lo ves rechazado por casi todas, y en vez de encontrar la vida
encuentran la muerte; y Tú queriendo dar la vida a todas y hacer una solemne
reparación al Padre por las rebeliones de las criaturas, por tres veces
repites: “Padre, si es posible pase de
Mí este cáliz”, es decir, que las almas sustrayéndose de nuestra Voluntad se
pierdan; este cáliz para Mí es muy amargo, pero no se haga mi voluntad, sino la Tuya.”
Pero
mientras dices esto, es tal y tanta tu amargura que desfalleces, agonizas y
estás a punto de dar el último respiro.
Oh mi
Jesús, mi bien, ya que estás entre mis brazos quiero también yo junto contigo,
repararte y compadecerte por todos los pecados que se cometen contra tu
Santísimo Querer, y al mismo tiempo suplicarte que en todo yo haga siempre tu
Santísima Voluntad. Tu Voluntad sea mi
respiro, mi aire; tu Voluntad sea mi latido, mi corazón, mi pensamiento, mi vida
y mi muerte.
Pero, ah,
no mueras, ¿adónde iré sin Ti? ¿A quién
me dirigiré? ¿Quién me dará ayuda? ¡Todo terminará para mí! Ah, no me dejes, tenme como quieras, como más
te plazca, pero tenme contigo, siempre contigo; jamás sea que por un solo instante
quede separada de Ti. Déjame endulzarte,
repararte y compadecerte por todos, porque veo que todos los pecados, de
cualquier especie que sean, pesan sobre Ti.
Por eso
amor mío beso tu santísima cabeza, ¿pero qué veo? Veo todos los malos pensamientos, y Tú
sientes horror de ellos. A tu santísima
cabeza cada pensamiento malo le es una espina que te hiere acerbamente. Ah, ante esto es nada la corona de espinas
que te pondrán los judíos; cuántas coronas de espinas te ponen sobre tu cabeza
adorable los malos pensamientos de las criaturas, tantas, que la sangre te
chorrea por todas partes, por la frente, de entre los cabellos. Jesús, te compadezco y quisiera ponerte otras
tantas coronas de gloria, y para endulzarte te ofrezco todas las inteligencias
angélicas y tu misma inteligencia, para ofrecerte una compasión y una
reparación por todos.
Oh Jesús,
beso tus ojos piadosos y en ellos veo todas las malas miradas de las criaturas,
que hacen correr sobre tu rostro lágrimas de sangre. Te compadezco y quisiera endulzar tu vista
poniéndote delante todos los placeres que se puedan encontrar en el Cielo y en
la tierra.
Jesús, mi
bien, beso tus santísimos oídos. ¿Pero qué escucho? Oigo en ellos el eco de las horrendas
blasfemias, los gritos de venganza y de maledicencia; no hay voz que no resuene
en tus castísimos oídos. Oh amor
insaciable, te compadezco y quiero consolarte haciendo resonar en ellos todas
las armonías del Cielo, la voz dulcísima de la amada Mamá, los encendidos
acentos de la Magdalena
y de todas las almas amantes.
Jesús, vida
mía, un beso más ardiente quiero poner en tu rostro, cuya belleza no tiene
par. Ah, este es el rostro ante el cual
los ángeles ávidamente desean grabárselo, por la tanta belleza que los rapta,
no obstante las criaturas lo ensucian con salivazos, lo golpean con bofetadas y
lo pisotean bajo los pies. ¡Amor mío,
qué osadía! ¡Quisiera gritar tanto, para
ponerlos en fuga! Te compadezco, y para
reparar todos estos insultos me dirijo a la Trinidad Sacrosanta
para pedir el beso del Padre y del Espíritu Santo, las inimitables caricias de
sus manos creadoras, me dirijo también a la Celestial Mamá, a
fin de que me dé sus besos, las caricias de sus manos maternas, sus adoraciones
profundas, me dirijo después a todas las almas consagradas a Ti y todo te
ofrezco para repararte por las ofensas hechas a tu santísimo rostro.
Dulce bien
mío, beso tu dulcísima boca, amargada por las horribles blasfemias, por la
náusea de las embriagueces y gulas, por las conversaciones obscenas, por las
oraciones mal hechas, por las malas enseñanzas, por todo lo que de mal hace el
hombre con la lengua. Jesús, te
compadezco y quiero endulzar tu boca ofreciéndote todas las alabanzas angélicas
y el buen uso que hacen tantos santos cristianos de la lengua.
Oprimido
amor mío, beso tu cuello y lo veo cargado de sogas y cadenas por los apegos y
los pecados de las criaturas. Te
compadezco y para aliviarte te ofrezco la unión indisoluble de las Divinas
Personas y yo, fundiéndome en esta unión te extiendo mis brazos, y formando en
torno a tu cuello una dulce cadena de amor, quiero alejar de ti las cuerdas de
los apegos que casi te sofocan, y para endulzarte te estrecho fuerte a mi
corazón.
Fortaleza
divina, beso tus santísimos hombros. Los
veo lacerados y tus carnes casi arrancadas a pedazos por los escándalos y los
malos ejemplos de las criaturas. Te
compadezco y para aliviarte te ofrezco tus santísimos ejemplos, los ejemplos de
la Reina Mamá
y los de todos los santos; y yo, oh mi Jesús, haciendo correr mis besos sobre
cada una de estas llagas quiero encerrar en ellas a las almas que por vía de
escándalo te han sido arrancadas del corazón, y quiero así sanar las carnes de
tu santísima Humanidad.
Mi
atormentado Jesús, beso tu pecho que veo herido por las frialdades, tibiezas,
falta de correspondencia e ingratitudes de las criaturas. Te compadezco, y para endulzarte te ofrezco
el recíproco amor del Padre, de Ti y del Espíritu Santo, la correspondencia
perfecta de las tres Divinas Personas, y yo, oh mi Jesús, sumergiéndome en tu
amor quiero hacerte un refugio para poder rechazar los nuevos golpes que las
criaturas te lanzan con sus pecados, y tomando tu amor quiero con él herirlas
para que ya no se atrevan a ofenderte más, y quiero derramarlo en tu pecho para
endulzarte y sanarte.
Mi Jesús,
beso tus manos creadoras, veo todas las malas acciones de las criaturas que
como otros tantos clavos traspasan tus santísimas manos, así que no con tres
clavos, como sobre la cruz, Tú quedas traspasado, sino con tantos clavos por
cuantas obras malas cometen las criaturas.
Te compadezco, y para endulzarte te ofrezco todas las obras santas, el
valor de los mártires al dar su sangre y su vida por tu amor; quisiera en suma,
oh Jesús mío, ofrecerte todas las obras buenas para quitarte los tantos clavos
de las obras malas.
Oh Jesús,
beso tus pies santísimos, siempre incansables en la búsqueda de almas; en ellos
encierras todos los pasos de las criaturas, pero muchas de ellas sientes que te
huyen y Tú quisieras aferrarlas. Por
cada mal paso te sientes clavar un clavo, y Tú quieres servirte de esos mismos
clavos para clavarlas a tu amor; y tal y tanto es el dolor que sientes y el esfuerzo
que haces por clavarlas a tu amor, que te estremeces todo. Mi Dios y mi bien, te compadezco, y para
consolarte te ofrezco los pasos de todas las almas fieles que exponen su vida
para salvar almas.
Oh Jesús,
beso tu corazón. Tú continúas
agonizando, no por lo que te harán sufrir los judíos, sino por el dolor que te
causan todas las ofensas de las criaturas.
En estas
horas Tú quieres dar el primado al amor, el segundo lugar a todos los pecados,
por los cuales Tú expías, reparas, glorificas al Padre y aplacas a la Divina Justicia; y
el tercer lugar a los judíos. Con esto
muestras que la Pasión
que te harán sufrir los judíos no será otra cosa que la representación de la
doble amarguísima Pasión que te hacen sufrir el amor y el pecado, y es por esto
que yo veo en tu corazón todo concentrado:
la lanza del amor, la lanza del pecado, y esperas la tercera lanza, la
lanza de los judíos, y tu corazón sofocado por el amor sufre contracciones
violentas, sentimientos impacientes de amor, deseos que te consumen y latidos
de fuego que quisieran dar vida a cada corazón.
Y es propiamente aquí, en el corazón, donde sientes todo el dolor que te
causan las criaturas, las cuales con sus malos deseos, con sus desordenados
afectos, con sus latidos profanados, en vez de querer tu amor buscan otros
amores. ¡Jesús, cuánto sufres! Te veo desfallecer sumergido por las olas de
nuestras iniquidades; te compadezco y quiero endulzar la amargura de tu corazón
triplemente traspasado, ofreciéndote las dulzuras eternas y el amor dulcísimo
de la amada Mamá María y el de todos tus verdaderos amantes.
Y ahora, oh
mi Jesús, haz que de tu corazón tome vida mi pobre corazón, a fin de que no
viva más que con tu solo corazón, y en cada ofensa que recibas haz que yo esté
siempre pronta a ofrecerte un alivio, un consuelo, una reparación, un acto de
amor jamás interrumpido.
***
SEPTIMA HORA DE MEDITACIÓN.
De las 11 a las 12 de la noche
Tercera
hora de agonía en el Huerto de Getsemaní
Gracias
te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y
tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad
y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu
corazón empiezo:
Dulce bien
mío, mi corazón no resiste; te miro y veo que sigues agonizando. La sangre a ríos te escurre por todo el
cuerpo y con tanta abundancia, que no sosteniéndote en pie has caído en un lago
de sangre. ¡Oh mi amor, se me rompe el
corazón al verte tan débil y agotado! Tu
rostro adorable y tus manos creadoras se apoyan en la tierra y se llenan de
sangre; me parece que a los ríos de iniquidad que te mandan las criaturas, Tú
quieras dar ríos de sangre para hacer que estas culpas queden ahogadas en ellos
y así, con eso, dar a cada uno el reescrito de tu perdón. Pero, oh mi Jesús, reanímate, es demasiado lo
que sufres; baste hasta aquí a tu amor.
Y mientras parece
que mi amable Jesús muere en su propia sangre, el amor le da nueva vida. Lo veo moverse con dificultad, se pone de pie
y así, manchado de sangre y de fango, parece que quiere caminar, pero no
teniendo fuerzas con trabajo se arrastra.
Dulce vida mía, deja que te lleve entre mis brazos. ¿Vas tal vez a tus amados discípulos? Pero cual no es el dolor de tu adorable corazón
al encontrarlos de nuevo dormidos. Y Tú
con voz temblorosa y apagada los llamas:
“Hijos míos, no durmáis, la hora está próxima, ¿no veis a qué estado me
he reducido? Ah, ayúdenme, no me
abandonéis en estas horas extremas.
Y casi
vacilante estás a punto de caer a su lado, mientras Juan extiende los brazos
para sostenerte. Estás tan irreconocible
que si no hubiera sido por la suavidad y dulzura de tu voz, no te habrían
reconocido. Después, recomendándoles que
estén despiertos y que oren, regresas al huerto, pero con una segunda herida en
el corazón. En esta herida veo, mi bien,
todas las culpas de aquellas almas que, no obstante las manifestaciones de tus
favores en dones, besos y caricias, en las noches de la prueba, olvidándose de
tu amor y de tus dones, quedan somnolientas y adormiladas, perdiendo así el
espíritu de continua oración y vigilancia.
Mi Jesús,
es cierto que después de haberte visto, después de haber gustado tus dones,
para permanecer privados y resistir se necesita gran fuerza, sólo un milagro
puede hacer que tales almas resistan la prueba.
Por eso, mientras te compadezco por esas almas, cuyas negligencias,
ligerezas y ofensas son las más amargas a tu corazón, te ruego que en caso de
que ellas llegasen a dar un solo paso que pueda en lo más mínimo disgustarte,
las circundes de tanta Gracia que las detengas, para que no pierdan el espíritu
de continua oración.
Mi dulce
Jesús, mientras regresas al huerto, parece que no puedes más; levantas al Cielo
la cara manchada de sangre y de tierra y por tercera vez repites: “Padre, si es posible pase de Mi este
cáliz. Padre Santo, ayúdame, tengo
necesidad de consuelo; es verdad que por las culpas que he tomado sobre Mí soy
repugnante, despreciable, el último entre los hombres ante tu Majestad
infinita; tu Justicia está indignada conmigo; pero mírame, Oh Padre, soy
siempre tu Hijo, que formo una sola cosa contigo. ¡Ah, ayuda, piedad oh Padre, no me dejes sin
consuelo!”
Después me
parece oír, oh dulce bien mío, que llamas en tu ayuda a la amada Mamá: “Dulce Mamá, estréchame entre tus brazos como
me estrechabas siendo niño; dame aquella leche que tomaba de ti para darme
fuerzas y endulzar las amarguras de mi agonía; dame tu corazón que es todo mi
contento. Mamá mía, Magdalena, amados
apóstoles, todos vosotros que me amáis, ayudadme, confortadme, no me dejéis
solo en estos momentos extremos, hacedme todos corona a mi alrededor, denme por
consuelo vuestra compañía y vuestro amor.”
Jesús, amor
mío, ¿quién puede resistir el verte en estos extremos? ¿Qué corazón será tan duro que no se rompa al
verte ahogado en sangre? ¿Quién no
derramará a torrentes amargas lágrimas al escuchar los dolorosos acentos que buscan
ayuda y consuelo?
Jesús mío,
consuélate; veo que ya el Padre te envía un ángel como consuelo y ayuda, para
que puedas salir de este estado de agonía y puedas entregarte en manos de los
judíos. Y mientras estés con el ángel,
yo recorreré Cielo y tierra. Tú me
permitirás que tome esta sangre que has derramado, a fin de que pueda darla a
todos los hombres como prenda de la salvación de cada uno y llevarte por
consuelo y en correspondencia, sus afectos, latidos, pensamientos, pasos y
obras.
Celestial
Mamá mía, vengo a Ti para que vayamos juntas a todas las almas dándoles la
sangre de Jesús. Dulce Mamá, Jesús
quiere consuelo, y el mayor consuelo que le podemos dar es llevarle almas.
Magdalena, acompáñanos; ángeles todos, venid a ver a qué estado se ha reducido
Jesús. Él quiere consuelo de todos y es
tal y tanto el abatimiento en el cual se encuentra, que no rechaza ninguno.
Jesús mío,
mientras bebes el cáliz lleno de intensas amarguras que el Padre te ha enviado,
oigo que suspiras más, que gimes y que deliras, y con voz sofocada dices: “¡Almas, almas, vengan, alívienme, tomen su
puesto en mi Humanidad, os quiero, os suspiro!
¡Ah, no seáis sordas a mi voz, no hagáis vanos mis deseos ardientes, mi
sangre, mi amor, mis penas! ¡Vengan,
almas, vengan!”
Delirante
Jesús, cada gemido tuyo y suspiro es una herida a mi corazón, que no me da paz,
por lo que hago mía tu sangre, tu Querer, tu ardiente celo, tu amor, y girando
por Cielo y tierra quiero ir a todas las almas para darles tu sangre como
prenda de su salvación y llevártelas a Ti para calmar tus deseos, tus delirios
y endulzar las amarguras de tu agonía. Y
mientras hago esto, Tú acompáñame con tu mirada.
Mamá mía,
vengo a Ti porque Jesús quiere almas, quiere consuelo. Así que dame tu mano materna y giremos juntas
por todo el mundo en busca de almas.
Encerremos en su sangre los afectos, los deseos, los pensamientos, las
obras, los pasos de todas las criaturas, y arrojemos en sus almas las llamas
del corazón de Jesús, a fin de que se rindan, y así, encerradas en su sangre y
transformadas en sus llamas, las conduciremos en torno a Jesús para endulzarle
las penas de su amarguísima agonía.
Ángel mío
de mi guarda, precédenos tú, y ve disponiendo a las almas que han de recibir
esta sangre, a fin de que ninguna gota quede sin su copioso efecto. ¡Mamá mía, pronto, giremos! Veo la mirada de Jesús que nos sigue, escucho
sus repetidos sollozos que nos incitan a apresurar nuestra tarea.
Y he aquí,
Mamá, a los primeros pasos nos encontramos a las puertas de las casas donde
yacen los enfermos. ¡Cuántos miembros
desgarrados! Cuántos bajo la atrocidad
de los dolores prorrumpen en blasfemias e intentan quitarse la vida, otros son
abandonados por todos y no tienen quien les dé una palabra de consuelo, ni los
más necesarios socorros, y por eso mayormente maldicen y se desesperan. Ah, Mamá, escucho los sollozos de Jesús que
ve correspondidas con ofensas sus más delicadas predilecciones de amor que
hacen sufrir a las almas para volverlas semejantes a Él. Ah, démosles su sangre, a fin de que les
suministre las ayudas necesarias y con su luz les haga comprender el bien que
hay en el sufrir y la semejanza que adquieren con Jesús; y tú Mamá mía, ponte a
su lado y como Madre afectuosa toca con tus manos maternas sus miembros
doloridos, alivia sus dolores, tómalas en tus brazos y de tu corazón derrama
torrentes de gracias sobre todas sus penas.
Haz compañía a los abandonados, consuela a los afligidos, a quien carece
de los medios necesarios dispón tú almas generosas que los socorran, a quien se
encuentra bajo la atrocidad de los dolores obtenles tregua y reposo, y así,
fortalecidos, puedan con más paciencia soportar cuanto Jesús dispone para
ellos.
Sigamos
nuestro recorrido y entremos en las estancias de los moribundos. ¡Mamá mía, qué terror, cuántas almas están
por caer en el infierno, cuántas después de una vida de pecado quieren dar el
último dolor a ese corazón repetidamente traspasado, coronando su último
respiro con un acto de desesperación!
Muchos demonios están en torno a ellas infundiendo en su corazón terror
y espanto de los divinos juicios, y así dar el último asalto para llevarlas al
infierno, quisieran hacer salir las llamas infernales para envolverlas en ellas
y así no dar lugar a la esperanza. Otras,
atadas a los vínculos de la tierra no saben resignarse a dar el último paso; ah
Mamá, los momentos son extremos, tienen mucha necesidad de ayuda, ¿no ves cómo
tiemblan, cómo se debaten entre los espasmos de la agonía, cómo piden ayuda y
piedad? ¡La tierra ya ha desaparecido
para ellas! Mamá Santa, pon tu mano
materna sobre sus heladas frentes, acoge Tú sus últimos respiros; demos a cada
moribundo la sangre de Jesús, y así, poniendo en fuga a los demonios, disponga
a todos a recibir los últimos sacramentos y a una buena y santa muerte. Por consuelo démosles la agonía de Jesús, sus
besos, sus lágrimas, su llagas; rompamos las ataduras que los tienen atados,
hagamos oír a todos la palabra del perdón y pongámosles tal confianza en el
corazón, que hagamos que se arrojen en los brazos de Jesús. Y así, cuando Él los juzgue los encontrará
cubiertos con su sangre, abandonados en sus brazos y a todos les dará su
perdón.
Continuemos
aún, oh Mamá; tu mirada materna vea con amor la tierra y se mueva a compasión de
tantas pobres criaturas que tienen necesidad de esta sangre. Mamá mía, me siento incitada por la mirada
indagadora de Jesús a correr, porque quiere almas; oigo sus gemidos en el fondo
de mi corazón que me repiten: “¡Hija
mía, ayúdame, dame almas!”
Pero mira,
oh Mamá, cómo la tierra está llena de almas que están por caer en el pecado y
Jesús rompe en llanto viendo a su sangre sufrir nuevas profanaciones. Se requiere un milagro que les impida la
caída, por eso démosles la sangre de Jesús, para que encuentren en ella la
fuerza y la gracia para no caer en el pecado.
Un paso
más, Mamá mía, y he aquí almas ya caídas en la culpa, las cuales quisieran una
mano que las levante, Jesús las ama pero las mira horrorizado porque están
enfangadas, y su agonía se hace más intensa.
Démosles la sangre de Jesús, y así encuentren esa mano que las levante. Mira, oh Mamá, son almas que tienen
necesidad de esta sangre, almas muertas a la gracia; ¡oh cómo es deplorable su
estado! El Cielo las mira y llora con
dolor, la tierra las mira con repugnancia, todos los elementos están contra
ellas y quisieran destruirlas, porque son enemigas del Creador. Ah Mamá, la sangre de Jesús contiene la vida,
démosla pues a fin de que a su contacto estas almas renazcan, pero renazcan más
bellas, tanto, que hagan sonreír a todo el Cielo y a toda la tierra.
Giremos
aún, oh Mamá; mira, hay almas que llevan la marca de la perdición, almas que
pecan y huyen de Jesús, que lo ofenden y tienen desesperanza de su perdón, son
los nuevos Judas esparcidos por la tierra, y que traspasan ese corazón tan
amargado. Démosles la sangre de Jesús, a
fin de que esta sangre les borre la marca de la perdición y les imprima la de
la salvación; ponga en sus corazones tal confianza y amor después de la culpa,
que los haga correr a los pies de Jesús y estrecharse a esos pies divinos para
no separarse de ellos jamás.
Mira, oh
Mamá, hay almas que corren alocadamente hacia la perdición y no hay quien las
detenga en su carrera. Ah, pongamos esta
sangre delante a sus pies, para que al tocarla, ante su luz y sus voces suplicantes
porque las quiere salvas, puedan retroceder y ponerse en el camino de la salvación.
Continuemos,
Mamá, nuestro giro; mira, hay almas buenas, almas inocentes en las que Jesús
encuentra sus complacencias y el reposo en la Creación, pero las
criaturas van a su alrededor con tantas insidias y escándalos, para arrancar
esta inocencia y convertir las complacencias y el reposo de Jesús en llanto y
amarguras, como si no tuvieran otra mira que el dar continuos dolores a ese
corazón divino. Sellemos y circundemos
pues su inocencia con la sangre de Jesús, como si fuera un muro de defensa, a
fin de que no entre en ellas la culpa; con esa sangre pon en fuga a quien
quisiera contaminarlas, y las conserve puras y sin mancha, a fin de que Jesús
encuentre su reposo en la
Creación y todas sus complacencias, y por amor a ellas se
mueva a piedad de tantas otras pobres criaturas. Mamá mía, pongamos a estas almas en la
sangre de Jesús, atémoslas una y otra vez con el Santo Querer de Dios,
llevémoslas a sus brazos, y con las dulces cadenas de su amor, atémoslas a su
corazón para endulzar las amarguras de su mortal agonía.
Pero
escucha, oh Mamá, esta sangre grita y quiere todavía otras almas; corramos
juntas y vayamos a las regiones de los herejes y de los infieles. ¡Cuánto dolor no siente Jesús en estas
regiones! Él, que es vida de todos, no
recibe en correspondencia ni siquiera un pequeño acto de amor y no es conocido
por sus mismas criaturas. Ah Mamá,
démosles esta sangre a fin de que les disipe las tinieblas de la ignorancia y
de la herejía, les haga comprender que tienen un alma, y abra a ellas el
Cielo. Después pongámoslas todas en la
sangre de Jesús y conduzcámoslas en torno a Él como tantos hijos huérfanos y
exiliados que encuentran a su Padre, y así Jesús se sentirá confortado en su
amarguísima agonía.
Pero parece
que Jesús no está aún contento, porque quiere otras almas aún. Las almas de los moribundos en estas regiones
se las siente arrancar de sus brazos para ir a caer en el infierno. Estas almas están ya a punto de expirar y
precipitarse en el abismo, no hay nadie a su lado para salvarlas; el tiempo
apremia, los momentos son extremos y se perderán sin duda. No, Mamá, esta sangre no será derramada
inútilmente por ellas, por eso volemos inmediatamente hacia ellas, derramemos
la sangre de Jesús sobre su cabeza y les sirva de bautismo e infunda en ellas
Fe, Esperanza y Amor. Ponte a su lado,
Mamá, suple todo lo que les falta, más aún, déjate ver, en tu rostro resplandece
la belleza de Jesús, tus modos son en todo iguales a los suyos, y así, viéndote
a Ti, con certeza podrán conocer a Jesús; después estréchalas a tu corazón
materno, infunde en ellas la vida de Jesús que Tú posees, diles que siendo Tú
su Madre las quieres para siempre felices contigo en el Cielo, y así, mientras
expiran, recíbelas en tus brazos y haz que de los tuyos pasen a los de Jesús; y
si Jesús mostrase, según los derechos de la Justicia, que no las quiere recibir, recuérdale
el amor con el que te las confió bajo la cruz, reclama tus derechos de Madre,
de manera que a tu amor y a tus plegarias Él no sabrá resistir, y mientras
contentará tu corazón, contentará también sus ardientes deseos.
Y ahora, oh
Mamá, tomemos esta sangre y démosla a todos:
A los afligidos, para que por ella reciban consuelo; a los pobres, para
que sufran resignados su pobreza; a los que son tentados, para que obtengan la
victoria; a los incrédulos, para que triunfe en ellos la virtud de la Fe; a los blasfemos, para que
cambien las blasfemias en bendiciones; a los sacerdotes, a fin de que
comprendan su misión y sean dignos ministros de Jesús. Con esta sangre toca sus labios, a fin de que
no digan palabras que no sean de gloria de Dios; toca sus pies para que corran
y vuelen en busca de almas para conducirlas a Jesús.
Demos esta
sangre a los que rigen los pueblos, para que estén unidos entre ellos y tengan
mansedumbre y amor hacia sus súbditos. Volemos ahora al purgatorio y démosla
también a las almas purgantes, pues ellas lloran y suplican esta sangre para su
liberación. ¿No escuchas, Mamá,
sus gemidos, sus delirios de amor que las torturan, y cómo continuamente se
sienten atraídas hacia el sumo bien?
Mira cómo Jesús mismo quiere purificarlas para tenerlas cuanto antes
consigo, las atrae con su amor, y ellas le corresponden con continuos ímpetus
de amor hacia Él, pero al encontrarse en su presencia, no pudiendo aún sostener
la pureza de la divina mirada, son obligadas a retroceder y a caer de nuevo en
las llamas. Mamá mía, descendamos en
esta profunda cárcel y derramando sobre ellas esta sangre, llevémosles la luz,
mitiguemos sus delirios de amor, extingamos el fuego que las quema,
purifiquémoslas de sus manchas, y así, libres de toda pena, vuelen a los brazos
del sumo bien. Demos esta sangre a las
almas más abandonadas, a fin de que encuentren en ella todos los sufragios que
las criaturas les niegan; a todas, oh Mamá, demos esta sangre, no privemos a
ninguna, a fin de que todas en virtud de ella encuentren alivio y liberación. Haz de reina en estas regiones de llanto y de
lamentos, extiende tus manos maternas y una a una sácalas de estas llamas
ardientes, y haz que todas emprendan el vuelo hacia el Cielo.
Y ahora
hagamos también nosotras un vuelo hacia el Cielo. Pongámonos a las puertas eternas, y
permíteme, oh Mamá, que también a Ti te dé esta sangre para tu mayor
gloria. Esta sangre te inunde de nueva
luz y de nuevos contentos, y haz que esta luz descienda en beneficio de todas
las criaturas para dar a todas gracias de salvación.
Mamá mía,
dame también a mí esta sangre; Tú sabes cuánto la necesito. Con tus mismas manos maternas retoca todo mi
ser con esta sangre, y retocándome purifica mis manchas, sana mis llagas,
enriquece mi pobreza; haz que esta sangre circule en mis venas y me dé toda la Vida de Jesús, descienda en
mi corazón y me lo transforme en el corazón mismo de Jesús, me embellezca tanto
que Jesús pueda encontrar todos sus contentos en mí.
Ahora sí,
oh Mamá, entremos a las regiones celestiales y demos esta sangre a todos los
santos, a todos los ángeles, a fin de que puedan recibir mayor gloria,
prorrumpir en himnos de agradecimiento a Jesús y rueguen por nosotros, y así en
virtud de esta sangre podamos un día reunirnos con ellos. Y después de haber dado a todos esta sangre,
vayamos de nuevo a Jesús. Angeles,
santos, vengan con nosotras; ah, Él suspira las almas, quiere hacerlas reentrar
a todas en su Humanidad para darles a todas los frutos de su sangre. Pongámoslas en torno a Él y se sentirá
regresar la Vida
y recompensar por la amarguísima agonía que ha sufrido. Y ahora Mamá santa, llamemos a todos los
elementos a hacerle compañía a fin de que también ellos le den honor a
Jesús. Oh luz del sol, ven a disipar las
tinieblas de esta noche para dar consuelo a Jesús; oh estrellas, con vuestros
trémulos rayos descended del cielo y venid a dar consuelo a Jesús; flores de la
tierra, venid con vuestro perfume; pajarillos, venid con vuestros trinos;
elementos todos de la tierra, venid a confortar a Jesús. Ven, oh mar, a refrescar y a lavar a Jesús,
Él es nuestro Creador, nuestra Vida, nuestro todo; vengan todos a confortarlo,
a rendirle homenaje como a nuestro Soberano Señor. Pero, ay, Jesús no busca luz, estrellas,
flores, pájaros, Él quiere almas, almas.
Helas aquí,
dulce bien mío, a todas juntas conmigo;
a tu lado está la amada Mamá, descansa entre sus brazos, también Ella
tendrá consuelo al estrecharte a su seno, pues ha tomado mucha parte en tu
dolorosa agonía; también está aquí Magdalena, está Marta, y todas las almas
amantes de todos los siglos. Oh Jesús,
acéptalas, y diles a todas una palabra de perdón y de amor; átalas a todas en
tu amor, a fin de que ningún alma te
huya más.
Pero me parece
que dices: “¡Ah hija, cuántas almas por
la fuerza huyen de Mí y se precipitan en la ruina eterna! ¿Cómo podrá entonces calmarse mi dolor, si Yo
amo tanto a una sola alma cuanto amo a todas las almas juntas?”
Conclusión
de la Agonía
Agonizante
Jesús, mientras parece que está por apagarse tu vida, oigo ya el estertor de la
agonía, veo tus bellos ojos eclipsados por la cercana muerte, tus santísimos
miembros abandonados, y frecuentemente siento que no respiras más, y siento que
el corazón se me rompe por el dolor. Te
abrazo y te siento helado; te muevo y no das señales de vida. ¿Jesús, has muerto? Afligida Mamá, ángeles del Cielo, vengan a
llorar a Jesús y no permitan que yo continúe
viviendo sin Él, porque no puedo.
Me lo estrecho más fuerte y oigo que da otro respiro y de nuevo no da
señales de vida, y yo lo llamo: “¡Jesús,
Jesús, vida mía, no te mueras! Ya oigo
el ruido de tus enemigos que vienen a prenderte, ¿quién te defenderá en el
estado en que te encuentras?” Y Él,
sacudido, parece que resurge de la muerte a la vida, me mira y me dice:
“Hija,
¿estás aquí? ¿Has sido entonces
espectadora de mis penas y de las tantas muertes que he sufrido? Debes saber, oh hija, que en estas tres horas
de amarguísima agonía he reunido en Mí todas las vidas de las criaturas, y he
sufrido todas sus penas y sus mismas muertes, dando a cada una mi misma
Vida. Mis agonías sostendrán las suyas;
mis amarguras y mi muerte se cambiarán para ellas en fuente de dulzura y de
vida. ¡Ah, cuánto me cuestan las almas! ¡Si fuese al menos correspondido! Por eso tú has visto que mientras moría, volvía
a respirar, eran las muertes de las criaturas que sentía en Mi.”
Mi
atormentado Jesús, ya que has querido encerrar en Ti también mi vida, y por lo
tanto también mi muerte, te ruego por esta tu amarguísima agonía, que vengas a
asistirme en el momento de mi muerte. Yo
te he dado mi corazón como refugio y reposo, mis brazos para sostenerte y todo
mi ser a tu disposición, y yo, oh, de buena gana me entregaría en manos de tus
enemigos para poder morir yo en lugar tuyo.
Ven, oh vida de mi corazón en aquel momento a darme lo que te he dado,
tu compañía, tu corazón como lecho y descanso, tus brazos como sostén, tu respiro
afanoso para aliviar mis afanes, de modo que conforme respire, respiraré por
medio de tu respiro, que como aire purificador me purificará de toda mancha y
me dispondrá al ingreso de la eterna bienaventuranza. Más aún mi dulce Jesús, aplicarás a mi alma toda
tu Santísima Humanidad, de modo que mirándome me verás a través de Ti mismo, y
mirándote a Ti mismo en mí, no encontrarás nada de qué juzgarme; después me
bañarás en tu sangre, me vestirás con la cándida vestidura de tu Santísima
Voluntad, me adornarás con tu amor y dándome el último beso me harás emprender
el vuelo de la tierra al Cielo. Y ahora te
ruego que hagas esto que quiero para mí, a todos los agonizantes; estréchatelos
a todos en tu abrazo de amor y dándoles
el beso de la unión contigo sálvalos a todos y no permitas que ninguno se
pierda.
Afligido
bien mío, te ofrezco esta hora santa en memoria de tu Pasión y muerte, para
desarmar la justa ira de Dios por los tantos pecados, por la conversión de
todos los pecadores, por la paz de los pueblos, por nuestra santificación y en
sufragio de las almas del Purgatorio.
Pero veo que tus enemigos están ya cerca y Tú quieres dejarme para ir a
su encuentro. Jesús, permíteme que te de
un beso en tus labios, en los cuales Judas osará besarte con su beso infernal;
permíteme que te limpie el rostro bañado en sangre, sobre el cual lloverán
bofetadas y salivazos, y estrechándome fuerte a tu corazón, yo no te dejo, sino
que te sigo y Tú me bendices y me asistes.
***
OCTAVA HORA DE MEDITACIÓN.
De las 12 de la noche a la 1 de la mañana
La captura de Jesús
Gracias
te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y
tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu
Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza
sobre tu corazón empiezo:
Oh Jesús
mío, ya es media noche; escuchas que se aproximan los enemigos, y Tú limpiándote
y enjugándote la sangre, reanimado por los consuelos recibidos vas de nuevo a
donde están tus amados discípulos, los llamas, los amonestas y te los llevas
junto contigo, y vas al encuentro de tus enemigos, queriendo reparar con tu
prontitud mi lentitud, mi desgano y pereza en el obrar y en el sufrir por amor
tuyo. Pero, oh dulce Jesús, mi bien, que
escena tan conmovedora veo: Al primero
que encuentras es al pérfido Judas, el cual acercándose a Ti y poniéndote un
brazo alrededor de tu cuello te saluda y te besa; y Tú, amor entrañable, no
desdeñas besar aquellos labios infernales, lo abrazas y te lo estrechas al
corazón, queriéndolo arrancar del infierno y dándole muestras de nuevo
amor. Mi Jesús, ¿cómo es posible no
amarte? Es tanta la ternura de tu amor
que debiera arrebatar a cada corazón a amarte, y sin embargo no te aman. Y Tú, oh mi Jesús, en este beso de Judas,
soportándolo, reparas las traiciones, los fingimientos, los engaños bajo
aspecto de amistad y de santidad, especialmente de los sacerdotes. Tu beso, además, manifiesta que a ningún
pecador, con tal de que venga a Ti humillado, rehusarías darle el perdón.
Ternísimo
Jesús mío, ya te entregas en manos de tus enemigos, dándoles el poder de
hacerte sufrir lo que ellos quieran.
También yo, oh mi Jesús, me entrego en tus manos, a fin de que Tú,
libremente, puedas hacer de mí lo que más te agrade; y junto contigo quiero
seguir tu Voluntad, tus reparaciones y sufrir tus penas. Quiero estar siempre en torno a Ti para hacer
que no haya ofensa que no te repare, amargura que no endulce, salivazos y
bofetadas que recibas que no vayan seguidas por un beso y una caricia mía. En tus caídas, mis manos estarán siempre
dispuestas a ayudarte para levantarte.
Así que siempre contigo quiero estar, oh mi Jesús, ni siquiera un minuto
quiero dejarte solo; y para estar más segura, ponme dentro de Ti, y yo estaré
en tu mente, en tus miradas, en tu corazón y en todo Tú mismo, para hacer que
lo que haces Tú, pueda hacerlo también yo, así podré hacerte fiel compañía y no
pasar por alto ninguna de tus penas, para darte por todo mi correspondencia de
amor.
Dulce bien
mío, estaré a tu lado para defenderte, para aprender tus enseñanzas y para
numerar una por una todas tus palabras.
¡Ah, cómo me desciende dulce la palabra que dirigiste a Judas: “Amigo, ¿a qué has venido?” Y siento que a mí también me diriges la
mismas palabras, no llamándome amiga sino con el dulce nombre de hija: “Hija,
¿a qué has venido?” Para oír que te
respondo: “Jesús, a amarte.” “¿A qué has
venido?”, me repites si me despierto en la mañana; “¿a qué has venido?”, si
hago oración; “¿a qué has venido?”, me repites desde la Hostia Santa si vengo
a recibirte en mi corazón. ¡Qué bello
reclamo para mí y para todos! Pero
cuántos a tu “¿a qué has venido?” responden:
Vengo a ofenderte. Otros,
fingiendo no escucharte se entregan a toda clase de pecados, y a tu pregunta
“¿a qué has venido?” responden con irse al infierno. ¡Cuánto te compadezco, oh mi Jesús! Quisiera tomar las mismas cuerdas con que van
a atarte tus enemigos, para atar a estas almas y evitarte este dolor.
Pero de
nuevo escucho tu voz ternísima que dice, mientras vas al encuentro de tus
enemigos: “¿A quién buscáis?” Y ellos
responden: “A Jesús Nazareno.” Y Tú les
dices: “Yo soy.” Con esta sola palabra
dices todo y te das a conocer por lo que eres, tanto que tus enemigos tiemblan
y caen por tierra como muertos, y Tú, amor sin par, repitiendo de nuevo “Yo
soy”, los vuelves a llamar a la vida, y por Ti mismo te entregas en manos de
tus enemigos. Y ellos, pérfidos e
ingratos, en vez de caer humildes y palpitantes a tus pies y pedirte perdón,
abusando de tu bondad y despreciando gracias y prodigios te ponen las manos
encima y con sogas y cadenas te atan, te inmovilizan, te arrojan por tierra, te
pisotean bajo sus pies, te arrancan los cabellos, y Tú, con paciencia inaudita
callas, sufres y reparas las ofensas de aquellos que a pesar de los milagros,
no se rinden a tu Gracia y se obstinan de más.
Con tus
sogas y cadenas consigues del Padre la gracia de romper las cadenas de nuestras
culpas, y nos atas con la dulce cadena del amor. Y corriges amorosamente a Pedro que quiere
defenderte, y llega hasta cortar una oreja a Malco; quieres reparar con esto
las obras buenas que no son hechas con santa prudencia, y que por demasiado
celo caen en la culpa.
Mi
pacientísimo Jesús, estas cuerdas y cadenas parece que ponen algo de más bello
a tu Divina Persona. Tu frente se hace
más majestuosa, tanto que atrae la atención de tus mismos enemigos; tus ojos
resplandecen con más luz; tu rostro divino se pone en actitud de una paz y
dulzura suprema, capaz de enamorar a tus mismos verdugos; con tu tono de voz
suave y penetrante, si bien pocos, los haces temblar, tanto que si se atreven a
ofenderte es porque Tú mismo se los permites.
Oh amor
encadenado y atado, ¿podrás permitir que Tú seas atado por causa mía, haciendo
más desahogo de amor, y yo, pequeña hija tuya, esté sin cadenas? No, no, más bien átame con tus manos
santísimas con tus mismas sogas y cadenas.
Por eso te
ruego que ates, mientras beso tu frente divina, todos mis pensamientos, mis
ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, mis afectos y todo mi ser, y al mismo
tiempo ata a todas las criaturas, para que sintiendo las dulzuras de tus
amorosas cadenas no se atrevan a ofenderte más.
Dulce bien
mío, ya es la una de la madrugada, la mente comienza a adormecerse; haré lo que
más pueda por mantenerme despierta, pero si el sueño me sorprende, me dejo en
Ti para seguir lo que haces Tú; más bien lo harás Tú mismo por mí. En Ti dejo mis pensamientos para defenderte
de tus enemigos, mi respiración como cortejo y compañía, mi latido para decirte
siempre que te amo y para darte el amor que los demás no te dan, las gotas de
mi sangre para repararte y restituirte el honor y la estima que te quitarán con
los insultos, salivazos y bofetadas.
Jesús mío, bendíceme y hazme dormir en tu adorable corazón, para que por
tus latidos, acelerados por el amor o por el dolor, pueda despertarme
frecuentemente, y así jamás interrumpir nuestra compañía. Así queda acordado, oh Jesús.
***
NOVENA HORA DE MEDITACIÓN.
De la 1 a las 2 de la mañana
Jesús,
atado, es hecho caer en el torrente Cedrón
Gracias
te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y
tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu
Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza
sobre tu corazón empiezo:
Amado bien
mío, mi pobre mente te sigue entre la vigilia y el sueño. ¿Cómo puedo abandonarme al sueño si veo que
todos te dejan y huyen de Ti? Los mismos
apóstoles, el ferviente Pedro que hace poco dijo que quería dar la vida por Ti,
el discípulo predilecto que con tanto amor has hecho reposar sobre tu corazón,
ah, todos te abandonan y te dejan en poder de tus crueles enemigos. Mi Jesús,
estás solo. Tus purísimos ojos miran a
tu alrededor para ver si al menos uno de aquellos que han sido beneficiados por
Ti te sigue para testimoniarte su amor y para defenderte; y mientras descubres
que ninguno, ninguno te ha permanecido fiel, el corazón se te oprime y rompes
en abundante llanto. Y Tú sientes más
dolor por el abandono de tus fieles amigos que por lo que te están haciendo tus
mismos enemigos. Mi Jesús, no llores, o
haz que yo llore junto contigo. Y el
amable Jesús parece que dice:
“Ah hija
mía, lloremos juntos la suerte de tantas almas consagradas a Mí, que por
pequeñas pruebas, por incidentes de la vida, no se ocupan más de Mí y me dejan
solo; lloremos por tantas otras, tímidas y viles, que por falta de valor y de
confianza me abandonan; por tantos y tantos que, al no hallar su provecho en
las cosas santas no se ocupan de Mí; por tantos sacerdotes que predican, que
celebran la Santa Misa,
que confiesan por amor al interés y a su propia gloria; esos hacen ver que
están en torno a Mí, pero Yo permanezco siempre solo. Ah hija, ¡cómo me es duro este abandono! No sólo me lloran los ojos, sino que me
sangra el corazón. Ah, te ruego que repares mi acerbo dolor prometiéndome que
no me dejarás jamás solo.”
Sí, oh mi
Jesús, lo prometo, ayudada por tu gracia y fundiéndome en tu Divina
Voluntad! Pero mientras Tú lloras el
abandono de tus amados, tus enemigos no te perdonan ningún ultraje que te
puedan hacer. Oprimido y atado como
estás, oh mi bien, tanto, que por Ti mismo ni siquiera puedes dar un paso, te
pisotean, te arrastran por esas calles llenas de piedras y de espinas, así que
no hay movimiento que no te haga tropezar en las piedras y herirte con las
espinas. Ah mi Jesús, veo que mientras
te arrastran, Tú dejas detrás de Ti tu preciosa sangre, los rubios cabellos que
te arrancan de la cabeza. Mi Vida y mi
todo, permíteme que los recoja a fin de poder atar todos los pasos de las
criaturas, que ni aun de noche dejan de herirte; más bien se sirven de la noche
para ofenderte mayormente: quién con sus
encuentros, quién por placeres, quién por teatros, quién para llevar a cabo
robos sacrílegos. Mi Jesús, me uno a Ti
para reparar todas estas ofensas. Pero, oh mi Jesús, estamos ya en el torrente
Cedrón, y los pérfidos judíos se disponen a arrojarte dentro, hacen que te
golpees contra una piedra que hay ahí, con tanta fuerza, que de tu boca
derramas tu preciosísima sangre, con la cual dejas marcada aquella piedra. Después, jalándote, te arrastran bajo aquellas
aguas pútridas, de modo que te entran en los oídos, en la boca, en la
nariz. Oh amor incomparable, Tú quedas
todo bañado y como cubierto por aquellas aguas pútridas, nauseantes y frías, y
en este estado representas a lo vivo el estado deplorable de las criaturas
cuando cometen el pecado. ¡Oh, cómo
quedan cubiertas por dentro y por fuera con un manto de inmundicias, que dan
asco al Cielo y a cualquiera que pudiese verlas, atrayéndose así los rayos de la Divina Justicia! Oh Vida de mi vida, ¿puede darse jamás amor
más grande? Para quitarnos este manto de
inmundicias Tú permites que los enemigos te arrojen en ese torrente, y todo
sufres para reparar por los sacrilegios y las frialdades de las almas que te
reciben sacrílegamente y que te obligan a que entres en sus corazones, peores
que el torrente, y que sientas toda la náusea de sus almas; Tú permites también
que estas aguas te penetren hasta en las entrañas, tanto, que los enemigos
temiendo que te ahogues, y queriendo reservarte para mayores tormentos te sacan
fuera, pero causas tanto asco, que ellos mismos sienten asco de tocarte.
Mi tierno
Jesús, estás ya fuera del torrente, mi corazón no resiste verte tan empapado
por esas aguas nauseantes; veo que por el frío Tú tiemblas de pies a cabeza;
miras a tu alrededor buscando con los ojos, lo que no haces con la voz, uno al
menos que te seque, te limpie y te caliente, pero en vano; ninguno tiene piedad
de Ti, los enemigos se burlan y se ríen de ti; los tuyos te han abandonado, la
dulce Mamá está lejana, porque así lo dispone el Padre. Aquí me tienes, oh
Jesús, ven a mis brazos. Quiero llorar
tanto, hasta formar un baño para lavarte, limpiarte y acomodarte con mis manos,
los desordenados cabellos. Mi amor,
quiero encerrarte en mi corazón para calentarte con el calor de mis afectos,
quiero perfumarte con mis deseos santos, quiero reparar todas estas ofensas y
ofrecer mi vida junto con la tuya para salvar a todas las almas. Quiero ofrecerte mi corazón como lugar de reposo,
para poderte reconfortar en algún modo por las penas sufridas hasta aquí, y
después continuaremos juntos el camino de tu Pasión.
***
DECIMA HORA DE MEDITACIÓN.
De las 2 a las 3 de la mañana
Jesús es
presentado a Anás
Gracias
te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y
tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu
Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza
sobre tu corazón empiezo:
Jesús sea
siempre conmigo. Dulce Mamá, sigamos
juntas a Jesús. Mi Jesús, centinela
divino que me vigilas en tu corazón, y no queriendo quedarte solo sin mí me
despiertas y haces que me encuentre junto contigo en casa de Anás. Te encuentras en aquel momento en que Anás te
interroga sobre tu doctrina y tus discípulos; y Tú, oh Jesús, para defender la
gloria del Padre abres tu sacratísima boca, y con voz sonora y llena de
dignidad respondes: “Yo he hablado en
público, y todos los que aquí están me han escuchado.”
Ante estas
dignas palabras tuyas, todos tiemblan, pero es tanta la perfidia, que un
siervo, queriendo honrar a Anás, se acerca a ti y te da una bofetada con la
mano, tan fuerte de hacerte tambalear y ponerse pálido tu rostro santísimo.
Ahora
comprendo dulce Vida mía por qué me has despertado, Tú tenías razón: ¿Quién
habría de sostenerte en este momento en que estás por caer? Tus enemigos rompen en risas satánicas, en
silbidos y en palmadas, aplaudiendo un acto tan injusto, y Tú, tambaleándote,
no tienes en quien apoyarte. Mi Jesús,
te abrazo, es más, quiero hacer un apoyo con mi ser; te ofrezco mi mejilla con
ánimo y pronta a soportar cualquier pena por amor tuyo; te compadezco por este
ultraje, y junto contigo te reparo las timideces de tantas almas que fácilmente
se desaniman, por aquellos que por temor no dicen la verdad, por las faltas de
respeto debido a los sacerdotes, y por todas las faltas cometidas por
murmuraciones.
Pero veo
afligido Jesús mío, que Anás te envía a Caifás, y tus enemigos te precipitan
por las escaleras, y Tú amor mío, en esta dolorosa caída reparas por aquellos
que de noche se precipitan en la culpa, aprovechándose de las tinieblas, y
llamas a los herejes y a los infieles a la luz de la fe. También yo quiero seguirte en esas
reparaciones, y mientras llegas ante Caifás te envío mis suspiros para
defenderte de tus enemigos. Y mientras
yo duermo continúa haciéndome de centinela y despiértame cuando tengas
necesidad. Por eso dame un beso y
bendíceme, y yo beso tu corazón y en él continúo mi sueño.
***
DECIMA PRIMERA HORA DE MEDITACIÓN.
De la 3 a las 4 de la mañana
Jesús en
casa de Caifás
Gracias
te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y
tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu
Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza
sobre tu corazón empiezo:
Afligido y
abandonado bien mío, mientras mi débil naturaleza duerme en tu dolorido
corazón, mi sueño frecuentemente es interrumpido por las opresiones de amor y
de dolor de tu corazón divino, y entre la vigilia y el sueño oigo los golpes
que te dan, y me despierto y digo: “Pobre de mi Jesús, abandonado por todos, no
hay quien te defienda.” Pero desde
dentro de tu corazón yo te ofrezco mi vida para servirte de apoyo en el momento
en que te hacen tropezar y me adormezco de nuevo, pero otra opresión de amor de
tu corazón divino me despierta, y siento ensordecer por los insultos que te
dicen, por las voces, por los gritos, por el correr de la gente. Amor mío, ¿cómo es que todos están contra Ti? ¿Qué has hecho que como tantos lobos feroces
te quieren despedazar? Siento que la
sangre se me hiela al oír los preparativos de tus enemigos; yo tiemblo y estoy
triste pensando cómo haré para defenderte.
Pero mi afligido Jesús teniéndome en su corazón me estrecha más fuerte y
me dice: “Hija mía, no he hecho nada de
mal y he hecho todo, oh, mi delito es el amor, que contiene todos los
sacrificios, el amor de costo inmensurable.
Estamos aún al principio; tú estate en mi corazón, observa todo, ámame,
calla y aprende; haz que tu sangre helada corra en mis venas para dar alivio a
mi sangre que es toda llamas; haz que tu temblor corra en mis miembros a fin de
que fundida en Mí puedas afirmarte y calentarte para sentir parte de mis penas,
y al mismo tiempo adquirir fuerza al verme sufrir tanto; esta será la más bella
defensa que me harás; sé fiel y atenta.”
Dulce amor
mío, es tal y tanto el estrépito de tus enemigos que no me dejan dormir más;
los golpes se hacen más violentos, oigo el rumor de las cadenas con que te han
atado tan fuertemente, que hacen salir sangre por las muñecas, con la cual Tú
marcas aquellos caminos. Recuerda que mi
sangre está en la tuya, y conforme Tú la derramas, la mía te la besa, la adora
y repara. Tu sangre sea luz a todos
aquellos que de noche te ofenden e imán para atraer a todos los corazones en
torno a Ti. Amor mío y todo mío,
mientras te arrastran y el aire parece que ensordece por los gritos y silbidos,
ya llegas ante Caifás, Tú te muestras todo manso, modesto, humilde, tu dulzura
y paciencia es tanta que hace aterrorizar a los mismos enemigos, y Caifás todo
furor, quisiera devorarte. ¡Ah, cómo se
distingue bien la inocencia y el pecado!
Amor mío,
Tú estás ante Caifás como el más culpable, en acto de ser condenado. Caifás pregunta a los testigos cuáles son tus
delitos. ¡Ah, hubiera hecho mejor
preguntando cuál es tu amor! Y quién te
acusa de una cosa y quién de otra, diciendo disparates y contradiciéndose entre
ellos; y mientras te acusan, los soldados que están a tu lado te jalan de los
cabellos, descargan sobre tu rostro santísimo horribles bofetadas que resuenan
en toda la sala, te tuercen los labios, te golpean, y Tú callas, sufres, y si
los miras, la luz de tus ojos desciende en sus corazones, y no pudiendo
soportarla se alejan de ti, pero otros llegan para darte más tormentos.
Pero entre
tantas acusaciones y ultrajes veo que pones atentos tus oídos, tu corazón late
fuerte como si fuera a estallar por el dolor.
Dime, afligido bien mío, ¿qué sucede ahora? Porque veo que todo eso que te están haciendo
tus enemigos, es tan grande tu amor que con ansia lo esperas y lo ofreces por
nuestra salvación; y tu corazón con toda calma repara las calumnias, los odios,
los falsos testimonios, y el mal que se hace a los inocentes con premeditación,
y reparas por aquellos que te ofenden por instigación de sus jefes, y por las
ofensas de los eclesiásticos; y mientras unida contigo sigo tus mismas
reparaciones, siento en Ti un cambio, un nuevo dolor no sentido hasta
ahora. Dime, ¿dime qué pasa? Hazme partícipe de todo, oh Jesús.
“¡Ah! hija,
¿quieres saberlo? Oigo la voz de Pedro
que dice no conocerme y ha jurado, ha jurado en falso, y por tercera vez, que
no me conoce. ¡Ah! Pedro, ¿cómo? ¿No me conoces? ¿No recuerdas con cuántos bienes te he
colmado? ¡Oh, si los demás me hacen
morir de penas, tú me haces morir de dolor!
¡Ah, cuánto mal has hecho al seguirme desde lejos, exponiéndote a la
ocasión!”
Negado bien
mío, cómo se conocen inmediatamente las ofensas de tus más amados. Oh Jesús, quiero hacer correr mi latido en el
tuyo para endulzar el dolor atroz que sufres, y mi latido en el tuyo te jura
fidelidad y amor y repito mil y mil veces que te conozco; pero tu corazón no se
calma todavía y tratas de mirar a Pedro.
A tus miradas amorosas, llenas de lágrimas por su negación, Pedro se
enternece, llora y se retira de allí; y Tú, habiéndolo puesto a salvo te calmas
y reparas las ofensas de los Papas y de los jefes de la Iglesia, y especialmente
por aquellos que se exponen a las ocasiones.
Pero tus enemigos continúan acusándote, y viendo Caifás que nada
respondes a sus acusaciones te dice: “Te
conjuro por el Dios vivo, dime, ¿eres Tú verdaderamente el Hijo de Dios?” Y Tú amor mío, teniendo siempre en tus labios
palabras de verdad, con una actitud de majestad suprema y con voz sonora y
suave, tanto que todos quedan asombrados, y los mismos demonios se hunden en el
abismo, respondes:
“¡Tú lo
dices, sí, Yo soy el verdadero Hijo de Dios, y un día descenderé sobre las
nubes del cielo para juzgar a todas las naciones!”
Ante tus
palabras creadoras todos hacen silencio, se sienten estremecer y espantados,
pero Caifás después de pocos instantes de espanto, reaccionando y todo
furibundo, más que bestia feroz, dice a todos:
“¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?
¡Ya ha dicho una gran blasfemia!
¿Qué más esperamos para condenarlo?
¡Ya es reo de muerte!” Y para dar
más fuerza a sus palabras se rasga las vestiduras con tanta rabia y furor, que
todos, como si fuesen uno solo, se lanzan contra Ti, bien mío, y quién te da
puñetazos en la cabeza, quién te tira por los cabellos, quién te da bofetadas,
quién te escupe en la cara, quién te pisotea con los pies. Son tales y tantos los tormentos que te dan,
que la tierra tiembla y los Cielos quedan sacudidos. Amor mío y vida mía, conforme te atormentan,
mi pobre corazón queda lacerado por el dolor.
Ah, permíteme que salga de tu dolorido corazón, y que yo en tu lugar
afronte todos esos ultrajes. Ah, si me
fuera posible quisiera arrebatarte de las manos de tus enemigos, pero Tú no lo
quieres, porque lo exige la salvación de todos, y yo me veo obligada a
resignarme.
Pero, dulce
amor mío, déjame que te limpie, que te arregle los cabellos, que te quite los
salivazos, que te limpie y te seque la sangre, para encerrarme en tu corazón,
porque veo que Caifás, cansado, quiere retirarse, entregándote en manos de los
soldados. Por eso te bendigo, y Tú
bendíceme, y dándonos el beso del amor me encierro en el horno de tu corazón
divino para conciliar el sueño, poniendo mi boca sobre tu corazón, a fin de que
conforme respire te bese, y según la diversidad de tus latidos más o menos
sufrientes, pueda advertir si Tú sufres o reposas. Y así, protegiéndote con mis brazos para
tenerte defendido, te abrazo, me estrecho fuerte a tu corazón y me duermo.
***
DECIMA SEGUNDA HORA DE MEDITACIÓN.
De las 4 a las 5 de la mañana
Jesús en
medio de los soldados
Gracias
te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y
tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu
Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza
sobre tu corazón empiezo:
Dulcísima
Vida mía, Jesús, mientras estrechada a tu corazón dormía, sentía muy a menudo
los pinchazos de las espinas que herían a tu corazón santísimo; y queriéndome
despierta junto contigo, para tener al menos una que vea todas tus penas y te
compadezca, me estrechas más fuerte a tu corazón, y yo, sintiendo más a lo vivo
tus pinchazos, me despierto, ¿pero qué veo?
¿Qué siento? Quisiera esconderte
dentro de mi corazón para ponerme yo en lugar tuyo y recibir sobre mí penas tan
dolorosas, insultos y humillaciones tan increíbles, que sólo tu amor podría
soportar tantos ultrajes. Mi
pacientísimo Jesús, ¿qué cosa podías esperar de gente tan inhumana? Ya veo que juegan contigo, te cubren el
rostro de densos salivazos, la luz de tus bellos ojos queda eclipsada por los
salivazos, y derramando ríos de lágrimas por nuestra salvación retiras esos
salivazos de tus ojos, y aquellos malvados, no soportando su corazón ver la luz
de tus ojos, vuelven a cubrirlos de nuevo con salivazos, otros haciéndose más
atrevidos en el mal, te abren tu dulcísima boca y te la llenan de fétidos
salivazos, tanto que ellos sienten nausea, y como algunos de esos esputos caen,
muestran en parte la majestad de tu rostro, tu sobrehumana dulzura, ellos se
sienten estremecer y se avergüenzan de ellos mismos y para estar más libres te
vendan los ojos con un vilísimo trapo, de modo de poder desenfrenarse del todo
sobre tu adorable persona; así que te golpean sin piedad, te arrastran, te
pisotean bajo sus pies, repiten los puñetazos, las bofetadas, sobre tu rostro y
sobre tu cabeza, rasguñándote y jalándote los cabellos y empujándote de un lado
a otro. Jesús, amor mío, mi corazón no
resiste verte en tantas penas, Tú quieres que ponga atención a todo, pero yo
siento que quisiera cubrirme los ojos para no ver escenas tan dolorosas que
arrancan de cada pecho los corazones, pero tu amor me obliga a ver lo que sucede
contigo, y veo que no abres la boca, que no dices ni una palabra para
defenderte, estás en manos de esos soldados como un harapo, y te pueden hacer
lo que quieren; y viéndolos saltar sobre Ti temo que mueras bajo sus pies. Mi bien y mi todo, es tanto el dolor que
siento por tus penas, que quisiera gritar tan fuere que me hiciera oír en el
Cielo para llamar al Padre, al Espíritu Santo y a los ángeles todos, y aquí en
la tierra, de un extremo a otro, llamar en primer lugar a la dulce Mamá y a
todas las almas amantes, a fin de que haciendo un cerco en torno a Ti,
impidamos el paso a estos insolentes soldados para que no te insulten y
atormenten más, y junto contigo reparemos toda clase de pecados nocturnos,
especialmente aquellos que cometen los sectarios sobre tu Sacramental persona
en las horas de la noche, y todas las ofensas de aquellas almas que no se
mantienen fieles en la noche de la prueba.
Pero veo,
insultado bien mío, que los soldados, cansados y ebrios quieren descansar, y mi
pobre corazón oprimido y lacerado por tus tantas penas no quiere quedarse solo
contigo, siente la necesidad de otra compañía, ah dulce Mamá mía, sé Tú mi
inseparable compañía; me estrecho fuerte a tu mano materna y te la beso y Tú
fortifícame con tu bendición, y abrazándonos junto con Jesús apoyemos nuestra
cabeza sobre su dolorido corazón para consolarlo.
Oh Jesús,
junto con la Mamá
te beso, bendícenos y junto con Ella tomaremos el sueño del amor en tu adorable
corazón.
***
DECIMA TERCER HORA.
De las 5 a las 6 de la mañana
Jesús en
prisión
Gracias
te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y
tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu
Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza
sobre tu corazón empiezo:
Mi
prisionero Jesús, me he despertado y no te encuentro, el corazón me late fuerte
y delira de amor, dime, ¿dónde estás?
Angel mío, llévame a la casa de Caifás.
Pero busco, recorro, vuelvo a buscar por todas partes y no te encuentro. Amor mío, pronto, con tus manos mueve las
cadenas que tienen atado mi corazón al tuyo, atráeme a Ti, para que atraída por
Ti pueda emprender el vuelo para ir a arrojarme en tus brazos. Ya amor mío, herido por mi voz y queriendo mi
compañía, me atraes a Ti y veo que te han puesto en prisión. Mi corazón, mientras exulta de alegría por
encontrarte, lo siento herido por el dolor al ver el estado al que te han
reducido. Te veo atado a una columna,
con las manos atrás, atados los pies, tu santísimo rostro golpeado, hinchado y
ensangrentado por las brutales bofetadas recibidas, tus santísimos ojos
lívidos, tu mirada cansada y triste por la vigilia, tus cabellos todos en
desorden, tu santísima persona toda golpeada, y por añadidura no puedes valerte
por Ti mismo para ayudarte y limpiarte porque estás atado. Y yo, oh mi Jesús, llorando, abrazándome a
tus pies exclamo: “¡Ay de mí, cómo te
han dejado, oh Jesús!” Y Jesús
mirándome, me responde:
“Ven, oh
hija mía, y pon atención a todo lo que ves que hago Yo para que lo hagas tú
junto conmigo, y así poder continuar mi Vida en ti.”
Y veo con
asombro que en vez de ocuparte de tus penas, con un amor indescriptible piensas
en glorificar al Padre para darle satisfacción por todo lo que nosotros estamos
obligados a hacer, y llamas a todas las almas en torno a Ti para tomar todos
sus males sobre de Ti y darles a ellas todos los bienes. Y como estamos al amanecer del día oigo tu
voz dulcísima que dice:
“Padre
Santo, gracias te doy por todo lo que he sufrido y por lo que me queda por
sufrir; y así como esta aurora llama al día y el día hace surgir el sol, así la
aurora de la Gracia
despunte en todos los corazones, y haciéndose día, Yo, Sol Divino, pueda surgir
en todos los corazones y reinar en todos.
Mira, oh Padre a estas almas, Yo quiero responderte por todas, por sus
pensamientos, palabras, obras, pasos, a costa de mi sangre y de mi muerte.”
Mi Jesús,
amor sin límites, me uno contigo; también yo te agradezco por cuanto me has
hecho sufrir, por lo que me quede por sufrir, y te ruego hagas despuntar en
todos los corazones la aurora de la
Gracia para que Tú, Sol Divino, puedas resurgir en todos los
corazones y reinar sobre todos.
Pero
también veo, mi dulce Jesús, que Tú
reparas todas las primicias de los pensamientos, de los afectos y palabras que
al principio del día no son ofrecidos a Ti para darte honor, y llamas en Ti,
como en custodia, los pensamientos, los afectos y palabras de las criaturas
para reparar y dar al Padre la gloria que ellas le deben.
Mi Jesús,
maestro divino, ya que en esta prisión tenemos una hora libre y estando solos,
quiero hacer no sólo lo que haces Tú, sino limpiarte, reordenarte los cabellos
y fundirme en todo Tú, por eso me acerco a tu santísima cabeza y reordenándote
los cabellos quiero repararte por tantas mentes trastornadas y llenas de
tierra, que no tienen ni un pensamiento para Ti; y fundiéndome en tu mente
quiero reunir en Ti todos los pensamientos de las criaturas y fundirlos en tus
pensamientos, para encontrar suficientes reparaciones por todos los malos
pensamientos, por tantas luces e inspiraciones sofocadas. Quisiera hacer de todos los pensamientos uno
solo con los tuyos para darte verdadera reparación y perfecta gloria.
Mi afligido
Jesús, beso tus ojos tristes y cargados de lágrimas, y que teniendo las manos
atadas a la columna no puedes limpiártelos ni quitarte los salivazos con que te
han ensuciado, y como la posición en la que te han atado es desgarradora, no
puedes cerrar tus ojos cansados para tomar reposo. Amor mío, cuanto deseo hacer con mis brazos
un lecho para darte reposo; quiero enjugarte los ojos y pedirte perdón y
repararte por cuantas veces no hemos tenido la intención de agradarte y de
mirarte para ver qué querías de nosotros, qué cosa debíamos hacer y adónde
querías que fuésemos; quiero fundir mis ojos y los de todas las criaturas en
los tuyos, para poder reparar con tus mismos ojos todo el mal que hemos hecho
con la vista.
Mi piadoso
Jesús, beso tus oídos cansados por los insultos de toda la noche, y mucho más
por el eco que resuena en tus oídos de todas las ofensas de las criaturas; te
pido perdón y reparo por cuantas veces Tú nos has llamado y hemos sido sordos,
hemos fingido no escucharte, y Tú, cansado bien mío, has repetido las llamadas,
pero en vano; quiero fundir mis oídos y los de todas las criaturas en los tuyos
para darte una continua y completa reparación.
Enamorado
Jesús, beso tu rostro santísimo, todo lívido por las bofetadas, te pido perdón
y reparo por cuantas veces Tú nos has llamado a ser víctimas de reparación, y
nosotros uniéndonos a tus enemigos te hemos dado bofetadas y salivazos. Mi Jesús, quiero fundir mi rostro en el tuyo
para restituirte tu natural belleza y darte entera reparación por todos los
desprecios que han hecho a tu santísima Majestad.
Amargado
bien mío, beso tu dulcísima boca, dolorida por los golpes y abrasada por el
amor, quiero fundir mi lengua y la de todas las criaturas en la tuya, para
reparar con tu misma lengua por todos los pecados y las conversaciones malas
que se tienen; quiero mi sediento Jesús unir todas las voces en una sola con la
tuya, para hacer que cuando estén por ofenderte, tu voz corriendo en la voz de
las criaturas sofoque las voces del pecado y las cambie en voces de alabanza y
de amor.
Encadenado
Jesús, beso tu cuello oprimido por pesadas cadenas y cuerdas, que van desde el
pecho hasta detrás de la espalda y sujetándote los brazos te tienen fuertemente
atado a la columna; ya tus manos están hinchadas y amoratadas por la estrechez
de las ataduras y de algunas partes brota sangre. Ah, permíteme atado Jesús, que te desate; y
si amas ser atado, te ato con las cadenas del amor, que siendo dulces, en vez
de hacerte sufrir te aliviarán, y mientras te desato, quiero fundirme en tu
cuello, en tu pecho, en tus hombros, en tus manos y en tus pies, para poder
reparar junto contigo todos los apegos, y dar a todos las cadenas de tu amor;
para poder reparar por todas las frialdades y llenar todos los pechos de las
criaturas con tu fuego, porque veo que es tanto lo que Tú tienes que no puedes
contenerlo; para poder reparar por todos los placeres ilícitos y el amor a las
comodidades y dar a todos el espíritu de sacrificio y el amor al
sufrimiento. Quiero fundirme en tus
manos para reparar por todas las obras malas y por el bien hecho malamente y
con presunción, y dar a todos el perfume de tus obras. Y fundiéndome en tus pies, encierro todos los
pasos de las criaturas para repararte y dar tus pasos a todos para hacerlos
caminar santamente.
Y ahora
dulce Vida mía, permíteme que fundiéndome en tu corazón encierre todos los
afectos, latidos, deseos, para repararlos junto contigo y dar a todos tus
afectos, latidos y deseos, a fin de que ninguno te ofenda más.
Pero oigo
en mis oídos el ruido de la llave, son tus enemigos que vienen a llevarte. ¡Jesús, yo tiemblo, me siento helar la sangre
porque Tú estarás de nuevo en manos de tus enemigos! ¿Qué será de Ti? Me parece oír también el ruido de las llaves
de los tabernáculos, cuántas manos profanadoras vienen a abrirlos y tal vez
para hacerte descender en corazones sacrílegos.
En cuántas manos indignas eres obligado a encontrarte. Mi prisionero Jesús, quiero encontrarme en
todas tus prisiones de amor para ser espectadora cuando tus ministros te saquen
y hacerte compañía y repararte por las ofensas que puedas recibir. Pero veo que tus enemigos están cerca y Tú
saludas al sol naciente en el último de tus días, y ellos desatándote y
viéndote todo majestad y que los miras con tanto amor, en pago descargan sobre
tu rostro bofetadas tan fuertes que lo hacen enrojecer con tu preciosísima
sangre.
Amor mío,
antes de que salgas de la prisión, en mi dolor te ruego que me bendigas, para
recibir fuerza para seguirte en el resto de tu Pasión.
***
DECIMACUARTA HORA DE
MEDITACIÓN.
De las 6 a las 7 de la mañana
Jesús de
nuevo ante Caifás y después es llevado a Pilatos
Gracias
te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y
tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu
Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza
sobre tu corazón empiezo:
Dolorido
Jesús mío, ya estás fuera de la prisión, estás tan agotado que vacilas a cada
paso. Quiero ponerme a tu lado para
sostenerte cuando vea que estás a punto de caer. Pero veo que los soldados te presentan ante
Caifás, y Tú, oh mi Jesús, como sol apareces en medio de ellos, y si bien
desfigurado, envías luz por todas partes.
Veo que Caifás se regocija de gusto al verte tan malamente reducido, y a
los reflejos de tu luz se ciega más, y en su furor te pregunta de nuevo: “¿Así que Tú realmente eres el verdadero Hijo
de Dios?” Y Tú amor mío, con una Majestad
suprema y con una gracia en tu decir, con tu acostumbrado acento dulce y
conmovedor que rapta los corazones respondes:
“Sí, Yo soy
el verdadero Hijo de Dios.” Y ellos, si bien sienten toda la fuerza de tu palabra,
sofocando todo, sin querer saber más, con voz unánime gritan: “¡Es reo de muerte, es reo de muerte!” Y Caifás confirma la sentencia de muerte y te
envía a Pilatos. Y Tú, condenado Jesús
mío, aceptas esta sentencia con tanto amor y resignación que casi la arrebatas
del inicuo pontífice, y reparas todos los pecados hechos deliberadamente y con
toda malicia, y por aquellos que en vez de afligirse por el mal, se alegran y
exultan por el mismo pecado, y esto los lleva a la ceguera y a sofocar cualquier
luz y gracia en ellos. Vida mía, tus reparaciones y oraciones hacen eco en mi
corazón y reparo y suplico junto contigo.
Dulce amor mío, veo que los soldados, habiendo perdido la poca estima
que les quedaba de Ti, al verte sentenciado a muerte te toman y agregan cuerdas
y cadenas, te atan tan fuerte que casi quitan el movimiento a tu Divina
Persona, y empujándote y arrastrándote te sacan del palacio de Caifás. Turbas del pueblo te esperan, pero ninguno
para defenderte, y Tú, mi Sol Divino, sales en medio de ellos queriendo
envolverlos a todos con tu luz. Y
conforme das los primeros pasos, queriendo encerrar en los tuyos todos los
pasos de las criaturas, ruegas y reparas por aquellos que dan sus primeros
pasos y obran con fines malos: quién
para vengarse, quién para matar, quién para traicionar, quién para robar, y
tantas otras cosas. Oh, cómo todas estas
culpas te hieren el corazón, y para impedir tanto mal, ruegas, reparas y te
ofreces todo Tú mismo. Pero mientras te
sigo, veo que Tú, mi Sol Jesús, al momento de salir del palacio de Caifás te
encuentras con la bella María, nuestra dulce Mamá; vuestras miradas se
encuentran, se hieren, y si bien quedáis aliviados al veros, también se agregan
nuevos dolores: Tú, al ver a la bella
Mamá traspasada, pálida y enlutada; y a la amada Mamá al verte a Ti, Sol
Divino, eclipsado por tantos oprobios, lloroso y envuelto en un manto de
sangre. Pero no podéis disfrutar mucho
el intercambio de miradas, y con el dolor de no poder deciros ni siquiera una
palabra, vuestros corazones se dicen todo, y fundidos el uno en el otro cesan
de mirarse porque los soldados te empujan, y así, pisoteado y arrastrado llegas
a Pilatos. Mi Jesús, me uno a la traspasada
Mamá en seguirte, para fundirme junto con Ella en Ti; y dándome una mirada de
amor, bendíceme.
***
DECIMAQUINTA
HORA DE MEDITACIÓN.
De las 7 a las 8 de la mañana
Jesús ante
Pilatos. Pilatos lo envía a Herodes
Gracias
te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y
tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu
Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza
sobre tu corazón empiezo:
Atado bien
mío, tus enemigos unidos a los sacerdotes te presentan ante Pilatos, y ellos
fingiendo santidad y escrupulosidad, debiendo festejar la Pascua se quedan fuera en
el atrio, y Tú, mi amor, viendo el fondo de su malicia reparas las hipocresías
del cuerpo religioso. También yo reparo
junto contigo, pero mientras Tú te ocupas del bien de ellos, ellos en cambio
comienzan a acusarte ante Pilatos, vomitando todo el veneno que tienen contra
Ti, pero Pilatos mostrándose insatisfecho de las acusaciones que te hacen, para
poderte condenar con motivo te llama aparte y a solas te examina y te
pregunta: “¿Eres Tú el rey de los
judíos?” Y Tú mi Jesús, verdadero rey
mío respondes:
“Mi reino
no es de este mundo; de lo contrario millares de legiones de ángeles me
defenderían.”
Y Pilatos
conmovido por la suavidad y dignidad de tu palabra, sorprendido te dice: “¿Cómo, Tú eres rey?”
Y Tú: “Es como tú lo dices, Yo lo soy, y he venido
al mundo a enseñar la
Verdad.”
Y Pilatos
sin querer saber más y convencido de tu inocencia, sale a la terraza y dice: “Yo no encuentro culpa alguna en este
hombre.” Los judíos enfurecidos te
acusan de tantas otras cosas, y Tú callas y no te defiendes, y reparas las
debilidades de los jueces cuando se encuentran de frente a los poderosos y sus
injusticias, y ruegas por los inocentes oprimidos y abandonados. Entonces Pilatos al ver el furor de tus
enemigos y para desentenderse te envía a Herodes.
Mi rey
divino, quiero repetir tus oraciones y reparaciones y acompañarte hasta
Herodes. Veo que tus enemigos,
enfurecidos, quisieran devorarte y te conducen entre insultos, burlas y befas,
y así te hacen llegar ante Herodes, el cual en actitud soberbia te hace muchas
preguntas, y Tú no respondes, no lo miras, y Herodes irritado porque no se ve
satisfecho en su curiosidad y sintiéndose humillado por tu prolongado silencio,
dice a todos que Tú eres un loco y sin juicio, y como a tal ordena que seas
tratado, y para mofarse de Ti hace que seas vestido con una vestidura blanca y
te entrega en las manos de los soldados para que te hagan lo peor que puedan.
Inocente
Jesús, ninguno encuentra culpa en Ti, sólo los judíos, porque su fingida
religiosidad no merece que resplandezca en sus mentes la luz de la verdad. Mi Jesús, sabiduría infinita, cuánto te
cuesta el haber sido declarado loco. Los
soldados abusando de Ti te arrojan por tierra, te pisotean, te cubren de
salivazos, te escarnecen, te golpean con palos, y son tantos los golpes que te
sientes morir. Son tales y tantas las
penas, los oprobios, las humillaciones que te hacen, que los ángeles lloran y
se cubren el rostro con sus alas para no verlas. También yo, mi loquito Jesús, quiero llamarte
loco, pero loco de amor, y es tanta tu locura de amor que en vez de ofenderte,
Tú ruegas y reparas por las ambiciones de los reyes que ambicionan reinos para
ruina de los pueblos, por las destrucciones que provocan, por tanta sangre que
hacen derramar por sus caprichos, por todos los pecados de curiosidad y por las
culpas cometidas en las cortes y en las milicias.
Mi Jesús,
cómo es tierno el verte en medio de tantos ultrajes orando y reparando, tus
palabras repercuten en mi corazón y sigo lo que haces Tú. Y ahora deja que me ponga a tu lado y tome
parte en tus penas y te consuele con mi amor, y alejándote a los enemigos, te
tomo entre mis brazos para darte fuerzas y besarte la frente.
Dulce amor
mío, veo que no te dan reposo y que Herodes te envía nuevamente a Pilatos. Si doloroso ha sido el venir, más trágico
será el regreso, porque veo que los judíos están más enfurecidos que antes y
están resueltos a hacerte morir a cualquier precio. Por eso antes que salgas del palacio de
Herodes quiero besarte, para testimoniarte mi amor en medio de tantas penas, y
Tú fortifícame con tu beso y con tu bendición, y te sigo ante Pilatos.
***
DECIMA SEXTA HORA DE MEDITACIÓN.
De las 8 a las 9 de la mañana
Jesús de
nuevo ante Pilatos. Es pospuesto a
Barrabás. Jesús es flagelado.
Gracias
te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y
tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu
Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza
sobre tu corazón empiezo:
Mi
atormentado Jesús, mi pobre corazón te sigue entre ansias y penas, y al verte
vestido de loco, conociendo quién eres Tú, Sabiduría infinita, que das el
juicio a todos, doy en delirio y digo:
¿Cómo, Jesús loco? ¿Jesús
malhechor? ¡Y ahora serás pospuesto al
más grande malhechor, a Barrabás! Mi
Jesús, Santidad que no tiene igual, ya estás de nuevo ante Pilatos, y éste, al
verte tan malamente reducido y vestido de loco, y sabiendo que ni siquiera
Herodes te ha condenado, queda más indignado contra los judíos y se convence
mayormente de tu inocencia y de no condenarte, pero queriendo dar alguna
satisfacción a los judíos, como para aplacar el odio, el furor, la rabia y la
sed que tienen de tu sangre, te propone a ellos junto con Barrabás, pero los
judíos gritan: “¡No queremos libre a
Jesús, sino a Barrabás!” Y entonces
Pilatos no sabiendo ya qué hacer para calmarlos te condena a la flagelación.
Mi
pospuesto Jesús, se me rompe el corazón al ver que mientras los judíos se
ocupan de Ti para hacerte morir, Tú, encerrado en Ti mismo piensas en dar a
todos la Vida, y
poniendo atención te escucho decir:
“Padre
Santo, mira a tu Hijo vestido de loco, esto te repara la locura de tantas
criaturas al caer en el pecado; esta vestidura blanca sea ante Ti como disculpa
por tantas almas que se visten con la lúgubre vestidura de la culpa. Mira oh Padre, el odio, el furor, la rabia
que tienen contra Mí, que casi les hace perder la luz de la razón, la sed que
tienen de mi sangre, y Yo quiero repararte todos los odios, las venganzas, las
iras, los homicidios, y conseguir a todos la luz de la razón. Mírame de nuevo Padre mío, ¿se puede dar insulto
mayor? Me han pospuesto al más grande
malhechor, y Yo quiero repararte todas las posposiciones que se hacen, ¡ah,
todo el mundo está lleno de posposiciones!
Quien nos pospone a un vil interés, quien a los honores, quien a las
vanidades, quien a los placeres, a los apegos, a las dignidades, a las crápulas
y hasta al mismo pecado, y en modo unánime todas las criaturas, aún a cada
pequeña tontería nos posponen, y Yo estoy dispuesto a aceptar ser pospuesto a
Barrabás para reparar las posposiciones de las criaturas.”
Mi Jesús,
me siento morir de dolor y de confusión al ver tu gran amor en medio de tantas
penas y el heroísmo de tus virtudes en medio de tantas penas e insultos. Tus palabras y reparaciones, como tantas
heridas se repercuten en mi pobre corazón, y en mi dolor repito tus plegarias y
tus reparaciones, ni siquiera un instante puedo separarme de Ti, de otra manera
muchas cosas de lo que haces Tú se me escaparían. Pero, ¿qué veo? Los soldados te conducen a una columna para
flagelarte. Amor mío, te sigo y Tú con
tu mirada de amor mírame y dame la fuerza para asistir a tu dolorosa
flagelación.
Jesús Flagelado
Mi purísimo
Jesús, ya estás junto a la columna, los soldados enfurecidos te sueltan para
atarte a ella, pero no es suficiente, te despojan de tus vestiduras para hacer
cruel carnicería de tu santísimo cuerpo.
Amor mío, vida mía, me siento desfallecer por el dolor de verte desnudo,
Tú tiemblas de pies a cabeza y tu santísimo rostro se tiñe de virginal rubor, y
es tanta tu confusión y tu agotamiento, que no sosteniéndote en pie estás a
punto de caer a los pies de la columna, pero los soldados sosteniéndote, no por
ayudarte sino para poderte atar, no te dejan caer. Ya toman las sogas, te atan los brazos, pero
tan fuerte que enseguida se hinchan y de la punta de los dedos brota
sangre. Después, en torno a la columna
pasan sogas que sujetan tu santísima persona hasta los pies, y tan fuerte que
no puedes hacer ni siquiera un movimiento, y así poder ellos desenfrenarse
sobre de Ti libremente.
Despojado
Jesús mío, permíteme que me desahogue, de otra manera no puedo continuar
viéndote sufrir tanto. ¿Cómo? Tú que vistes a todas las cosas creadas, al
sol de luz, al cielo de estrellas, a las plantas de hojas, a los pajarillos de
plumas, Tú, ¿desnudo? ¡Qué
atrevimiento! Pero mi amante Jesús, con
la luz que irradia de sus ojos me dice:
“Calla, oh
hija. Era necesario que fuese desnudado
para reparar por tantos que se despojan de todo pudor, de candor y de
inocencia; que se desnudan de todo bien y virtud, de mi Gracia, y se visten de
toda brutalidad, viviendo a modo de brutos.
En mi virginal rubor reparé las tantas deshonestidades y afeminaciones y
placeres bestiales. Por eso atenta a lo
que hago y ruega y repara conmigo y cálmate.”
Flagelado
Jesús, tu amor pasa de exceso en exceso, veo que los verdugos toman los
flagelos y te azotan sin piedad, tanto, que todo tu santísimo cuerpo queda
lívido; es tanta la ferocidad y el furor al golpearte, que están ya cansados,
pero otros dos los sustituyen y tomando varas espinosas te azotan tanto, que
enseguida de tu santísimo cuerpo comienza a chorrear a ríos la sangre, y lo
continúan golpeando todo, abriendo surcos y lo llenan de llagas. Pero aún no les basta, otros dos continúan, y
con cadenas de fierro continúan la dolorosa carnicería. A los primeros golpes esas carnes llagadas se
desgarran y a pedazos caen por tierra; los huesos quedan al descubierto y la
sangre brota tanto, que forma un lago de sangre en torno a la columna.
Mi Jesús
desnudado, amor mío, mientras Tú estás bajo esta tempestad de golpes, me abrazo
a tus pies para poder tomar parte en tus penas y quedar toda cubierta con tu
preciosísima sangre, pero cada golpe que Tú recibes es una herida a mi corazón,
mucho más, pues poniendo atención oigo tus gemidos, los cuales no se escuchan
bien porque la tempestad de golpes ensordece el ambiente, y en esos gemidos Tú
dices:
“Vosotros,
todos los que me amáis, vengan a aprender el heroísmo del verdadero amor;
vengan a apagar en mi sangre la sed de vuestras pasiones, la sed de tantas
ambiciones, de tantas vanidades y placeres, de tanta sensualidad; en esta mi
sangre encontraréis el remedio a todos vuestros males.”
Tus gemidos
continúan diciendo: “Mírame, oh Padre,
bajo esta tempestad de golpes, todo llagado, pero no basta, quiero formar
tantas llagas en mi cuerpo para dar suficientes moradas en el Cielo de mi
Humanidad a todas las almas, en modo de formar en Mí mismo su salvación, y
después hacerlas pasar al Cielo de la Divinidad. Padre mío, cada golpe de
estos flagelos repare ante Ti, uno a uno cada especie de pecado, y conforme me
golpean, así sea excusa para aquellos que los cometen. Que estos golpes golpeen los corazones de las
criaturas y les hablen de mi amor por ellas, tanto, de forzarlas a rendirse a
Mí.”
Y mientras
esto dices, es tan grande tu amor, si bien con sumo dolor, que casi incitas a
los verdugos a que te azoten aún más. Mi
descarnado Jesús, tu amor me aplasta, me siento enloquecer; y si bien tu amor
no está cansado, los verdugos están agotados y no pueden continuar la dolorosa
carnicería. Ya te quitan las cuerdas y
Tú caes casi muerto en tu propia sangre; y al ver los pedazos de tus
carnes te sientes morir por el dolor, al
ver en aquellas carnes arrancadas de Ti, a las almas perdidas, y es tanto tu
dolor, que agonizas en tu propia sangre.
Mi Jesús,
deja que te tome entre mis brazos para restaurarte un poco con mi amor. Te beso, y con mi beso encierro a todas las
almas en Ti, así ninguna más se perderá, y Tú bendíceme.
***
DECIMASEPTIMA HORA DE MEDITACIÓN.
De las 9 a las 10 de la mañana
Jesús
coronado de espinas. “Ecce Homo.” Jesús es condenado a muerte.
Gracias
te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y
tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu
Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza
sobre tu corazón empiezo:
Mi Jesús,
amor infinito, mientras más te miro más comprendo cuánto sufres. Ya estás todo lacerado y no hay parte sana en
Ti; los verdugos enfurecidos al ver que Tú en medio de tantas penas los miras
con tanto amor, que tu mirada amorosa formando un dulce encanto, casi como
tantas voces ruegan y suplican más penas y nuevas penas, y estos, si bien
inhumanos, pero también forzados por tu amor, te ponen de pie, y Tú, no
sosteniéndote caes de nuevo en tu propia sangre, y ellos, irritados, con
patadas y con empujones te hacen llegar al lugar donde te coronarán de espinas.
Amor mío,
si Tú no me sostienes con tu mirada de amor, yo no puedo continuar viéndote
sufrir. Siento ya un escalofrío en los
huesos, el corazón me late fuertemente, me siento morir, ¡Jesús, Jesús,
ayúdame! Y mi amable Jesús me dice:
“Animo, no
pierdas nada de lo que he sufrido; sé atenta a mis enseñanzas. Yo debo rehacer en todo al hombre, la culpa
le ha quitado la corona y lo ha coronado de oprobios y de confusión, así que no
puede comparecer ante mi Majestad, la culpa lo ha deshonrado haciéndole perder
todo derecho a los honores y a la gloria, por eso quiero ser coronado de
espinas, para poner sobre la frente del hombre la corona y restituirle todos
los derechos a cualquier honor y gloria; y mis espinas serán ante mi Padre
reparaciones y voces de disculpa por los tantos pecados de pensamiento y
especialmente de soberbia; y serán voces de luz y de súplica a cada mente
creada para que no me ofendan; por eso, tú únete conmigo y ora y repara junto
conmigo.”
Coronado
Jesús, tus crueles enemigos te hacen sentar, te ponen encima un trapo de
púrpura, toman la corona de espinas y con furia infernal te la ponen sobre tu
adorable cabeza, y a golpes de palo te hacen penetrar las espinas en la frente,
y algunas te llegan hasta los ojos, a las orejas, al cráneo y hasta detrás en
la nuca. ¡Amor mío, qué desgarro, qué
penas tan inenarrables! ¡Cuántas muertes
crueles no sufres! La sangre te corre
sobre tu rostro, de manera que no se ve más que sangre, pero bajo esas espinas
y esa sangre se descubre tu rostro santísimo radiante de dulzura, de paz y de
amor, y los verdugos queriendo completar la tragedia te vendan los ojos, te
ponen una caña en la mano por cetro y comienzan sus burlas. Te saludan como rey de los judíos, te golpean
la corona, te dan bofetadas y te dicen:
“Adivina quién te ha golpeado.” Y
Tú callas y respondes con reparar las ambiciones de quienes aspiran a reinos, a
las dignidades, a los honores, y por aquellos que encontrándose en estos
puestos, no comportándose bien forman la ruina de los pueblos y de las almas
confiadas a ellos, y cuyos malos ejemplos son causa de empujar al mal y de que
se pierdan almas. Con esa caña que
tienes en la mano reparas por tantas obras buenas vacías de espíritu interior,
e incluso hechas con malas intenciones.
En los insultos y en esa venda reparas por aquellos que ponen en
ridículo las cosas más santas, desacreditándolas y profanándolas, y reparas por
aquellos que se vendan la vista de la inteligencia para no ver la luz de la
verdad. Con esta venda impetras para nosotros
el que nos quitemos las vendas de las pasiones, de las riquezas y los
placeres. Mi rey Jesús, tus enemigos
continúan sus insultos, y la sangre que escurre de tu santísima cabeza es
tanta, que llegándote hasta la boca te impide hacerme oír claramente tu
dulcísima voz, y por eso no puedo hacer lo que haces Tú, por eso vengo a tus
brazos, quiero sostener tu cabeza traspasada y dolorida, quiero poner mi cabeza
bajo esas espinas para sentir sus pinchazos.
Pero mientras digo esto, mi Jesús me llama con su mirada de amor y yo
corro, me abrazo a su corazón y trato de sostener su cabeza. ¡Oh, cómo es bello estar con Jesús, aun en
medio de mil tormentos! Y Él me dice:
“Hija mía,
estas espinas dicen que quiero ser constituido rey de cada corazón; a Mí me
corresponde todo dominio; tú toma estas espinas y pincha tu corazón y haz salir
de él todo lo que a Mí no pertenece y deja las espinas dentro de tu corazón
como señal de que Yo soy tu rey y para impedir que ninguna otra cosa entre en
ti. Después gira por todos los
corazones, y pinchándolos haz salir de ellos todos los humos de soberbia, la
podredumbre que contienen, y constitúyeme Rey de todos.”
Amor mío,
el corazón se me oprime al dejarte, por eso te ruego que ensordezcas mis oídos
con tus espinas para que sólo pueda oír tu voz; que me cubras los ojos con tus
espinas para poder mirarte sólo a Ti; que me llenes con tus espinas la boca, de
modo que mi lengua quede muda a todo lo que pudiera ofenderte, y tenga libre la
lengua para alabarte y bendecirte en todo.
Oh mi Rey Jesús, circúndame de espinas, y estas espinas me custodien, me
defiendan y me tengan toda atenta a Ti.
Y ahora quiero limpiarte la sangre y besarte, porque veo que tus
enemigos te conducen a Pilatos, el cual te condenará a muerte. Amor mío, ayúdame a continuar tu dolorosa
Vida y bendíceme.
Mi coronado
Jesús, mi pobre corazón herido por tu amor y traspasado por tus penas no puede
vivir sin Ti, por eso te busco y te encuentro nuevamente ante Pilatos. ¡Pero qué espectáculo conmovedor! ¡Los Cielos se horrorizan y el infierno
tiembla de espanto y de rabia! Vida de
mi corazón, mi mirada no puede soportar el mirarte sin sentirme morir; pero la
fuerza raptora de tu amor me obliga a mirarte para hacerme comprender bien tus
penas; y yo entre lágrimas y suspiros te contemplo. Mi Jesús, estás desnudo, y en vez de vestidos
te veo vestido de sangre, las carnes abiertas y destrozadas, los huesos al
descubierto, tu santísimo rostro irreconocible; las espinas clavadas en tu
santísima cabeza te llegan a los ojos, al rostro, y yo no veo más que sangre,
que corriendo hasta la tierra forma un arroyo sanguinolento bajo tus pies. ¡Mi Jesús, no te reconozco más por como has
quedado reducido! ¡Tu estado ha llegado
a los excesos más profundos de las humillaciones y de los dolores! ¡Ah, no puedo soportar tu visión tan
dolorosa! Me siento morir, quisiera
arrebatarte de la presencia de Pilatos para encerrarte en mi corazón y darte
descanso; quisiera sanar tus llagas con mi amor, y con tu sangre quisiera
inundar todo el mundo para encerrar en ella a todas las almas y conducirlas a
Ti como conquista de tus penas. Y Tú, oh
paciente Jesús, a duras penas parece que me miras por entre las espinas y me
dices:
“Hija mía,
ven entre mis atados brazos, apoya tu cabeza sobre mi seno y verás dolores más
intensos y acerbos, porque lo que ves por fuera de mi Humanidad no es otra cosa
que el desahogo de mis penas interiores.
Pon atención a los latidos de mi corazón y oirás que reparo las
injusticias de los que mandan, la opresión de los pobres, de los inocentes
pospuestos a los culpables, la soberbia de aquellos que para conservar las
dignidades, los cargos, las riquezas, no dudan en romper cualquier ley y en
hacer mal al prójimo, cerrando los ojos a la luz de la verdad. Con estas espinas quiero romper el espíritu
de soberbia de “sus señorías”, y con las heridas que forman en mi cabeza quiero
abrirme camino en sus mentes, para reordenar en ellas todas las cosas según la
luz de la verdad. Con estar así
humillado ante este injusto juez, quiero hacer comprender a todos que solamente
la virtud es la que constituye al hombre rey de sí mismo, y enseño a quien
manda, que solamente la virtud, unida al recto saber, es la única digna y capaz
de gobernar y regir a los demás, mientras que todas las otras dignidades, sin
la virtud, son cosas peligrosas y deplorables.
Hija mía, haz eco a mis reparaciones y sigue poniendo atención a mis
penas.”
Amor mío,
veo que Pilatos, al verte tan malamente reducido, se siente estremecer y todo
impresionado exclama: “¿Será posible
tanta crueldad en los corazones humanos?
¡Ah, no era esta mi voluntad al condenarlo a los azotes!” Y queriendo liberarte de las manos de tus
enemigos, para poder encontrar razones más convenientes, todo hastiado y
apartando la mirada, porque no puede sostener tu visión demasiado dolorosa,
vuelve a interrogarte: “Pero dime, ¿qué
has hecho? Tu gente te ha entregado en
mis manos, dime, ¿Tú eres rey? ¿Cual es
tu reino?”
A las
preguntas apresuradas de Pilatos, Tú, oh mi Jesús, no respondes, y ensimismado
en Ti mismo piensas en salvar mi pobre alma a costa de tantas penas. Y Pilatos, porque no respondes, añade: “¿No sabes Tú que está en mi poder el
liberarte o el condenarte?” Pero Tú, oh
amor mío, queriendo hacer resplandecer en la mente de Pilatos la luz de la
verdad le respondes:
“No
tendrías ningún poder sobre Mí si no te viniera de lo alto, pero aquellos que
me han entregado en tus manos han cometido un pecado más grave que el tuyo.”
Entonces
Pilatos, como movido por la dulzura de tu voz, indeciso como está, con el
corazón en tempestad, creyendo que los corazones de los judíos fuesen más
piadosos, se decide a mostrarte desde la terraza, esperando que se muevan a
compasión al verte tan desgarrado, y así poderte liberar.
Dolorido
Jesús mío, mi corazón desfallece al verte seguir a Pilatos, con trabajos
caminas y encorvado bajo aquella horrible corona de espinas, la sangre marca
tus pasos, y en cuanto sales fuera escuchas a la muchedumbre escandalosa que,
ansiosa espera tu condena. Pilatos
imponiendo silencio para llamar la atención de todos y hacerse escuchar por
todos, toma con repugnancia los dos extremos de la púrpura que te cubre el
pecho y los hombros, los levanta para hacer que todos vean a qué estado has
quedado reducido, y en voz alta dice:
“¡Ecce Homo! Mírenlo, no tiene
más figura de hombre, observen sus llagas; ya no se le reconoce; si ha hecho
mal ya ha sufrido suficiente, más bien demasiado; yo estoy arrepentido de
haberle hecho sufrir tanto, por eso dejémoslo libre.”
Jesús, amor
mío, deja que te sostenga, porque veo que no sosteniéndote en pie bajo el peso
de tantas penas, vacilas. Ah, en este
momento solemne se decide tu suerte, a las palabras de Pilatos se hace un
profundo silencio en el Cielo, en la tierra y en el infierno. Y después, como en una sola voz oigo el grito
de todos: “¡Crucifícalo, crucifícalo, a
cualquier costo lo queremos muerto!”
Vida mía,
Jesús, veo que tiemblas, el grito de muerte desciende en tu corazón, y en estas
voces descubres la voz de tu amado Padre que dice:
“¡Hijo mío,
te quiero muerto, y muerto crucificado!”
Ah, oyes también a tu Mamá, que si bien traspasada, desolada, hace eco a
tu amado Padre: “¡Hijo, te quiero
muerto!” Los ángeles, los santos, el
infierno, todos a voz unánime gritan:
“¡Crucifícalo, crucifícalo!” Así
que no hay alma que te quiera vivo. Y,
ay, ay, con mi mayor rubor, dolor y horror, también yo me siento obligada por
una fuerza suprema a gritar: “¡Crucifícalo!”
Mi Jesús,
perdóname si también yo, miserable alma pecadora, te quiero muerto. Sin embargo te ruego que me hagas morir junto
contigo.
Y Tú,
mientras tanto, oh mi destrozado Jesús, movido por mi dolor parece que me
dices:
“Hija mía,
estréchate a mi corazón y toma parte en mis penas y en mis reparaciones; el
momento es solemne, se debe decidir, o mi muerte, o la muerte de todas las
criaturas. En este momento dos
corrientes se vierten en mi corazón, en una están las almas que, si me quieren
muerto es porque quieren hallar en Mí la Vida, y así, al aceptar Yo la muerte por ellas
son absueltas de la condenación eterna y las puertas del Cielo se abren para
recibirlas; en la otra corriente están aquellas que me quieren muerto por odio
y como confirmación de su condenación y mi corazón está lacerado y siente la
muerte de cada una de éstas y sus mismas penas del infierno. Mi corazón no soporta estos acerbos dolores;
siento la muerte a cada latido y a cada respiro, y voy repitiendo: “¿Por qué tanta sangre será derramada en
vano? ¿Por qué mis penas serán inútiles
para tantos? ¡Ah, hija, sostenme que no
puedo más, toma parte en mis penas, tu vida sea un continuo ofrecimiento para
salvar las almas y para mitigarme penas tan desgarradoras!”
Corazón
mío, Jesús, tus penas son las mías y hago eco a tus reparaciones. Pero veo que Pilatos queda atónito y se
apresura a decir: “¿Cómo? ¿Debo crucificar a vuestro rey? Yo no encuentro culpa en Él para
condenarlo.” Y los judíos haciendo
escándalo gritan: “No tenemos otro rey
que el Cesar, y si tú no lo condenas no eres amigo del Cesar; loco, insensato, crucifícalo, crucifícalo.”
Pilatos, no
sabiendo qué más hacer, por temor a ser destituido hace traer un recipiente con
agua y lavándose las manos dice: “Yo soy
inocente de la sangre de este Justo.” Y
te condena a muerte. Pero los judíos
gritan: “¡Su sangre caiga sobre nosotros
y sobre nuestros hijos! Y al verte
condenado estallan en fiesta, aplauden, silban, gritan; mientras Tú, oh Jesús,
reparas por aquellos que encontrándose en el poder, por vano temor y por no
perder su puesto rompen las leyes más sagradas, no importándoles la ruina de
pueblos enteros, favoreciendo a los impíos y condenando a los inocentes;
reparas también por aquellos que después de la culpa instigan a la Ira Divina a castigarlos. Pero mientras reparas todo esto, el corazón
te sangra por el dolor de ver al pueblo escogido por Ti, fulminado por la
maldición del Cielo, que ellos mismos con plena voluntad han querido,
sellándola con tu sangre que han imprecado.
Ah, tu corazón desfallece, déjame que lo sostenga entre mis manos
haciendo mías tus reparaciones y tus penas; pero tu amor te empuja aún más
alto, e impaciente ya buscas la cruz.
Vida mía, te seguiré, pero por ahora repósate en mis brazos, y después
llegaremos juntos al monte Calvario; por eso permanece en mí y bendíceme.
***
DECIMOCTAVA
HORA
De las 10 a las 11 de la mañana
Jesús toma
la cruz y se dirige al Calvario donde es desnudado.
Gracias
te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y
tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu
Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza
sobre tu corazón empiezo:
Mi Jesús,
amor insaciable, veo que no te das paz, siento tus desvaríos de amor, tus
dolores; el corazón te late con fuerza y en cada latido siento explosiones,
torturas, violencias de amor, y Tú, no pudiendo contener el fuego que te
devora, te afanas, gimes, suspiras, y en cada gemido te oigo decir: “¡Cruz!”
Cada gota de tu sangre repite:
“¡Cruz!” Todas tus penas, en las
cuales como en un mar interminable Tú nadas dentro, repiten entre ellas: “¡Cruz!”
Y Tú exclamas: “¡Oh cruz amada y
suspirada, tú sola salvarás a mis hijos, y Yo concentro en ti todo mi amor!”
Entre
tanto, tus enemigos te hacen reentrar en el pretorio, te quitan la púrpura
queriendo ponerte de nuevo tus vestidos.
¡Pero ay, cuánto dolor! ¡Me sería
más dulce el morir que verte sufrir tanto!
¡La vestidura se atora en la corona y no pueden sacártela por arriba,
así que con crueldad jamás vista te arrancan todo junto, vestidos y
corona. A tan cruel tirón muchas espinas
se rompen y quedan clavadas en tu santísima cabeza; la sangre a ríos te llueve
y es tanto tu dolor, que gimes; pero tus enemigos no tomando en cuenta tus
torturas, te ponen tus vestiduras y de nuevo vuelven a ponerte la corona
oprimiéndola fuertemente sobre tu cabeza, y hacen que las espinas te lleguen a
los ojos, a las orejas, así que no hay parte de tu santísima cabeza que no
sienta los pinchazos de ellas. Es tanto
tu dolor que vacilas bajo esas manos cueles, te estremeces de pies a cabeza y
entre atroces espasmos estás a punto de morir, y con tus ojos apagados y llenos
de sangre, con trabajos me miras para pedirme ayuda en medio de tanto dolor.
Mi Jesús,
rey de los dolores, deja que te sostenga y te estreche a mi corazón. Quisiera tomar el fuego que te devora para
incinerar a tus enemigos y ponerte a salvo, pero Tú no quieres porque las
ansias de la cruz se hacen más ardientes y quieres inmolarte ya sobre ella, aun
para bien de tus mismos enemigos. Pero
mientras te estrecho a mi corazón, Tú estrechándome al tuyo me dices:
“Hija mía,
hazme desahogar mi amor, y junto conmigo repara por aquellos que hacen el bien
y me deshonran. Estos judíos me visten
con mis ropas para desacreditarme mayormente ante el pueblo, para convencerlo
de que Yo soy un malhechor. Aparentemente
la acción de vestirme era buena, pero en sí misma era mala. Ah, cuántos hacen obras buenas, administran
sacramentos, los frecuentan pero con fines humanos e incluso perversos, pero el
bien mal hecho lleva a la dureza; Yo quiero ser coronado una segunda vez, con
dolores más atroces que en la primera, para romper esta dureza y así, con mis
espinas, atraerlos a Mí. Ah, hija mía,
esta segunda coronación me es mucho más dolorosa, la cabeza me la siento
nadando entre espinas, y en cada movimiento que hago o golpe que me dan, tantas
muertes crueles sufro. Reparo así la
malicia de las ofensas, reparo por aquellos que en cualquier estado de ánimo en
que se encuentren, en vez de pensar en la propia santificación se disipan y
rechazan mi Gracia, y regresan a darme espinas más punzantes, y Yo soy obligado
a gemir, a llorar con lágrimas de sangre y a suspirar por su salvación. ¡Ah, Yo hago todo por amarlas, y las
criaturas hacen de todo para ofenderme!
Al menos tú no me dejes solo en mis penas y en mis reparaciones.”
Destrozado
bien mío, contigo reparo, contigo sufro, pero veo que tus enemigos te
precipitan por las escaleras, el pueblo con furor y ansias te espera; ya te
hacen encontrar preparada la cruz, que con tantos suspiros buscas, y Tú con
amor la miras y con paso decidido te acercas a abrazarla, pero antes la besas,
y corriéndote un estremecimiento de alegría por tu santísima Humanidad, con
sumo contento tuyo vuelves a mirarla y mides su largo y su ancho. En ella estableces la porción para todas las
criaturas, las dotas suficientemente para vincularlas a la Divinidad con nudo de
nupcias y hacerlas herederas del Reino de los Cielos; después, no pudiendo
contener el amor con el cual las amas, vuelves a besar la cruz y le dices:
“Cruz
adorada, finalmente te abrazo; eras tú el suspiro de mi corazón, el martirio de
mi amor, pero tú, oh cruz, tardaste hasta ahora, mientras mis pasos siempre se
dirigían hacia ti. Cruz santa, eras tú
la meta de mis deseos, la finalidad de mi existencia acá abajo, en ti concentro
todo mi Ser; en ti pongo a todos mis hijos y tú serás su vida y su luz, su
defensa, su custodia, su fuerza. Tú los
ayudarás en todo y me los conducirás gloriosos al Cielo. Oh cruz, cátedra de sabiduría, sólo tú
enseñarás la verdadera santidad, sólo tú formarás los héroes, los atletas, los
mártires, los santos. Cruz bella, tú
eres mi trono y debiendo Yo partir de la tierra, tú permanecerás en lugar mío;
a ti te entrego en dote a todas las almas.
A ti las confío para que me las custodies y me las salves.”
Y diciendo
esto, ansioso te la haces poner sobre tus santísimos hombros. Ah mi Jesús, la cruz para tu amor es
demasiado ligera, pero al peso de la cruz se une el de nuestras enormes e
inmensas culpas, enormes e inmensas cuanto es la extensión de los cielos, y Tú,
quebrantado bien mío, te sientes aplastar bajo el peso de tantas culpas, tu
alma se horroriza ante la vista de ellas y siente la pena de cada culpa; tu
santidad queda turbada ante tanta fealdad, y por esto poniendo la cruz sobre
tus hombros, vacilas, jadeas, y de tu santísima Humanidad brota un sudor
mortal. Ah, amor mío, no tengo ánimo
para dejarte solo, quiero dividir junto contigo el peso de la cruz, y para
aliviarte el peso de las culpas me estrecho a tus pies; quiero darte a nombre
de todas las criaturas: Amor por quien
no te ama, alabanzas por quien te desprecia, bendiciones, agradecimientos,
obediencia por todas. Declaro que en
cualquier ofensa que recibas, yo quiero ofrecerte toda yo misma para repararte,
hacer el acto opuesto a las ofensas que las criaturas te hacen y consolarte con
mis besos y mis continuos actos de amor.
Pero veo que soy demasiado miserable, tengo necesidad de Ti para poderte
reparar de verdad, por eso me uno a tu santísima Humanidad, y junto a Ti uno
mis pensamientos a los tuyos para reparar mis pensamientos malos y los de
todos; uno mi boca a la tuya para reparar las blasfemias y las malas
conversaciones; uno mi corazón al tuyo para reparar las inclinaciones, los
deseos y los afectos malos; en una palabra, quiero reparar todo lo que repara
tu santísima Humanidad, uniéndome a la inmensidad de tu amor por todos y al
bien inmenso que haces a todos. Pero no
estoy contenta aún, quiero unirme a tu Divinidad y perder mi nada en Ella, y
así te doy el todo: Te doy tu amor para
confortar tus amarguras; te doy tu corazón para reconfortarte por nuestras
frialdades, incorrespondencias, ingratitudes y poco amor de las criaturas; te
doy tus armonías para aliviarte el oído de las blasfemias que le llegan; te doy
tu belleza para reconfortarte de las fealdades de nuestras almas cuando nos
ensuciamos en la culpa; te doy tu pureza para aliviarte por las faltas de
rectitud de intención, y por el fango y podredumbre que ves en tantas almas; te
doy tu inmensidad para aliviarte de las estrecheces voluntarias donde se meten
las almas; te doy tu ardor para quemar todos los pecados y todos los corazones,
a fin de que todos te amen y ninguno más te ofenda; en suma, te doy todo lo que
Tú eres para darte satisfacción infinita, amor eterno, inmenso e infinito.
La vía dolorosa al Calvario
Mi
pacientísimo Jesús, veo que das los primeros pasos bajo el peso enorme de la
cruz, y yo uno mis pasos a los tuyos y cuando Tú, débil, desangrado y vacilante
estés por caer, yo estaré a tu lado para sostenerte, pondré mis hombros bajo la
cruz para dividir junto contigo el peso de ella. Tú no me desdeñarás, sino acéptame como tu
fiel compañera. Oh Jesús, me miras y veo
que reparas por aquellos que no llevan con resignación su propia cruz, sino que
maldicen, se irritan, se suicidan y cometen homicidios; y Tú impetras para
todos amor y resignación a la propia cruz; pero es tanto tu dolor, que te
sientes como destrozar bajo la cruz. Son
apenas los primeros pasos que das y ya caes bajo de ella, y al caer te golpeas
en las piedras, las espinas se clavan más en tu cabeza, mientras que todas tus
llagas se abren y sangran nuevamente; y como no tienes fuerzas para levantarte,
tus enemigos, irritados, a patadas y con empujones tratan de ponerte en pie.
Caído amor
mío, deja que te ayude a ponerte en pie, te bese, te limpie la sangre y junto
contigo repare por aquellos que pecan por ignorancia, por fragilidad y
debilidad, y te ruego que des ayuda a estas almas.
Vida mía,
Jesús, tus enemigos haciéndote sufrir penas inauditas, han logrado ponerte en
pie, y mientras caminas vacilante oigo tu respiro afanoso, tu corazón late más
fuerte y nuevas penas te lo traspasan intensamente, sacudes la cabeza para
quitar de tus ojos la sangre que los llena, y ansioso miras. Ah mi Jesús, he entendido todo, es tu Mamá
que como gimiente paloma va en tu busca, quiere decirte una última palabra y
recibir una última mirada tuya, y Tú sientes sus penas, su corazón lacerado en
el tuyo, y enternecido y herido por vuestro común amor la descubres, que abriéndose
paso a través de la muchedumbre, a cualquier costo quiere verte, abrazarte y
darte el último adiós. Pero Tú quedas
aún más traspasado al ver su palidez mortal y todas tus penas reproducidas en
Ella por la fuerza del amor. Y si Ella
continúa viviendo es sólo por un milagro de tu Omnipotencia. Ya diriges tus
pasos al encuentro de los suyos, pero con trabajo podéis intercambiar las miradas. ¡Oh dolor del corazón de ambos! Los soldados lo advierten y con golpes y
empujones impiden que Mamá e Hijo se den el último adiós, y es tan grande la
angustia de los dos, que tu Mamá queda petrificada por el dolor y casi está por
sucumbir; el fiel Juan y las piadosas mujeres la sostienen, mientras Tú de
nuevo caes bajo la cruz. Entonces tu
doliente Mamá, lo que no hace con el cuerpo porque se ve imposibilitada lo hace
con el alma, entra en Ti, hace suyo el Querer del Eterno y asociándose en todas
tus penas te hace el oficio de Mamá, te besa, te repara, te cura, y en todas
tus llagas derrama el bálsamo de su doloroso amor.
Mi Penante
Jesús, también yo me uno con la traspasada Mamá, hago mías todas tus penas y en
cada gota de tu sangre, en cada una de tus llagas quiero hacerte de mamá, y
junto con Ella y contigo reparo por todos los encuentros peligrosos y por aquellos
que se exponen a las ocasiones de pecar, o que obligados a exponerse por la
necesidad quedan atrapados por el pecado.
Tú entre
tanto gimes caído bajo la cruz, los soldados temen que mueras bajo el peso de
tantos martirios y por la pérdida de tanta sangre; no obstante esto, a fuerza
de latigazos y patadas, con dificultad llegan a ponerte de pie. Así reparas las repetidas caídas en el
pecado, los pecados graves cometidos por toda clase de personas y ruegas por
los pecadores obstinados, y lloras con lágrimas de sangre por su conversión.
Quebrantado
amor mío, mientras te sigo en las reparaciones, veo que no te sostienes bajo el
peso enorme de la cruz. Ya tiemblas
todo, las espinas a los continuos golpes que recibes penetran siempre más en tu
santísima cabeza, la cruz por su gran peso se hunde en tu hombro formando una
llaga tan profunda que descubre los huesos, y a cada paso me parece que mueres,
y por lo tanto te ves imposibilitado para seguir adelante. Pero tu amor que todo puede te da la fuerza,
y conforme sientes que la cruz se hunde en tu hombro, reparas por los pecados
escondidos, que no siendo reparados acrecientan la crudeza de tus dolores. Mi Jesús, deja que ponga mi hombro bajo la
cruz para aliviarte, y contigo reparo todos los pecados ocultos.
Pero tus
enemigos, por temor de que Tú mueras bajo la cruz, obligan al Cireneo a
ayudarte a llevar la cruz, el cual, de mala gana y refunfuñando, no por amor
sino por fuerza te ayuda. Y entonces en
tu corazón hacen eco todos los lamentos de quien sufre, las faltas de
resignación, las rebeliones, los enojos y los desprecios en el sufrir; pero
mucho más quedas herido al ver que las almas consagradas a Ti, a quienes llamas
por compañeras y ayudas en tu dolor te huyen, y si Tú las estrechas a Ti con el
dolor, ah, ellas se desvinculan de tus brazos para ir en busca de placeres y
así te dejan solo para sufrir.
Mi Jesús,
mientras reparo contigo te ruego que me estreches entre tus brazos, y tan
fuerte que no haya ninguna pena que Tú sufras de la cual no tome parte, para
transformarme en ellas y para compensarte por el abandono de todas las
criaturas. Fatigado Jesús mío, con
trabajo caminas y todo encorvado, pero veo que te detienes y tratas de mirar. Corazón mío, ¿pero qué pasa? ¿Qué quieres?
Ah, es la Verónica,
que sin temor a nada, valientemente con un paño te limpia el rostro todo
cubierto de sangre, y Tú se lo dejas estampado en señal de gratitud. Entre tanto los enemigos viendo mal este acto
de la Verónica,
te azotan, te empujan y te hacen proseguir el camino. Otros pocos pasos y te detienes de nuevo,
pero tu amor, bajo el peso de tantas penas no se detiene, y viendo a las
piadosas mujeres que lloran por causa de tus penas, te olvidas de Ti mismo y
las consuelas diciéndoles: “Hijas, no
lloréis por mis penas sino por vuestros pecados y los de vuestros hijos.”
¡Qué
enseñanza sublime! ¡Cómo es dulce tu
palabra! Oh Jesús, contigo reparo las
faltas de caridad y te pido la gracia de olvidarme de mí misma para que no
recuerde otra cosa que a Ti solo.
Pero tus enemigos,
oyéndote hablar se llenan de furia, te jalan con las cuerdas, te empujan con
tanta rabia que te hacen caer, y cayendo te golpeas en las piedras; el peso de
la cruz te oprime y te sientes morir.
Deja que te sostenga y que con mis manos resguarde tu santísimo
rostro. Veo que tocas la tierra y
boqueas en la sangre; pero tus enemigos te quieren poner de pie, tiran de Ti
con las cuerdas, te levantan por los cabellos, te dan patadas, pero todo en
vano. ¡Tú mueres Jesús mío! ¡Qué pena, se me rompe el corazón por el
dolor! Y casi arrastrándote te conducen
al monte Calvario. Mientras te arrastran
siento que reparas todas las ofensas de las almas consagradas a Ti, que te dan
tanto peso, que por cuanto Tú te esfuerzas por levantarte te resulta imposible. Y así, arrastrado y pisoteado llegas al
Calvario, dejando por donde pasas rojas huellas de tu preciosa sangre.
Jesús desvestido y coronado de espinas por tercera vez
Aquí en el
Calvario nuevos dolores te esperan. Te
desnudan de nuevo y te arrancan vestidura y corona de espinas. Ah, gimes al sentir que te arrancan las
espinas de tu cabeza; y al tiempo que te arrancan la vestidura, te arrancan
también las carnes desgarradas que están adheridas a ella. Las llagas se abren de nuevo, la sangre corre
a ríos hasta la tierra, y es tanto el dolor que caes casi muerto. Pero nadie se mueve a compasión por Ti, mi
bien, al contrario, con bestial furor te ponen de nuevo la corona de espinas,
te la clavan a golpes, y es tanto el tormento por las laceraciones y por el
arrancar de tus cabellos amasados en la sangre coagulada, que sólo los ángeles
podrían decir lo que sufres, mientras horrorizados retiran sus celestiales
miradas y lloran.
Desnudado
Jesús mío, permíteme que te estreche a mi corazón para calentarte, porque veo
que tiemblas y que un frío sudor de muerte invade tu santísima Humanidad. ¡Cuánto quisiera darte mi vida y mi sangre
para sustituir a la tuya, que has perdido para darme vida! Mientras tanto, Jesús mirándome con sus
lánguidos y moribundos ojos, parece que me dice:
“¡Hija mía,
cuánto me cuestan las almas! Aquí es el
lugar donde los espero a todos para salvarlos, donde quiero reparar los pecados
de aquellos que llegan a degradarse por debajo de las bestias, y se obstinan
tanto en ofenderme que llegan a no saber vivir sin cometer pecados. Su razón queda ciega y pecan a tontas y a
locas; he aquí el por qué me coronan de espinas por tercera vez. Y con el desnudarme reparo por aquellos que
llevan vestidos de lujo e indecentes, por los pecados contra la modestia y por
aquellos que están tan atados a las riquezas, a los honores, a los placeres,
que de ellos se forman un dios para sus corazones. Ah sí, cada una de estas ofensas es una
muerte que siento, y si no muero es porque el Querer de mi Eterno Padre no ha
decretado aún el momento de mi muerte.”
Desnudado
bien mío, mientras reparo contigo te ruego que con tus santísimas manos me
despojes de todo y no permitas que ningún afecto malo entre en mi corazón, te
ruego que Tú me lo vigiles, me lo circundes con tus penas, me lo llenes de tu
amor, te ruego que mi vida no sea otra cosa que la repetición de la tuya, y
reafirma con tu bendición mi despojamiento; bendíceme de corazón y dame la
fuerza de asistir a tu dolorosa crucifixión para quedar crucificada junto
contigo.
***
DECIMANOVENA
HORA DE MEDITACIÓN.
De las 11 a las 12 del día
La Crucifixión de Jesús
Gracias
te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y
tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu
Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza
sobre tu corazón empiezo:
Jesús, Mamá
mía, vengan a escribir conmigo, préstenme vuestras santísimas manos a fin de
que pueda escribir lo que a Vosotros os plazca y sólo lo que queráis.
Amor mío,
Jesús, ya estás despojado de tus vestiduras, tu santísimo cuerpo está tan
lacerado, que pareces un cordero desollado, veo que tiemblas de cabeza a pies,
y no sosteniéndote de pie, mientras tus enemigos te preparan la cruz Tú te
dejas caer a tierra en este monte. Mi
bien y mi todo, el corazón se me oprime por el dolor al verte chorreando sangre
por todas partes de tu santísimo cuerpo y todo llagado de cabeza a pies. Tus enemigos, cansados pero no satisfechos,
al desnudarte han arrancado de tu santísima cabeza, con indecible dolor, la
corona de espinas, y después te la han clavado de nuevo entre dolores
inauditos, traspasando con nuevas heridas tu sacratísima cabeza. Ah, Tú reparas la perfidia y la obstinación
en el pecado, especialmente de soberbia.
Jesús, veo que si el amor no te empujase más arriba, Tú habrías muerto
por la acerbidad del dolor que sufriste en esta tercera coronación de
espinas. Pero veo que no puedes resistir
el dolor, y con aquellos ojos velados por la sangre, miras para ver si al menos
uno se acerca a Ti para sostenerte en tanto dolor y confusión. Dulce bien mío, amada vida mía, aquí no estás
solo como en la noche de la
Pasión, está la doliente Mamá, que lacerada en su corazón
sufre tantas muertes por cuantas penas Tú sufres. Oh Jesús, también está la amante Magdalena,
parece enloquecida por causa de tus penas; el fiel Juan, que parece enmudecido
por la fuerza del dolor de tu Pasión. Aquí
es el monte de los amantes, no puedes estar solo. Pero dime amor mío, ¿a quién quisieras para
sostenerte en tanto dolor? Ah, permíteme
que venga yo a sostenerte. Soy yo quien
tiene más necesidad que todos; la amada Mamá, con los demás, me ceden el puesto,
y yo, oh Jesús, me acerco a Ti, te abrazo y te ruego que apoyes tu cabeza sobre
mis hombros y que me hagas sentir en mi cabeza tus espinas. Quiero poner mi cabeza junto a la tuya, no
sólo para sentir tus espinas sino también para lavar con tu preciosísima sangre
que te escurre de la cabeza, todos mis pensamientos, a fin de que puedan estar
todos en actitud de repararte cualquier ofensa de pensamiento que cometan todas
las criaturas. Mi amor, ah, estréchate a
mí, quiero besar una por una las gotas de sangre que chorrean sobre tu santísimo
rostro; y mientras las adoro una por una, te ruego que cada gota de esta sangre
sea luz a cada mente de criatura, para hacer que ninguna te ofenda con
pensamientos malos, pero mientras te tengo estrechado y apoyado en mí, te miro,
oh Jesús, y veo que miras la cruz que los enemigos te preparan, oyes los golpes
que dan a la cruz para hacerle los agujeros donde te clavarán; escucho oh mi
Jesús, a tu corazón latir fuertemente y casi estremeciéndose, anhelando el
lecho para Ti más apetecible, donde, si bien con dolor indescriptible, sellarás
en Ti la salvación de nuestras almas.
Ah, te oigo decir:
“Amor mío,
amada cruz, precioso lecho mío, Tú has sido mi martirio en vida y ahora eres mi
reposo; oh cruz, recíbeme pronto en tus brazos, Yo estoy impaciente de tanto
esperar, cruz santa, en ti vendré a dar cumplimiento a todo, pronto oh cruz,
cumple mis deseos ardientes que me consumen de dar vida a las almas, y estas
vidas serán selladas por ti, oh cruz!
¡Oh cruz, no tardes más, con ansia espero extenderme sobre ti para abrir
el Cielo a todos mis hijos y cerrar el infierno! Oh cruz, es verdad que tú eres mi batalla,
pero eres también mi victoria y mi triunfo completo, y en ti daré abundantes
herencias, victorias, triunfos y coronas a mis hijos.”
¿Pero quién
puede decir todo lo que mi dulce Jesús dice a la cruz? Pero mientras Jesús se desahoga con la cruz,
los enemigos le ordenan extenderse sobre ella y Tú pronto obedeces a su querer
para reparar nuestras desobediencias.
Amor mío, antes de que te extiendas sobre la cruz, permíteme que te
estreche más fuerte a mi corazón y que te dé un beso; escucha oh Jesús, no
quiero dejarte, quiero venir junto contigo a extenderme sobre la cruz y
permanecer clavada contigo. El verdadero
amor no soporta separación de ningún tipo.
Tú perdonarás la osadía de mi amor y me concederás el quedarme
crucificada contigo. Mira tierno amor
mío, no soy sólo yo quien esto te pide, sino también la doliente Mamá, la
inseparable Magdalena, el predilecto Juan, todos te dicen que les sería más soportable
el permanecer crucificados contigo, que asistir a verte a Ti crucificado. Por eso junto contigo me ofrezco al Eterno
Padre, fundida con tu Voluntad, con tu amor, con tus reparaciones, con tu mismo
corazón y con todas tus penas. Ah,
parece que mi dolorido Jesús me dice:
“Hija mía,
has previsto mi amor, esta es mi Voluntad, que todos aquellos que me aman
queden crucificados conmigo. Ah sí, ven
también a extenderte conmigo sobre la cruz; te daré vida de mi Vida y te tendré
como la predilecta de mi corazón.”
Y he aquí
dulce bien mío que te extiendes sobre la cruz, miras a los verdugos que tienen
en las manos clavos y martillo para clavarte, con tanto amor y dulzura, que les
haces una dulce invitación para que pronto te crucifiquen. Y ellos, si bien sienten repugnancia, con
ferocidad inhumana te toman la mano derecha, ponen el clavo, y con golpes de
martillo lo hacen salir por el otro lado de la cruz, pero es tal y tanto el
dolor que sufres, oh mi Jesús, que te estremeces, la luz de tus bellos ojos se
eclipsa, tu rostro santísimo palidece y se hace lívido. Diestra bendita, te beso, te compadezco, te
adoro y te agradezco por mí y por todos.
Y por cuantos golpes recibiste, tantas almas te pido en este momento que
liberes de la condena del infierno; por cuantas gotas de sangre derramaste, tantas
almas te ruego que laves en esta sangre preciosa; y por el dolor acerbo que
sufriste, especialmente cuando te la clavaron a la cruz, de modo de desgarrarte
los nervios de los brazos, te ruego que abras a todos el Cielo y que bendigas a
todos, y pueda tu bendición llamar a la conversión a los pecadores, y a la luz
de la fe a los herejes y a los infieles.
Oh Jesús,
dulce Vida mía, habiendo terminado de clavar la mano derecha, los enemigos con
crueldad inaudita te toman la izquierda, te la tiran tanto para hacer que
llegue al agujero preparado, que sientes dislocarse las articulaciones de los
brazos y de los hombros, y por la fuerza del dolor, las piernas quedan
contraídas y con movimientos convulsos.
Mano izquierda de mi Jesús, te beso, te compadezco, te adoro y te
agradezco; te ruego por cuantos golpes y dolores sufriste cuando te clavaron el
clavo, que me concedas tantas almas en este momento para hacerlas volar del
Purgatorio al Cielo; y por la sangre que derramaste te ruego que extingas las
llamas que queman a aquellas almas, y sirva a todas de refrigerio y de baño
saludable para purificarlas de todas las manchas, para disponerlas a la visión
beatífica. Amor mío y mi todo, por el
agudo dolor sufrido cuando te clavaron el clavo en la mano izquierda, te ruego
que cierres el infierno a todas las almas, y que detengas los rayos de la Divina Justicia,
desafortunadamente irritada por nuestras culpas. Ah Jesús, haz que este clavo en tu bendita
mano izquierda sea llave que cierre la Divina Justicia,
para hacer que no lluevan los flagelos sobre la tierra, y abra los tesoros de la Divina Misericordia
en favor de todos, por eso te ruego que nos estreches entre tus brazos. Ya has quedado incapacitado para todo, y
nosotros hemos quedado libres para poderte hacer todo; por lo tanto pongo en
tus brazos al mundo y a todas las generaciones, y te ruego amor mío con las
voces de tu misma sangre, que no niegues el perdón a ninguno, y por los méritos
de tu preciosísima sangre, te pido la salvación y la Gracia para todos, no
excluyas a ninguno, oh mi Jesús.
Amor mío,
Jesús, tus enemigos no están contentos aún, con ferocidad diabólica toman tus
santísimos pies, siempre incansables en la búsqueda de almas, y contraídos como
estaban por la fuerza del dolor de las manos, los tiran tanto, que quedan
dislocadas las rodillas, las costillas y todos los huesos del pecho. Mi corazón no soporta, oh mi bien, te veo que
por la fuerza del dolor tus bellos ojos eclipsados y velados por la sangre se
contraen, tus labios lívidos e hinchados por los golpes se tuercen, tus
mejillas se hunden, los dientes se aprietan, el pecho jadeante, el corazón por
la fuerza del estiramiento de las manos y de los pies, queda todo
desquiciado. ¡Amor mío, con que ganas tomaría
tu lugar para evitarte tanto dolor!
Quiero distenderme sobre todos tus miembros para darte en todo un
alivio, un beso, un consuelo, una reparación por todos.
Jesús mío,
veo que ponen un pie sobre el otro y con un clavo, por añadidura despuntado, te
clavan tus santísimos pies, oh mi Jesús, permíteme que mientras te los traspasa
el clavo, te ponga en el pie derecho a todos los sacerdotes, para que sean luz
a los pueblos, especialmente a aquellos que no llevan una vida buena y santa; y
en el pie izquierdo a todos los pueblos, a fin de que reciban luz de los
sacerdotes, los respeten y les sean obedientes; y conforme el clavo traspasa
tus pies, así traspase a los sacerdotes y a los pueblos, a fin de que unos y
otros no se puedan separar de Ti. Pies
benditos de Jesús, os beso, os compadezco, os adoro y os agradezco; y te ruego,
oh Jesús, por los agudísimos dolores que sufriste cuando por los estiramientos
que te hicieron te dislocaron todos los huesos, y por la sangre que derramaste,
que encierres a todas las almas en las llagas de tus santísimos pies, no
desdeñes a ninguna, oh Jesús; tus clavos crucifiquen nuestras potencias a fin
de que no se aparten de Ti; nuestro corazón, a fin de que se fije siempre y
solamente en Ti; todos nuestros sentimientos queden clavados por tus clavos a
fin de que no tomen ningún gusto que no venga de Ti.
Oh mi Jesús
crucificado, te veo todo ensangrentado, nadando en un baño de sangre, y estas
gotas de sangre no te dicen otra cosa sino:
¡Almas! Es más, en cada una de
estas gotas de tu sangre veo moverse almas de todos los siglos; así que a todas
nos contenías en Ti, oh Jesús. Por la
potencia de esta sangre te pido que ninguna huya de Ti.
Oh mi
Jesús, hasta que los verdugos terminan de clavarte los pies, yo me acerco a tu
corazón, veo que no puedes más, pero el amor grita más fuerte: “¡Más penas aún!” Mi Jesús, te abrazo, te beso, te compadezco,
te adoro, te agradezco por mí y por todos.
Jesús, quiero apoyar mi cabeza sobre tu corazón para sentir lo que
sufres en esta dolorosa crucifixión. Ah,
siento que cada golpe de martillo hace eco en tu corazón; este corazón es el
centro de todo, y de él comienzan los dolores y en él terminan. Ah, si no fuera porque esperas una lanza para
ser traspasado, las llamas de tu amor y la sangre que regurgita en torno a tu corazón,
se hubieran abierto camino y ya te lo habrían traspasado. Estas llamas y esta sangre llaman a las almas
amantes a hacer feliz estancia en tu corazón, y yo, oh Jesús, te pido, por amor
de este corazón y por tu santísima sangre, la santidad de las almas, y a
aquellas que te aman, oh Jesús, no las dejes salir jamás de tu corazón, y con
tu Gracia multiplica las vocaciones de las almas víctimas que continúen tu Vida
sobre la tierra. Tú quisieras dar un
puesto distinto en tu corazón a las almas amantes, haz que este puesto no lo
pierdan jamás.
Oh Jesús,
las llamas de tu corazón me abrasen y me consuman, que tu sangre me embellezca,
que tu amor me tenga siempre clavada al amor con el dolor y con la reparación.
Oh mi
Jesús, ya los verdugos han clavado tus manos y tus pies a la Cruz, y volteándola para
remachar los clavos obligan a tu rostro adorable a tocar la tierra empapada por
tu misma sangre, y Tú con tu boca divina la besas intentando con este beso
besar a todas las almas y vincularlas a tu amor, sellando con esto su
salvación. Oh Jesús, quiero tomar yo tu
lugar para que tu sacratísimo cuerpo no toque esa tierra impregnada de tu
preciosa sangre; quiero estrecharte entre mis brazos, y mientras los verdugos
rematan los clavos haz que estos golpes me hieran también a mí y me claven toda
a tu amor.
Pongo mi
cabeza en la tuya, y mientras las espinas se van hundiendo siempre más en tu
santísima cabeza, quiero ofrecerte, oh mi Jesús, todos mis pensamientos como
besos para consolarte y endulzar las amarguras de tus espinas.
Oh Jesús,
pongo mis ojos en los tuyos, y veo que tus enemigos aún no están saciados de
insultarte y escarnecerte, y yo quiero hacerte una defensa con mi vista dándote
miradas de amor para endulzar tus miradas divinas.
Pongo mi
boca en la tuya, veo tu lengua casi pegada al paladar por la amargura de la
hiel y la sed ardiente. Para aplacar tu
sed, oh mi Jesús, Tú quisieras todos los corazones de las criaturas rebosantes
de amor, pero no teniéndolos te abrazas cada vez más por ellas. Oh Jesús, quiero enviarte ríos de amor para
mitigar en algún modo la amargura de tu sed.
Oh mi
Jesús, pongo mis manos en las tuyas, veo que a cada movimiento que haces, las
llagas se abren más y el dolor se hace más intenso y acerbo. Oh Jesús, quiero ofrecerte todas las obras
santas de las criaturas para reconfortar y mitigar en algún modo la amargura de
tus llagas.
Oh Jesús,
pongo mis pies en los tuyos, cuánto sufres, todos los movimientos de tu
sacratísimo cuerpo parece que se repercuten en los pies, y no hay nadie a tu lado
para sostenerlos y mitigar un poco la acerbidad de tus dolores.
Oh mi
Jesús, quisiera girar por todas las generaciones, pasadas, presentes y futuras,
tomar todos sus pasos y ponerlos en los tuyos para sostenerte y endulzar tu
dolor, es más, quiero poner también todos los pasos del Eterno y así poder dar
un verdadero consuelo a tu Divina Persona.
Oh mi
Jesús, pongo mi corazón en el tuyo, pobre corazón cómo estás destrozado. Si mueves los pies, los nervios de la punta
del corazón te los sientes como arrancar; si mueves las manos, los nervios de
arriba del corazón quedan estirados; oh Jesús, si mueves la cabeza, la boca del
corazón mana sangre y sufre la completa crucifixión. Oh mi Jesús, ¿cómo puedo aliviar tanto dolor? Me difundiré en todo Tú, pondré mi corazón en
el tuyo, mis deseos en tus ardientes deseos, para destruir los malos deseos de
las criaturas; difundiré mi amor en el tuyo, y de él tomaré fuego suficiente
para abrazar todos los corazones de las criaturas y destruir los amores
profanos. Me difundiré en tu Santísima
Voluntad para poder aniquilar cualquier acto maligno. Y es así que tu corazón queda aliviado y yo
te prometo mantenerme siempre clavada a este corazón con los clavos de tus
deseos, de tu amor y de tu Voluntad. Y
he aquí, oh mi Jesús, crucificado Tú, crucificada yo en Ti. Tú no me permitirás que me desclave en lo más
mínimo de Ti, para poderte amar y reparar por todos y reconfortarte por las
ofensas que te hacen las criaturas.
Jesús
crucificado. Junto con Él desarmamos a la Divina Justicia.
Y ahora, oh
mi Jesús, veo que tus enemigos levantan el pesado madero y lo dejan caer en el
hoyo que han preparado; y Tú, dulce amor mío, quedas suspendido en el aire,
entre el Cielo y la tierra, y es en este solemne momento que Tú te diriges al
Padre, y con voz débil y apagada le dices:
“Padre
Santo, estoy aquí cargado con todos los pecados del mundo, no hay pecado que no
recaiga sobre Mí, por eso no descargues más sobre el mundo los flagelos de la Divina Justicia,
sino sobre Mí, tu Hijo. Oh Padre,
permíteme que ate todas las almas a esta cruz y con las voces de mi sangre y de
mis llagas responda por ellas. Oh Padre,
¿no ves a qué estado me he reducido? Es
desde esta cruz que Yo reconcilio Cielo y tierra, y en virtud de estos dolores
concede a todos paz, perdón y salvación.
Detén tu indignación contra la pobre humanidad, contra mis hijos; están
ciegos y no saben lo que hacen, por eso mírame bien cómo he quedado reducido
por causa de ellos; si no te mueves a compasión por ellos, que te enternezca al
menos este mi rostro ensuciado por escupitinas, cubierto de sangre, amoratado e
hinchado por tantas bofetadas y golpes recibidos. Piedad Padre mío, era Yo el más bello de
todos, y ahora estoy todo desfigurado, tanto, que no me reconozco más, he llegado
a ser la abominación de todos, por eso a cualquier costo quiero salva a la
pobre criatura.”
Oh Jesús,
mientras estás crucificado sobre esta cruz, tu alma no está más sobre la tierra
sino en los Cielos, con tu Divino Padre, para defender y perorar la causa de
las almas. Crucificado amor mío, también
yo quiero seguirte ante el trono del Eterno, y junto contigo quiero desarmar la Divina Justicia. Hago mía tu santísima Humanidad, unida con tu
Voluntad y junto contigo quiero hacer lo que haces Tú; es más, permíteme vida
mía que corran mis pensamientos en los tuyos, mi amor, mi voluntad, mis deseos
en los tuyos, mis latidos corran en tu corazón, todo mi ser en Ti a fin de que
no deje escapar nada y repita acto por acto, palabra por palabra todo lo que
haces Tú.
Pero veo,
crucificado bien mío, que Tú, viendo al Divino Padre indignado contra las
criaturas, te postras ante Él y escondes a todas las criaturas dentro de tu
santísima Humanidad, poniéndonos al seguro, a fin de que el Padre, mirándonos
en Ti, por amor tuyo no arroje a la criatura de Sí. Y si las mira enfadado es porque muchas almas
han desfigurado la bella imagen creada por Él, y no tienen otro pensamiento que
para ofenderlo, y de la inteligencia que debía ocuparse en comprenderlo forman
por el contrario un receptáculo donde anidan todas las culpas. Tú, oh mi Jesús, para aplacarlo atraes la
atención del Divino Padre a mirar tu santísima cabeza traspasada entre atroces
dolores, que tienen en tu mente como clavadas todas las inteligencias de las
criaturas, por las cuales, una por una ofreces una expiación para satisfacer a la Divina Justicia. ¡Oh! cómo estas espinas son ante la Majestad Divina
voces piadosas que excusan todos los malos pensamientos de las criaturas. Jesús mío, mis pensamientos con los tuyos son
uno solo, por eso junto contigo ruego, imploro, reparo y excuso ante la Divina Majestad
todo el mal que se comete por todas las inteligencias de las criaturas; y
permíteme que tome tus espinas y tu misma inteligencia, y junto contigo gire
por todas las criaturas y una tu inteligencia a las de ellas, y con la santidad
de la tuya les restituya la primera inteligencia, tal como fue por Ti creada;
que con la santidad de tus pensamientos reordene todos los pensamientos de
ellas en Ti y con tus espinas traspase todas las mentes de las criaturas y te
restituya el dominio y el régimen de todas.
¡Ah! sí, oh mi Jesús, sé Tú solo el dominador de cada pensamiento, de
cada afecto, y de todas las gentes; rige Tú solo cada cosa, sólo así será
renovada la faz de la tierra que causa horror y espanto.
Pero me doy
cuenta crucificado Jesús que continuas viendo al Divino Padre enojado, que mira
a las pobres criaturas y las encuentra a todas sucias de culpas, cubiertas con
las más feas suciedades, tanto de dar asco a todo el Cielo. ¡Oh, cómo queda horrorizada la pureza de la
mirada divina, no reconociendo más como obra de sus santísimas manos a la pobre
criatura! Más bien parece que sean tantos
monstruos que ocupan la tierra y que van atrayendo la indignación de la mirada
paterna; pero Tú, oh mi Jesús, para aplacarlo, tratas de endulzarlo cambiando
tus ojos con los suyos, haciéndole verlos cubiertos de sangre e hinchados de
lágrimas, y lloras ante la
Divina Majestad para moverla a compasión por la desventura de
tantas pobres criaturas, y oigo tu voz que
dice:
“Padre mío,
es cierto que la ingrata criatura cada vez más se va ensuciando con las culpas,
hasta no merecer ya tu mirada paterna, pero mírame a Mí, oh Padre, Yo quiero
llorar tanto ante Ti, para formar un baño de lágrimas y de sangre para lavar
estas suciedades con las cuales se han cubierto las criaturas. Padre mío, ¿querrás acaso Tú rechazarme? No, no lo puedes, soy tu Hijo, y a la vez que
soy tu Hijo soy también la cabeza de todas las criaturas, y ellas son mis
miembros, salvémoslas, oh Padre, salvémoslas.”
Mi Jesús,
amor sin fin, quisiera tener tus ojos para llorar ante la Majestad Suprema
por la pérdida de tantas pobres criaturas y por estos tiempos tan tristes.[1] Permíteme que tome tus lágrimas y tus mismas
miradas, que son una con las mías, y gire por todas las criaturas; y para
moverlas a compasión por sus almas y por tu amor les haré ver que Tú lloras por
su causa, y que mientras se van ensuciando, Tú tienes preparadas tus lágrimas y
tu sangre para lavarlas, y al verte llorar se rendirán. Ah, con estas tus lágrimas permíteme que lave
todas las inmundicias de las criaturas; que estas lágrimas las haga descender
en sus corazones y pueda reblandecer a tantas almas endurecidas en la culpa y
venza la obstinación de todos los corazones; y con tus miradas las penetre, de
modo de hacer que todos dirijan sus miradas al Cielo para amarte, y no las
dirijan más a la tierra para ofenderte; así el Divino Padre no desdeñará mirar
a la pobre humanidad.
Crucificado
Jesús, veo que el Divino Padre aún no se aplaca en su indignación, porque
mientras su paterna bondad, movida por tanto amor hacia la pobre criatura ha
llenado Cielo y tierra de tantas pruebas de amor y de beneficios hacia ella,
que casi a cada paso y acto se siente correr el amor y las gracias de aquel
corazón paterno, la criatura siempre ingrata, despreciando este amor no lo
quiere reconocer, más bien hace frente a tanto amor llenando el Cielo y la
tierra de insultos, desprecios y ultrajes, y llega a pisotearlo bajo sus
inmundos pies, queriéndolo casi destruir idolatrándose a sí misma. ¡Ah, todas estas ofensas penetran hasta en
los Cielos y llegan ante la
Majestad Divina, la
Cual, oh cómo se indigna al ver a la vilísima criatura que
llega hasta insultarla y ofenderla en todos los modos! Pero Tú, oh mi Jesús, siempre atento a
defendernos, con la fuerza arrebatadora de tu amor obligas al Padre a mirar tu
santísimo rostro cubierto de todos estos insultos y desprecios, y dices:
“Padre mío,
no rechaces a la pobre criatura, si la rechazas a ella, a Mí me rechazas; ¡ah!
aplácate, todas estas ofensas las tengo sobre mi rostro que te responde por
todas.”
Jesús mío,
¿será posible que nos ames tanto? Tu
amor tritura este mi pobre corazón, y queriendo seguirte en todo, permíteme que
tome este tu rostro santísimo para tenerlo en mi poder, para mostrarlo
continuamente así desfigurado al Padre, para moverlo a compasión de la pobre
humanidad, que está tan oprimida bajo el azote de la Divina Justicia,
que yace como moribunda; permíteme que me ponga en medio de todas las criaturas
y les haga ver tu rostro tan desfigurado por su causa, y las mueva a compasión
de sus almas y de tu amor; y que con la luz que brota de ese tu rostro y con la
fuerza arrebatadora de tu amor, les haga comprender quién eres Tú y quiénes son
ellas que osan ofenderte, y haga resurgir sus almas de en medio de tantas
culpas en las cuales viven muriendo a la Gracia, y las haga postrarse ante Ti, todas en
acto de adorarte y glorificarte. Mi Jesús, crucificado adorable, la criatura va
siempre irritando a la
Divina Justicia, y desde su lengua hace resonar el eco de
horribles blasfemias, voces de imprecaciones y maldiciones, conversaciones
malas, concertaciones para decidir cómo destrozarse mejor entre ellas y llevar
a cabo matanzas. Ah, todas estas voces
ensordecen la tierra y penetrando hasta en los Cielos ensordecen el oído
Divino, el cual, cansado de estos ecos venenosos que la criatura le manda,
quisiera deshacerse de ella arrojándola lejos de Sí, porque todas esas voces
venenosas imprecan y claman venganza y justicia contra ellas mismas. ¡Oh, cómo la Divina Justicia se
siente incitada a mandar flagelos; cómo encienden su furor contra la criatura
tantas blasfemias horrendas! Pero Tú, oh
mi Jesús, amándonos con amor sumo, haces frente a estas voces asesinas con tu
voz omnipotente y creadora, en la cual recoges todas estas voces y haces
resonar en el oído paterno tu voz dulcísima, para tranquilizarlo por las
molestias que las criaturas le dan con otras tantas voces de bendiciones, de alabanzas,
y gritas: “¡Misericordia, Gracias, Amor
para la pobre criatura!” Y para
aplacarlo más le muestras tu santísima boca y le dices:
“Padre mío, mírame
de nuevo; no oigas las voces de las criaturas sino escucha la mía; soy Yo quien
da satisfacción por todas; por eso te ruego que mires a la criatura, pero que
la mires en Mí, ¿si las miras fuera de Mí qué será de ella? Es débil, ignorante, capaz sólo de hacer el
mal, llena de todas las miserias; piedad, piedad de la pobre criatura, respondo
Yo por ellas con esta mi lengua amargada por la hiel, reseca por la sed,
quemada y abrazada por el amor.”
Mi amargado
Jesús, mi voz en la tuya quiere hacer frente a todas estas ofensas, y permíteme
que tome tu lengua, tus labios y gire por todas las criaturas y toque sus
lenguas con la tuya, a fin de que ellas sintiendo en el momento de ofenderte la
amargura de la tuya, si no por amor, al menos por la amargura que sienten no
blasfemen; déjame que toque sus labios con los tuyos, a fin de que apague el
fuego de la culpa sobre los labios de todas ellas, y con tu voz omnipotente,
haciéndola resonar en todos los pechos, pueda detener la corriente de todas las
voces malas, y cambiar todas las voces humanas en bendiciones y alabanzas.
Crucificado
bien mío, la criatura ante tanto amor y dolor tuyo no se rinde aún, por el
contrario, despreciándote va agregando culpas a culpas, cometiendo sacrilegios
enormes, homicidios, suicidios, fraudes, engaños y traiciones. Ah, todas estas obras malas hacen más pesados
los brazos paternos, y el Padre, no pudiendo sostener el peso está a punto de
dejarlos caer y verter sobre la tierra furor y destrucción. Y Tú, oh mi Jesús, para arrancar a la
criatura del furor divino, temiendo verla destruida, extiendes tus brazos y estrechas
los brazos paternos, a fin de que no los deje caer para destruir a la criatura,
y ayudándolo con los tuyos a sostener el peso lo desarmas, e impides que la Justicia actúe; y para
moverlo a compasión por la mísera humanidad y enternecerlo, le dices con la voz
más insinuante:
“Padre mío,
mira estas manos destrozadas y estos clavos que me las traspasan, que me clavan
junto a todas estas obras malas. Ah, es
en estas manos que siento todos los dolores que me dan todas estas obras malas. ¿No estás contento Padre mío con mis
dolores? ¿No son tal vez capaces de
satisfacerte? Ah, estos mis brazos
dislocados serán siempre cadenas que tendrán estrechada a la pobre criatura, a
fin de que no me huya, sólo alguna que quisiera arrancarse a viva fuerza; y
estos mis brazos serán cadenas amorosas que te atarán, Padre mío, para impedir
que Tú destruyas a la pobre criatura, es más, te atraeré siempre más hacia ella
para que viertas sobre ella tus gracias y tus misericordias.”
Mi Jesús,
tu amor es un dulce encanto para mí y me empuja a hacer lo que haces Tú, por
eso dame tus brazos, porque junto contigo quiero impedir, a costa de cualquier
pena, que la Divina
Justicia haga su curso contra la pobre humanidad; con la
sangre que escurre de tus manos quiero apagar el fuego de la culpa que la
enciende y calmar su furor; y para mover al Padre a piedad de las criaturas, permíteme
que yo ponga en tus brazos los tantos miembros destrozados, los gemidos de
tantos pobres heridos, los tantos corazones doloridos y oprimidos, y permíteme
que gire por todas las criaturas y las ponga a todas en tus brazos, a fin de
que todas regresen a tu corazón, y permíteme que con la potencia de tus manos
creadoras detenga la corriente de tantas obras malas y aparte a todos de obrar
el mal.
Mi amable
Jesús crucificado, la criatura no está satisfecha aún de ofenderte, quiere
beber hasta el fondo toda la hez de la culpa y corre como enloquecida en el
camino del mal, se precipita de culpa en culpa, desobedece tus leyes y
desconociéndote se rebela contra Ti, y casi sólo por darte dolor quiere irse al
infierno. ¡Oh! cómo se indigna la Majestad Suprema,
y Tú, oh mi Jesús, triunfando sobre todo, y también sobre la obstinación de las
criaturas, para aplacar al Divino Padre le muestras toda tu santísima Humanidad
lacerada, dislocada, desgarrada en modo horrible, y tus santísimos pies traspasados,
en los cuales contienes todos los pasos de las criaturas que te dan dolores
mortales, tanto, que están contraídos por la atrocidad de los dolores; y
escucho tu voz más que nunca conmovedora, como a punto de apagarse, que quiere
vencer por fuerza de amor y de dolor a la criatura y triunfar sobre el corazón
paterno, que dice:
“Padre mío,
mírame de la cabeza a los pies, no hay parte sana en Mí, no tengo donde hacerme
abrir otras llagas y procurarme otros dolores; si no te aplacas ante este
espectáculo de amor y de dolor, ¿quién podrá aplacarte? Oh criaturas, ¿si no os rendís ante tanto
amor, ¿qué esperanza os queda de convertiros?
Estas mis llagas y esta sangre serán siempre voces que llamarán del
Cielo a la tierra gracias de arrepentimiento, de perdón y compasión por la
pobre humanidad.”
Mi Jesús,
te veo en estado de violencia para aplacar al Padre y para vencer a la pobre
criatura, por eso permíteme que tome tus santísimos pies y gire por todas las
criaturas, y ate sus pasos a tus pies, a fin de que si quieren caminar por el
camino del mal, sintiendo las cadenas que tienes puestas entre Tú y ellas, no
lo podrán hacer. Ah, con estos tus pies
hazles retroceder del camino del mal y ponlas sobre el camino del bien,
haciéndolas más dóciles a tus leyes, y con tus clavos cierra el infierno para
que nadie más caiga en él.
Mi Jesús,
amante crucificado, veo que no puedes más, la tensión terrible que sufres sobre
la cruz, el crujido continuo de tus huesos que se dislocan cada vez más a cada
pequeño movimiento, las carnes que se abren cada vez más, las repetidas ofensas
que te llegan, repitiéndote una pasión y muerte más dolorosa, la sed ardiente
que te consume, las penas internas que te sofocan de amargura, de dolor y de
amor, y en tantos martirios tuyos la ingratitud humana que te hace frente y que
penetra como ola impetuosa hasta dentro de tu corazón traspasado, ah, tanto te
aplastan, que tu santísima Humanidad, no resistiendo bajo el peso de tantos
martirios está por sucumbir, y como delirando de amor y de sufrimiento pide
ayuda y piedad. Crucificado Jesús, ¿será
posible que Tú, que riges todo y das vida a todos pidas ayuda? ¡Ah, cómo quisiera penetrar en cada gota de
tu sangre y derramar la mía para endulzarte cada llaga, para mitigar el dolor
de cada espina, para hacer menos dolorosas sus pinchaduras, para aliviar en
cada pena interior de tu corazón la intensidad de tus amarguras! Quisiera darte vida por vida, y si me fuera
posible quisiera desclavarte de la cruz para ponerme en lugar tuyo, pero veo
que soy nada y nada puedo, soy demasiado insignificante, por eso dame a Ti
mismo, tomaré vida en Ti y te daré a Ti mismo, así contentarás mis ansias. Desgarrado Jesús, veo que tu santísima
Humanidad termina, no por Ti, sino para cumplir en todo nuestra Redención. Tienes necesidad de ayuda divina, y por eso
te arrojas en los brazos paternos y pides ayuda y auxilio. ¡Oh! cómo se enternece el Divino Padre al
mirar el horrendo desgarro de tu santísima Humanidad, el trabajo terrible que
la culpa ha hecho en tus santísimos miembros, y para contentar tus ansias de
amor te estrecha a su corazón paterno y te da las ayudas necesarias para
cumplir nuestra Redención. Y mientras te
estrecha, sientes en tu corazón repetirse más fuertemente los golpes sobre los
clavos, los azotes de los flagelos, las laceraciones de las llagas, las
pinchaduras de las espinas. ¡Oh, cómo
queda conmovido el Padre! ¡Cómo se
indigna viendo que todas estas penas te las dan hasta en tu corazón, aun las
almas a Ti consagradas! Y en su dolor te
dice:
¿Será
posible Hijo mío, que ni siquiera la parte elegida por Ti esté contigo? Al contrario, parece que piden refugio y
alojo en este tu corazón para amargarte y darte una muerte más dolorosa, y lo
que es más, todos estos dolores que te dan están escondidos y cubiertos por
hipocresías. ¡Ah, Hijo, no puedo contener
más la indignación por la ingratitud de estas almas, las cuales me dan más
dolor que todas las otras criaturas juntas!”
Pero Tú, oh
mi Jesús, triunfando sobre todo defiendes a estas almas, y con el amor inmenso
de tu corazón das reparación por las olas de amarguras y de heridas que estas
te dan; y para aplacar al Padre le dices:
“Padre mío,
mira este mi corazón, todos estos dolores te satisfacen, y por cuanto más
acerbos tanto más potentes sobre tu corazón de Padre para obtenerles gracias,
luz y perdón. Padre mío, no las
rechaces, ellas serán mis defensoras, continuarán mi Vida sobre la tierra.”
Vida mía,
crucificado Jesús, veo que agonizas sobre la Cruz, pero no está aún satisfecho tu amor para
dar cumplimiento a todo. También yo
agonizo junto contigo y llamo a todos ustedes, ángeles, santos, venid al monte
calvario a mirar los excesos y las locuras de amor de un Dios. Besemos sus llagas sangrantes, adorémoslas,
sostengamos esos miembros lacerados, agradezcamos a Jesús por la Redención; demos una
mirada a la traspasada Madre, que tantas penas y muertes siente en su
inmaculado corazón por cuantas penas ve en su Hijo Dios; sus mismos vestidos
están mojados de la sangre que está esparcida por todo el monte calvario, por
eso, todos juntos tomemos esta sangre y roguemos a la doliente Madre que se una
a nosotros, dividámonos por todo el mundo y vayamos en ayuda de todos, ayudemos
a los vacilantes, a fin de que no perezcan; a los caídos, para que se levanten;
a aquellos que están por caer, para que no caigan; demos esta sangre a tantos
pobres ciegos a fin de que resplandezca en ellos la luz de la verdad; y en modo
especial pongámonos en medio de los pobres combatientes, seamos para ellos
vigilantes centinelas: si están por caer alcanzados por los proyectiles
recibámoslos en nuestros brazos para confortarlos, a fin de que si son
abandonados por todos, si están impacientes por su triste suerte, demos a ellos
esta sangre para que se resignen y se mitigue la atrocidad de sus dolores; y si
vemos que hay almas que están a punto de caer en el infierno, demos a ellas
esta sangre divina que contiene el precio de la Redención y arrebatémoslas
a Satanás. Y mientras tengo a Jesús
estrechado a mi corazón para tenerlo defendido y reparado de todo, pondré a
todos en este corazón a fin de que todos podamos obtener gracia eficaz de
conversión, de fuerza y salvación. Y
ahora, volvamos al monte calvario para asistir a la muerte de nuestro
crucificado Jesús.
Oh Jesús,
la sangre a ríos escurre de tus manos y de tus pies, y los ángeles haciéndote
corona, admiran los portentos de tu inmenso amor, veo a tu Mamá a los pies de
la cruz, traspasada por el dolor, a tu amada Magdalena y al predilecto Juan, y
todos en un éxtasis de estupor. Oh
Jesús, me uno a Ti, me estrecho a tu cruz, tomo todas las gotas de esta sangre
y las pongo en mi corazón, y cuando vea a tu Justicia irritada contra los
pecadores, te mostraré esta sangre para aplacarte; cuando vea almas obstinadas
en la culpa, te mostraré esta sangre y en virtud de ella no rechazarás mi
oración, porque tengo la prenda en mis manos.
Y ahora,
crucificado bien mío, a nombre de todas las generaciones, pasadas, presentes y
futuras, junto con tu Mamá y con todos los ángeles, me postro ante Ti y te
digo: “Te adoramos, oh Cristo y te
bendecimos, porque con tu santa cruz has redimido al mundo.”
***
VIGÉSIMA HORA DE MEDITACIÓN.
De las 12 a la 1 de la tarde
Primera
hora de agonía en la
Cruz La Primera
Palabra
Gracias
te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y
tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu
Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza
sobre tu corazón empiezo:
Crucificado
bien mío, te veo sobre esta cruz, sobre tu trono de triunfo, en acto de
conquistar todo y a todos los corazones, y de atraerlos tanto a Ti, que todos
sientan tu sobrehumano poder. La
naturaleza horrorizada de tanto delito se postra ante Ti y en silencio espera
una palabra tuya para rendirte homenaje y hacer reconocer tu dominio; el sol
lloroso retira su luz, no pudiendo soportar tu vista demasiado dolorosa. El infierno siente terror y silencioso
espera; los mismos enemigos pierden el ánimo, y si algún insulto te lanzan,
este muere en los labios, así que todo es silencio. La traspasada Mamá, tus fieles, están todos
mudos y tan petrificados ante la vista, ay, demasiado dolorosa de tu destrozada
y dislocada Humanidad, y silenciosos esperan también una palabra tuya. Tu misma Humanidad que yace en un mar de
dolores entre los espasmos atroces de la agonía, está silenciosa, tanto, que
temo que de un respiro a otro Tú mueras.
Pero penetrando en tu interior veo que el amor desborda, te sofoca y no
puedes contenerlo, y obligado por tu amor que te atormenta más que las mismas
penas, con voz fuerte y conmovedora hablas como el Dios que eres, y dices:
“Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen.”
Y de nuevo
quedas en silencio, inmerso en penas inauditas.
Crucificado Jesús, ¿será posible tanto amor? ¡Ah! después de tantas penas e insultos, la
primera palabra es el perdón, y nos excusas ante el Padre por tantos pecados;
esta palabra la haces descender en cada corazón después de la culpa, y eres Tú
el primero en ofrecerles el perdón. Pero
cuántos te rechazan y no lo aceptan, y tu amor da en delirio y quieres dar a
todos el perdón y el beso de paz.
A esta
palabra tuya el infierno tiembla y te reconoce por Dios. La naturaleza y todos quedan atónitos y
reconocen tu Divinidad, tu inextinguible amor, y silenciosos esperan para ver
hasta dónde llega tu amor. Pero no es
sólo tu voz, sino también tu sangre y tus llagas que gritan a cada corazón
después del pecado: “Ven a mis brazos,
que te perdono, y el sello del perdón es el precio de mi sangre.”
Oh mi
amable Jesús, repite esta palabra a cuantos pecadores hay en el mundo. Para todos implora misericordia, a todos
aplica los méritos infinitos de tu preciosísima sangre, por todos, oh buen
Jesús, continúa aplacando a la Divina Justicia y concede gracia a quien
encontrándose en acto de tener que perdonar, no siente la fuerza. Mi Jesús, crucificado adorado, en estas tres
horas de amarguísima agonía Tú quieres dar cumplimiento a todo, y mientras
silencioso te estás sobre esta cruz, veo que en tu interior quieres satisfacer
en todo al Padre. Por todos le agradeces,
satisfaces por todos y por todos pides perdón, y a todos impetras la gracia de
que nunca más te ofendan. Y para obtener
esto del Padre resumes toda tu Vida, desde el primer instante de tu concepción
hasta tu último respiro. Mi Jesús, amor
interminable, deja que también yo recapitule toda tu Vida junto contigo, con la
inconsolable Mamá, con san Juan y con las pías mujeres.
Mi dulce
Jesús, te agradezco por las tantas espinas que han traspasado tu adorable
cabeza, por las gotas de sangre que de esta has derramado, por los golpes que
en ella has recibido y por los cabellos que te han arrancado. Te agradezco por el bien que has hecho e
impetrado a todos, por las luces y las buenas inspiraciones que nos has dado, y
por cuantas veces has perdonado todos nuestros pecados de pensamiento, de
soberbia, de orgullo y de estima propia.
Te pido
perdón a nombre de todos, oh mi Jesús, por cuantas veces te hemos coronado de
espinas, por cuantas gotas de sangre te hemos hecho derramar de tu sacratísima
cabeza, por cuantas veces no hemos correspondido a tus inspiraciones. Por todos esos dolores sufridos por Ti te pido,
oh buen Jesús, impetrarnos la gracia de no cometer jamás pecados de
pensamientos. Quiero también ofrecerte
todo lo que sufriste en tu santísima cabeza, para darte toda la gloria que
todas las criaturas te habrían dado si hubieran hecho buen uso de su
inteligencia.
Adoro, oh
Jesús mío, tus santísimos ojos y te agradezco por cuantas lágrimas y sangre han
derramado, por las espinas que los han traspasado, por los insultos, escarnios
y menosprecios soportados en toda tu Pasión.
Te pido perdón por todos aquellos que se sirven de la vista para
ofenderte y ultrajarte, rogándote por los dolores sufridos en tus santísimos
ojos, que nos consigas la gracia de que nadie más te ofenda con malas
miradas. Quiero también ofrecerte todo
lo que sufriste en tus santísimos ojos para darte toda la gloria que las
criaturas te habrían dado si sus miradas hubieran estado fijas solamente en el
Cielo, en la Divinidad
y en Ti, oh mi Jesús.
Adoro tus
santísimos oídos. Te agradezco por todo
lo que sufriste mientras los canallas sobre el calvario te los aturdían con
gritos e injurias. Te pido perdón a
nombre de todos, por cuantas malas conversaciones hemos hecho, y te ruego que
se abran nuestros oídos a las verdades eternas, a las voces de la Gracia, y que ninguno más
te ofenda con el sentido del oído.
Quiero también ofrecerte todo lo que sufriste en tus santísimos oídos,
para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si de este sentido
siempre hubieran hecho uso según tu Voluntad.
Adoro y
beso, oh Jesús mío, tu santísimo rostro, y te agradezco por cuanto sufriste por
los salivazos, por las bofetadas y las burlas recibidas, y por cuantas veces te
has dejado pisotear por tus enemigos. Te
pido perdón a nombre de todos por cuantas veces hemos tenido la osadía de ofenderte,
suplicándote por estas bofetadas y por estos salivazos recibidos, que hagas que
tu Divinidad sea por todos reconocida, alabada y glorificada. Es más, oh mi Jesús, quiero ir yo misma por
todo el mundo, de oriente a occidente, de sur a norte, para unir todas las
voces de las criaturas y cambiarlas en otros tantos actos de alabanza, de amor
y de adoración. Quiero también, oh mi
Jesús, traer a Ti todos los corazones de las criaturas, a fin de que en todos
Tú pongas luz, verdad, amor y compasión a tu Divina Persona; y mientras
perdonarás a todos, yo te ruego que no permitas que ninguno más te ofenda, y si
fuese posible, aun a costa de mi sangre.
En fin, quiero ofrecerte todo lo que sufriste en tu santísimo rostro, para
darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si ninguna hubiera osado
ofenderte.
Adoro tu
santísima boca y te doy las gracias por tus primeros gemidos, por cuanta leche
mamaste, por cuantas palabras dijiste, por los besos encendidos que diste a tu
santísima Madre, por el alimento que tomaste, por la amargura de la hiel y por
la sed ardiente que sufriste sobre la cruz, por las plegarias que elevaste al
Padre, y te pido perdón por cuantas murmuraciones y conversaciones malas y
mundanas se hacen, y por cuantas blasfemias pronuncian las criaturas; quiero
ofrecer tus santas conversaciones en reparación de sus conversaciones no
buenas; la mortificación de tu gusto para reparar sus gulas y todas las ofensas
que te hacen con el mal uso de la lengua.
Quiero ofrecerte todo lo que sufriste en tu santísima boca, para darte
toda la gloria que las criaturas te habrían dado si ninguna hubiera osado
ofenderte con el sentido del gusto y con el abuso de la lengua.
Oh Jesús,
te doy las gracias por todo y a nombre de todos. A Ti elevo un himno de agradecimiento eterno,
infinito. Quiero, oh mi Jesús, ofrecerte
todo lo que has sufrido en tu santísima persona, para darte toda la gloria que
te habrían dado todas las criaturas si hubiesen uniformado su vida a la tuya.
Te
agradezco oh Jesús, por cuanto has sufrido en tus santísimos hombros, por
cuantos golpes has recibido, por cuantas llagas te has dejado abrir en tu
sacratísimo cuerpo y por cuantas gotas de sangre has derramado. Te pido perdón a nombre de todos, por cuantas
veces, por amor a las comodidades, te hemos ofendido con placeres ilícitos y no
buenos. Te ofrezco tu dolorosa
flagelación para reparar todos los pecados cometidos con todos los sentidos,
por el amor a los propios gustos, a los placeres sensibles, al propio yo, a
todas las satisfacciones naturales, y quiero ofrecerte también todo lo que has
sufrido en tus hombros, para darte toda la gloria que las criaturas te habrían
dado si en todo hubiesen buscado agradarte sólo a Ti y de refugiarse a la
sombra de tu divina protección.
Jesús mío,
beso tu pie izquierdo, te doy las gracias por todos los pasos que diste en tu
vida mortal, y por cuantas veces cansaste tus pobres miembros para ir en busca
de almas para conducirlas a tu corazón.
Te ofrezco, oh mi Jesús, todas mis acciones, pasos y movimientos, con la
intención de darte reparación por todo y por todos. Te pido perdón por aquellos que no obran con
recta intención. Uno mis acciones a las
tuyas para divinizarlas, y las ofrezco unidas a todas las obras que hiciste con
tu santísima Humanidad, para darte toda la gloria que te habrían dado las
criaturas si hubiesen obrado santamente y con fines rectos.
Te beso, oh
Jesús mío, el pie derecho y te agradezco por cuanto has sufrido y sufres por
mí, especialmente en esta hora en que estás suspendido en la cruz. Te agradezco por el desgarrador trabajo que
hacen los clavos en tus llagas, las cuales se abren siempre más al peso de tu
sacratísimo cuerpo. Te pido perdón por
todas las rebeliones y desobediencias que cometen las criaturas, ofreciéndote
los dolores de tus santísimos pies en reparación de estas ofensas, para darte
toda la gloria que las criaturas te habrían dado si en todo hubiesen estado
sujetas a Ti.
Oh mi
Jesús, beso tu santísima mano izquierda, te agradezco por cuanto has sufrido
por mí, por cuantas veces has aplacado a la Divina Justicia satisfaciendo
por todo. Beso tu mano derecha y te doy
las gracias por todo el bien que has obrado y que obras por todos,
especialmente te agradezco por las obras de la Creación, de la Redención y de la Santificación. Te pido perdón a nombre de
todos por cuantas veces hemos sido ingratos a tus beneficios, y por tantas
obras nuestras hechas sin recta intención.
En reparación de todas estas ofensas quiero ofrecerte toda la perfección
y santidad de tus obras, para darte toda la gloria que las criaturas te habrían
dado si hubiesen correspondido a todos estos beneficios.
Oh Jesús
mío, beso tu sacratísimo corazón y te agradezco por todo lo que has sufrido,
deseado y anhelado por amor de todos y por cada uno en particular. Te pido perdón por tantos malos deseos,
afectos y tendencias no buenas. Perdón,
oh Jesús, por tantos que posponen tu amor al amor de las criaturas, y para
darte toda la gloria que estos te han negado, te ofrezco todo lo que ha hecho y
continúa haciendo tu adorabilísimo corazón.
***
VIGÉSIMA
PRIMERA HORA
De la 1 a las 2 de la tarde
Segunda
hora de agonía en la cruz. Segunda,
tercera y cuarta palabra sobre la cruz
Gracias
te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando
tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en
tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu
corazón empiezo:
Crucificado
amor mío, mientras contigo rezo, la fuerza raptora de tu amor y de tus penas
mantiene fija mi mirada en Ti, pero el corazón se me rompe al verte sufrir
tanto, y Tú sufres atrozmente de amor y de dolor, las llamas que queman tu
corazón se elevan tan alto, que están en acto de incinerarte; tu amor reprimido
es más fuerte que la misma muerte, por eso, queriéndolo desahogar pones tu
mirada en el ladrón que está a tu derecha, y queriéndoselo robar al infierno le
tocas el corazón, y ese ladrón se siente todo cambiado, te reconoce, te
confiesa por Dios, y todo contrito dice:
“Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino.” Y Tú no vacilas en responderle:
“Hoy
estarás conmigo en el Paraíso.”
Y de él
haces el primer triunfo de tu amor. Pero
en tu amor veo que no es solamente al ladrón a quien le robas el corazón, sino
a tantos moribundos. ¡Ah! Tú pones a su
disposición tu sangre, tu amor, tus méritos y usas todos los artificios y
estratagemas divinos para tocarles el corazón y robarlos todos para Ti. Pero aquí también tu amor se ve
impedido. ¡Cuántos rechazos, cuántas
desconfianzas y también cuántas desesperaciones! Y es tanto el dolor, que de nuevo te reduces
al silencio.
Quiero, oh
mi Jesús, reparar por aquellos que desesperan de la Divina Misericordia
en el punto de la muerte. Dulce amor
mío, inspira a todos confianza y seguridad ilimitada en Ti solo, especialmente
a aquellos que se encuentran en las estrechuras de la agonía, y en virtud de
esta palabra tuya concédeles luz, fuerza y ayuda para poder volar de esta
tierra al Cielo. En tu santísimo cuerpo,
en tu sangre, en tus llagas, contienes todas, todas las almas, oh Jesús. Por los méritos de tu preciosísima sangre no
permitas que ni siquiera una sola alma se pierda, tu sangre grite aún a todas,
junto con tu voz: “Hoy estarás conmigo
en el Paraíso.”
Tercera Palabra
Mi Jesús
crucificado y atormentado, tus penas aumentan siempre más. Ah, sobre esta cruz Tú eres el verdadero Rey
de los Dolores, pero entre tantas penas no se te escapa ninguna alma, sino que
das a cada una tu propia Vida. Pero tu
amor se ve impedido por las criaturas, despreciado, no tomado en cuenta, y no
pudiendo desahogar se hace más intenso, te da torturas indecibles; y en estas
torturas va investigando qué más puede dar al hombre para vencerlo y te hace
decir: “Mira, oh alma, cuánto te he amado, si no quieres tener piedad de ti
misma, ten piedad de mi amor!”
Entre
tanto, viendo que no tienes nada más qué darle, habiéndole dado todo, entonces
ves a tu Mamá que está más que agonizante por causa de tus penas, y es tanto el
amor que la tortura, que la tiene crucificada a la par contigo. Madre e Hijo os entendéis, y Tú suspiras con
satisfacción y te consuelas viendo que puedes dar tu Mamá a la criatura, y
considerando en Juan a todo el género humano, con voz tan tierna para
enternecer a todos los corazones dices:
“Mujer, he
ahí a tu hijo.” Y a Juan: “He ahí a tu Madre.”
Tu voz
desciende en su corazón materno y unida a las voces de tu sangre continúa
diciendo:
“Mamá mía,
te confío a todos mis hijos; todo el amor que sientes por Mí tenlo por ellos;
todas tus premuras y ternuras maternas sean para mis hijos; Tú me los salvarás
a todos.”
Tu Mamá
acepta, pero son tantas las penas, que te reducen al silencio. Quiero, oh mi
Jesús, reparar las ofensas que se hacen a la Santísima Virgen,
las blasfemias y las ingratitudes de tantos que no quieren reconocer los beneficios
que Tú has hecho a todos dándonosla por Madre.
¿Cómo podemos no agradecerte por tanto beneficio? Recurrimos, oh Jesús, a tu misma fuente, y te
ofrecemos tu sangre, tus llagas y el amor infinito de tu corazón. Oh Virgen santísima, ¿cuál no es tu conmoción
al oír la voz del buen Jesús que te deja como Madre de todos nosotros?
Y Tú,
vencida por su amor y por la dulzura de su acento, sin más aceptas y nosotros
nos volvemos tus hijos. Te agradecemos,
oh Virgen bendita, y para agradecerte como mereces te ofrecemos los mismos
agradecimientos de tu Jesús. Oh dulce
mamá, sé Tú nuestra Madre, tómanos a tu cuidado y no permitas jamás que te
ofendamos, ni aun mínimamente; tennos siempre estrechados a Jesús, con tus
manos átanos a todos a Él, de modo de no poderle huir jamás. Con tus mismas intenciones quiero reparar por
todas las ofensas que se hacen a tu Jesús y a Ti, dulce Mamá mía.
Oh mi
Jesús, mientras estás inmerso en tantas penas, Tú abogas aún más por la causa
de la salvación de las almas; y yo no me estaré indiferente, sino que como
paloma quiero sobrevolar sobre tus llagas, besarlas, endulzarlas y sumergirme
en tu sangre para poder decir contigo:
“¡Almas, almas!” Quiero sostener
tu cabeza traspasada y dolorida para repararte y pedirte misericordia, amor y
perdón por todos.
Reina en mi
mente, oh mi Jesús, y sánala en virtud de las espinas que circundan tu cabeza y
no permitas que ninguna turbación entre en mí.
Frente majestuosa de mi Jesús, te beso y te pido que atraigas todos mis
pensamientos para contemplarte, para comprenderte. Ojos dulcísimos de mi Jesús, si bien
cubiertos de sangre, mírenme, miren mi miseria, miren mi debilidad, miren mi
pobre corazón, y hagan que pueda sentir los efectos admirables de vuestra
mirada divina. Oídos de mi Jesús, si
bien ensordecidos por los insultos y las blasfemias de los impíos, pero aún
atentos a escucharnos, ah, escuchen mis plegarias y no desdeñen mis
reparaciones. Escucha, oh Jesús, el
grito de mi corazón, el cual sólo se tranquilizará cuando lo hayas llenado de
tu amor. Rostro bellísimo de mi Jesús,
muéstrate, deja que yo te vea a fin de que de todos y de todo pueda yo
desapegar mi pobre corazón; tu belleza me enamore continuamente y me tenga
siempre raptada en Ti. Boca suavísima de
mi Jesús, háblame, resuene siempre tu voz en mí, y que la potencia de tu
palabra destruya todo lo que no es Voluntad de Dios, que no es amor. Oh Jesús extiendo mis brazos a tu cuello para
abrazarte, y Tú extiéndeme los tuyos para abrazarme; y haz, oh mi bien, que sea
tan apretado este abrazo de amor, que ninguna fuerza, ni humana ni sobrehumana
pueda separarnos, así que Tú quedarás siempre abrazado a mí y yo a Ti, y
mientras quedaremos abrazados, yo apoyaré mi cabeza sobre tu corazón y Tú me
darás tu beso de amor; y así me harás respirar tu dulcísimo aliento,
infundiendo en mí un siempre nuevo y creciente amor hacia Ti, y conforme
respire, respiraré tu amor, tu Querer, tus penas y toda tu Vida Divina. Hombros santísimos de mi Jesús, siempre
fuertes y constantes en el sufrir por amor mío, denme fuerza, constancia y
heroísmo en el sufrir por amor suyo.
Oh Jesús,
no permitas que yo sea inconstante en el amor, hazme tomar parte en tu
inmutabilidad. Pecho encendido de mi
Jesús, dame tus llamas, tú no puedes contenerlas más, y mi corazón con ansia
las busca por medio de tu sangre y de tus llagas. Son las llamas de tu amor, oh Jesús, las que
más te atormentan; oh mi bien, déjame tomar parte en ellas, ¿no te mueve a
compasión un alma tan fría y falta de tu
amor? Manos santísimas de mi Jesús,
ustedes que habéis creado el cielo y la tierra, ya estáis reducidas a no
poderos mover más. Oh Jesús, continúa tu
creación, la creación del amor, crea en todo mi ser vida nueva, Vida Divina,
pronuncia tus palabras sobre mi pobre corazón y transfórmalo todo, todo en el
tuyo. Pies santísimos de mi Jesús, no me
dejen jamás sola, hagan que yo corra siempre junto a ustedes y que no de un
solo paso alejado de ustedes. Jesús, con
mi amor y reparaciones quiero reconfortarte por las penas que sufres en tus
pies.
Oh mi Jesús
crucificado, adoro tu sangre preciosísima, beso una por una tus llagas con la
intención de poner en ellas todo mi amor, mis adoraciones, las más sentidas
reparaciones. Una por una tomo estas
gotas de tu sangre y las doy a todas las almas, para que sean para ellas luz en
las tinieblas, consuelo en las penas, fuerza en la debilidad, perdón en la
culpa, ayuda en las tentaciones, defensa en los peligros, sostén en la muerte y
alas para transportarlas de esta tierra al Cielo.
Oh Jesús, a Ti vengo y en tu corazón hago mi nido y mi
morada, y desde dentro de él, oh mi dulce amor, llamaré a todos a Ti, y si
alguno quisiera acercarse para ofenderte, yo saldré en tu defensa y no
permitiré que te hiera, más bien lo encerraré en tu corazón, le hablaré de tu
amor a fin de convertir las ofensas en amor.
Oh Jesús, no permitas jamás que yo salga de tu
corazón, aliméntame con tus llamas, dame vida con tu vida para poderte amar
como Tú ansías ser amado.
Cuarta
Palabra
Penante
Jesús mío, mientras estrechada a tu corazón me abandono numerando tus penas,
veo que un temblor convulsivo invade tu santísima Humanidad, tus miembros se
debaten como si quisieran separarse uno de otro, y entre contorsiones por los
atroces espasmos, Tú gritas fuertemente:
“Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
A este
grito todos tiemblan, las tinieblas se hacen más densas, y la petrificada Mamá
palidece y casi se desmaya. Mi Vida, mi
todo, mi Jesús, ¿qué veo? Ah, Tú estás
próximo a morir, las mismas penas tan fieles a Ti están por dejarte; y entre
tanto, después de tanto sufrir, ves con inmenso dolor que no todas las almas
están incorporadas en Ti, más bien descubres que muchas se perderán, y sientes
la dolorosa separación de ellas que se arrancan de tus miembros. Y Tú, debiendo satisfacer a la Divina Justicia
también por ellas, sientes la muerte de cada una y las mismas penas que
sufrirán en el infierno, y gritas fuertemente a todos los corazones: “¡No me
abandonéis! Si queréis que sufra más
penas estoy dispuesto, pero no os separéis de mi Humanidad. ¡Este es el dolor de los dolores, es la
muerte de las muertes, todo lo demás me sería nada si no sufriera vuestra
separación de Mí! ¡Ah, piedad de mi
sangre, de mis llagas, de mi muerte!
Este grito será continuo a vuestros corazones: ¡No me abandonéis!”
Amor mío,
cuánto me duelo junto contigo, Tú te sofocas; tu santísima cabeza cae ya sobre
tu pecho; la vida te abandona. Mi amor,
me siento morir, también yo quiero gritar contigo: ¡Almas, almas! No me separaré de esta cruz, de estas llagas,
para pedirte almas, y si Tú quieres descenderé en los corazones de las
criaturas, los circundaré de tus penas, a fin de que no me huyan, y si me fuera
posible quisiera ponerme a la puerta del infierno para hacer retroceder a las
almas que quieren ir ahí y conducirlas a tu corazón. Pero Tú agonizas y callas, y yo lloro tu
cercana muerte. Oh mi Jesús, te
compadezco, estrecho fuertemente tu corazón al mío, lo beso y lo miro con toda
la ternura de la cual soy capaz, y para darte un alivio mayor tomo la ternura
divina y con ella quiero compadecerte, cambiar mi corazón en ríos de dulzura y
derramarlo en el tuyo para endulzar la amargura que sientes por la pérdida de
las almas. Es en verdad doloroso este
grito tuyo, oh mi Jesús; más que el abandono del Padre, es la pérdida de las
almas que se alejan de Ti lo que hace escapar de tu corazón este doloroso
lamento.
Oh mi
Jesús, aumenta en todos la
Gracia, a fin de que ninguno se pierda, y sea mi reparación
en provecho de aquellas almas que se deberían perder, para que no se pierdan. Te
ruego además, oh mi Jesús, por este extremo abandono, que des ayuda a tantas
almas amantes, que para tenerlas de compañeras en tu abandono, parece que las
privas de Ti, dejándolas en las tinieblas. Sean, oh Jesús, las penas de estas,
como voces que llamen a las almas a tu lado y te alivien en tu dolor.
***
VIGÉSIMA SEGUNDA HORA DE MEDITACIÓN.
De las 2 a las 3 de la tarde
Tercera
hora de agonía en la Cruz. Quinta, sexta y séptima palabra sobre la cruz. Muerte de Jesús
Gracias
te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y
tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu
Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza
sobre tu corazón empiezo:
Mi
crucificado moribundo, abrazada a tu cruz siento el fuego que quema toda tu
santísima persona; el corazón te late tan fuerte, que levantándote las
costillas te atormenta en modo tan desgarrador y horrible, que toda tu
santísima Humanidad sufre una transformación que te hace irreconocible. El amor que incendia tu corazón te seca y te
quema, y Tú no pudiendo contenerlo, sientes fuertemente el tormento, no sólo de
la sed corporal por el derramamiento de toda tu sangre, sino mucho más por la
sed ardiente de la salud de nuestras almas.
Tú, como agua quisieras bebernos para ponernos a todos a salvo dentro de
Ti, por eso, reuniendo tus debilitadas fuerzas gritas:
“¡Tengo
sed!”
¡Ah! esta
palabra la repites a cada corazón: “Tengo sed de tu voluntad, de tus afectos,
de tus deseos, de tu amor; agua más fresca y dulce no puedes darme, que tu
alma. ¡Ah! no me dejes quemar, tengo sed
ardiente, por lo cual no sólo me siento quemar la lengua y la garganta, tanto
que no puedo más articular palabra, sino que me siento también secar el corazón
y las entrañas. ¡Piedad de mi sed,
piedad!” Y como delirante por la gran
sed te abandonas a la
Voluntad del Padre.
Ah, mi
corazón no puede vivir más al ver la impiedad de tus enemigos, que en lugar de
agua te dan hiel y vinagre, y Tú no los rechazas. Ah, comprendo, es la hiel de tantas culpas,
es el vinagre de nuestras pasiones no domadas que quieren darte, y que en lugar
de confortarte te queman de más. Oh mi
Jesús, he aquí mi corazón, mis pensamientos, mis afectos, he aquí todo mi ser a
fin de que Tú calmes tu sed y des un alivio a tu boca seca y amargada. Todo lo que tengo, todo lo que soy, todo es
para Ti, oh mi Jesús. Si fueran
necesarias mis penas para poder salvar aun una sola alma, aquí me tienes, estoy
dispuesta a sufrirlo todo. A Ti yo me
ofrezco enteramente, haz de mí lo que mejor te plazca. Quiero reparar el dolor
que Tú sufres por todas las almas que se pierden y la pena que te dan aquellas,
a las cuales, mientras Tú permites que tengan tristezas, abandonos, ellas en
vez de ofrecértelos a Ti como alivio de la sed ardiente que te devora, se
abandonan a sí mismas y así te hacen penar más.
Sexta Palabra
Moribundo
bien mío, el mar interminable de tus penas, el fuego que te consume, y más que
todo el Querer Supremo del Padre que quiere que Tú mueras, no nos permiten
esperar que puedas continuar viviendo. Y
yo, ¿cómo podré vivir sin Ti? Ya te
faltan las fuerzas, tus ojos se velan, tu rostro se transforma y se cubre de
una palidez mortal, la boca está entreabierta, el respiro afanoso e
intermitente, tanto, que ya no hay esperanza de que te puedas reanimar. Al fuego que te quema lo sustituye un hielo y
un sudor frío que te baña la frente, los músculos, y los nervios se contraen
siempre más por la acerbidad de los dolores y por las perforaciones de los
clavos; las llagas se abren más y yo tiemblo, me siento morir. Te miro, oh mi bien, y veo descender de tus
ojos las últimas lágrimas, mensajeras de la cercana muerte, mientras que
fatigosamente haces oír aún otra palabra:
“¡Todo está
consumado!”
Oh mi
Jesús, ya lo has agotado todo, ya no te queda nada más, el amor ha llegado a su
término. Y yo, ¿me he consumido toda por
tu amor? ¿Qué agradecimiento no deberé
yo darte, cuál no tendrá que ser mi gratitud hacia Ti? Oh mi Jesús, quiero reparar por todos,
reparar por las faltas de correspondencia a tu amor, y consolarte por las
afrentas que recibes de las criaturas mientras te estás consumiendo de amor
sobre la cruz.
Séptima Palabra
Mi
crucificado agonizante, Jesús, ya estás a punto de dar el último respiro de tu
vida mortal, tu santísima Humanidad está ya rígida, el corazón parece que no te
late más. Con la Magdalena me abrazo a
tus pies y quisiera, si fuera posible, dar mi vida para reanimar la tuya.
Entre
tanto, oh Jesús, veo que reabres tus ojos moribundos y miras en torno a la
cruz, como si quisieras dar el último adiós a todos, miras a tu agonizante Mamá
que no tiene más movimiento ni voz, tantas son las penas que sufre, y con tu
mirada le dices: “Adiós Mamá, Yo me voy,
pero te tendré en mi corazón. Tú ten
cuidado de los hijos míos y tuyos.”
Miras a la llorosa Magdalena, al fiel Juan; y a tus mismos enemigos y
con tu mirada les dices: “Yo os perdono
y os doy el beso de paz.” Nada escapa a
tu mirada, de todos te despides y a todos perdonas. Después reuniendo todas tus fuerzas y con voz
fuerte y sonora gritas:
“¡Padre, en
tus manos encomiendo mi espíritu!”
E
inclinando la cabeza expiras. Mi Jesús,
a este grito toda la naturaleza se trastorna y llora tu muerte, la muerte de su
Creador. La tierra tiembla fuertemente y
con su temblor parece que llore y quiera sacudir las almas de todos para que te
reconozcan como el verdadero Dios. El
velo del templo se rasga, los muertos resucitan, el sol que hasta ahora ha
llorado tus penas, retira horrorizado su luz.
Tus enemigos a este grito se arrodillan, se golpean el pecho y
dicen: “Verdaderamente este es el Hijo
de Dios.” Y tu Madre, petrificada y
moribunda, sufre penas más duras que la muerte.
Muerto
Jesús mío, con este grito Tú nos pones también a todos nosotros en las manos
del Padre, para que no se nos rechace; por eso gritas fuerte no sólo con la
voz, sino con todas tus penas y con las voces de tus sangre: “¡Padre, en tus
manos pongo mi espíritu y a todas las almas!”
Mi Jesús,
también yo me abandono en Ti, y dame la gracia de morir toda en tu amor, en tu
Querer, rogándote que no permitas jamás, ni en la vida ni en la muerte, que yo
salga de tu Santísima Voluntad. Quiero reparar
por todos aquellos que no se abandonan perfectamente a tu Santísima Voluntad,
perdiendo así, o reduciendo el precioso fruto de tu Redención. ¿Cuál no será el dolor de tu corazón, oh mi
Jesús, al ver tantas criaturas que huyen de tus brazos y se abandonan a sí
mismas? Piedad por todos, oh mi Jesús,
piedad por mí. Beso tu cabeza coronada
de espinas y te pido perdón por tantos pensamientos míos de soberbia, de
ambición y de propia estima, y te prometo que cada vez que me venga un
pensamiento que no sea todo para Ti, oh Jesús, y me encuentre en las ocasiones
de ofenderte, gritaré inmediatamente:
“¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Oh Jesús,
beso tus hermosos ojos bañados aún por las lágrimas y cubiertos por sangre
coagulada, y te pido perdón por cuantas veces te ofendí con miradas malas e
inmodestas; te prometo que cada vez que mis ojos se sientan impulsados a mirar
cosas de la tierra, gritaré inmediatamente:
“¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!” Oh Jesús mío, beso tus
sacratísimos oídos, aturdidos hasta los últimos momentos por insultos y
horribles blasfemias. Y te pido perdón
por cuantas veces he escuchado y he hecho escuchar conversaciones que nos
alejan de Ti, y por tantas conversaciones malas que hacen las criaturas, y te
prometo que cada vez que me encuentre en la ocasión de oír aquello que no
conviene, gritaré inmediatamente:
“¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Oh Jesús
mío, beso tu santísimo rostro, pálido, lívido, ensangrentado, y te pido perdón
por tantos desprecios, insultos y afrentas que recibes de nosotros, vilísimas
criaturas, por nuestros pecados. Yo te
prometo que cada vez que me venga la tentación de no darte toda la gloria, el
amor y la adoración que se te deben, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!” Oh
Jesús mío, beso tu santísima boca, ardida y amargada. Te pido perdón por cuantas veces te he
ofendido con mis malas conversaciones, por cuantas veces he concurrido a
amargarte y a acrecentar tu sed; te prometo que cada vez que me venga el
pensamiento de decir cosas que podrían ofenderte, gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!”
Oh Jesús
mío, beso tu cuello santísimo y veo aún las marcas de las cadenas y de las
cuerdas que te han oprimido, te pido perdón por tantas ataduras y por tantos
apegos de las criaturas, que han añadido sogas y cadenas a tu santísimo
cuello. Te prometo que cada vez que me
sienta turbado por apegos, deseos y afectos que no sean para Ti, gritaré
inmediatamente: “¡Jesús y María, os
encomiendo el alma mía!” Jesús mío, beso tus santísimos hombros y te pido
perdón por tantas ilícitas satisfacciones, perdón por tantos pecados cometidos
con los cinco sentidos de nuestro cuerpo; te prometo que cada vez que me venga
el pensamiento de tomarme algún placer o satisfacción que no sea para tu
gloria, gritaré inmediatamente: “¡Jesús
y María, os encomiendo el alma mía!” Jesús mío, beso tu santísimo pecho y te
pido perdón por tantas frialdades, indiferencias, tibiezas e ingratitudes
horrendas que recibes de las criaturas, y te prometo que cada vez que me sienta
enfriar en tu amor, gritaré inmediatamente:
“¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!” Jesús mío, beso tus
sacratísimas manos; te pido perdón por todas las obras malas e indiferentes, por
tantos actos envenenados por el amor propio y por la propia estima; te prometo
que cada vez que me venga el pensamiento de no obrar solamente por tu amor,
gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María,
os encomiendo el alma mía!”
Oh Jesús
mío, beso tus santísimos pies y te pido perdón por tantos pasos, por tantos
caminos recorridos sin recta intención, por tantos que se alejan de Ti para ir
en busca de los placeres de la tierra.
Te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de apartarme de Ti,
gritaré inmediatamente: “¡Jesús y María,
os encomiendo el alma mía!” Oh Jesús mío, beso tu sacratísimo corazón y quiero
encerrar en Él, junto con mi alma, a todas las almas redimidas por Ti, para que
todas sean salvas, sin excluir ninguna.
Oh Jesús, enciérrame en tu corazón y cierra las puertas de él, de modo
que yo no pueda ver otra cosa que a Ti solo.
Te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de querer salir de
este corazón, gritaré inmediatamente:
“¡Jesús y María, a ustedes doy mi corazón y el alma mía!”
VIGÉSIMA
TERCERA HORA DE MEDITACIÓN.
De las 3 a las 4 de la tarde
Jesús
muerto es traspasado por la lanza. El
descendimiento de la cruz
Gracias
te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando
tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en
tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu
corazón empiezo:
Muerto
Jesús mío, toda la naturaleza ha dado un grito de dolor al verte expirar y ha
llorado tu dolorosa muerte, reconociéndote como su Creador. Miles de ángeles se ponen alrededor de tu
cruz y lloran tu muerte; te adoran y te rinden homenajes de reconocimiento,
confesándote como nuestro verdadero Dios y te acompañan al Limbo, a donde vas a
beatificar a tantas almas que desde siglos y siglos yacen en aquella cárcel
oscura y te suspiran ardientemente. Y
yo, muerto Jesús mío, no puedo separarme de esta cruz, ni me sacio de besar y
volver a besar tus santísimas llagas, señales todas ellas de cuánto me has
amado, pero al ver las horribles laceraciones, la profundidad de tus llagas,
tanto que descubren tus huesos, ay, me siento morir. Quiero llorar tanto sobre estas llagas para
lavarlas con el agua de mis lágrimas, quiero amarte tanto para curarte todo con
mi amor y restituir a tu irreconocible Humanidad su natural belleza, quiero
abrir mis venas para llenar las tuyas con mi sangre y llamarte nuevamente a
vida.
Vida mía,
mi Jesús, ¿qué no puede el amor? El amor
es vida y yo con mi amor quiero darte vida, y si no basta con el mío, dame tu
amor y con él todo podré, sí, podré dar vida a tu santísima Humanidad. Pero, oh mi Jesús, aún después de muerto
quieres decirnos que nos amas, atestiguarnos tu amor y darnos un refugio, un
albergue en tu propio corazón, por eso, un soldado empujado por una fuerza
suprema, para asegurarse de tu muerte, con una lanza te desgarra el corazón,
abriéndote una llaga profunda, y Tú, amor mío, derramas las últimas gotas de
sangre y agua que contiene tu ardiente corazón.
Ah, cuántas
cosas me dice esta llaga, producida no por el dolor sino por el amor, y si tu
boca está muda, me habla tu corazón y oigo que dice:
“Hija mía,
después de haber dado todo, con esta he querido hacerme abrir un refugio para
todas las almas en este mi corazón; este corazón abierto gritará continuamente
a todos: “Vengan a Mí si queréis ser
salvos, en este mi corazón encontraréis la santidad y os haréis santos,
encontraréis el consuelo en las aflicciones, la fuerza en la debilidad, la paz
en las dudas, la compañía en los abandonos.
Oh almas que me amáis, si queréis amarme de verdad, vengan a morar
siempre en este corazón, aquí encontraréis el verdadero amor para amarme y
llamas ardientes para quemaros y consumiros todas de amor. Todo está concentrado en este corazón, aquí
están contenidos los sacramentos, mi Iglesia, la vida de Ella y la vida de
todas las almas. En este mi corazón
siento las profanaciones que se hacen a mi Iglesia, las insidias de los enemigos,
los ataques que le lanzan, a mis hijos conculcados, porque no hay ofensa que
este mi corazón no sienta, por eso hija mía, tu vida sea en este mi corazón,
defiéndeme, repárame, condúceme a todos hacia él.”
Amor mío,
si una lanza ha herido tu corazón por amor mío, te ruego que con tus manos
hieras mi corazón, mis afectos, mis deseos, toda yo misma, y que no haya parte
en mí que no quede herida por tu amor.
Unida con nuestra traspasada Mamá, que cae desmayada por el inmenso
dolor al ver que te traspasan el corazón, y como paloma vuela a tu corazón para
tomar el primer lugar para ser la primera reparadora, la reina de tu mismo
corazón, intermediaria entre Tú y las criaturas. También yo junto con Mi Mamá quiero volar a
tu corazón para oír cómo te repara y repetir sus reparaciones en todas las ofensas
que recibes. Oh mi Jesús, después de tu
muerte desgarradora y dolorosísima, parece que yo no debería tener más vida
propia, pero en este tu corazón herido yo reencontraré mi vida, así que
cualquier cosa que esté por hacer, la tomaré siempre de él. No daré más vida a los pensamientos, pero si
quisieran vida, la tomaré de tus pensamientos; no tendrá más vida mi querer,
pero si vida quiere, tomaré tu Santísima Voluntad; no tendrá más vida mi amor,
pero si querrá vida la tomaré de tu amor.
Oh mi Jesús, toda tu Vida es mía, esta es tu Voluntad, este es mi
querer.
Muerto
Jesús mío, veo que se apresuran a bajarte de la cruz; y tus discípulos José y
Nicodemo, que hasta ahora habían permanecido ocultos, ahora con valor y sin
temer nada quieren darte honorable sepultura, y por eso toman martillo y pinzas
para cumplir el sagrado y triste descendimiento de la cruz, mientras que tu
traspasada Mamá extiende sus brazos maternos para recibirte en su regazo.
Mi Jesús,
mientras te desclavan, también yo quiero ayudar a tus discípulos a sostener tu
santísimo cuerpo y con los clavos que te quitan, clávame toda a Ti, y junto con
nuestra Santa Madre quiero adorarte y besarte, y después enciérrame en tu
corazón para no salir más de él.
***
VIGÉSIMA
CUARTA HORA DE MEDITACIÓN.
De las 4 a las 5 de la tarde
La
sepultura de Jesús
Gracias
te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y
tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu
Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza
sobre tu corazón empiezo:
Doliente
Mamá mía, veo que te dispones al último sacrificio, el de tener que dar
sepultura a tu muerto Hijo Jesús, y resignadísima al Querer de Dios lo
acompañas y con tus mismas manos lo pones en el sepulcro, y mientras recompones
aquellos miembros tratas de darle el último adiós y el último beso, y por el
dolor te sientes arrancar el corazón del pecho.
El amor te clava sobre esos miembros, y por la fuerza del amor y del
dolor tu Vida está a punto de quedar apagada junto con tu extinto Hijo. Pobre Mamá, ¿cómo harás sin Jesús? Él es tu vida, tu todo, y sin embargo es el
Querer del Eterno que así lo quiere.
Tendrás que combatir con dos potencias insuperables: El amor y el Querer Divino. El amor te tiene clavada, de modo que no
puedes separarte; el Querer Divino se impone y quiere este sacrificio. Pobre Mamá, ¿cómo harás? ¡Cuánto te compadezco! ¡Ah, ángeles del Cielo, venid a levantarla de
encima de los inmóviles miembros de Jesús, de otra manera morirá!
Pero, oh
portento, mientras parecía extinta junto con Jesús, escucho su voz temblorosa e
interrumpida por sollozos que dice:
“Hijo amado, Hijo, éste era el único consuelo que me quedaba y que
mitigaba mis penas: Tu Santísima
Humanidad, desahogarme sobre estas llagas, adorarlas, besarlas, pero ahora
también esto me viene quitado, el Querer Divino así lo quiere y Yo me resigno;
pero debes saber, oh Hijo, que lo quiero y no lo puedo, al solo pensamiento de
hacerlo me faltan las fuerzas y la vida me abandona. Ah, permíteme, oh Hijo, para poder recibir
fuerza y vida para hacer esta amarga separación, que me deje toda sepultada en
Ti, y que tome para Mí tu Vida, tus penas, tus reparaciones y todo lo que eres
Tú. Ah, sólo un intercambio de vida
entre Tú y Yo puede darme fuerza para cumplir el sacrificio de separarme de
Ti.”
Afligida
Mamá mía, así decidida, veo que de nuevo recorres esos miembros, y poniendo tu
cabeza sobre la de Jesús, la besas y en ella encierras tus pensamientos,
tomando para ti sus espinas, los afligidos y ofendidos pensamientos de Jesús, y
todo lo que ha sufrido en su sacratísima cabeza. ¡Oh, cómo quisieras animar la inteligencia de
Jesús con la tuya, para poder dar vida por vida! Y ya sientes que empiezas a revivir, con haber
tomado en tu mente los pensamientos y las espinas de Jesús.
Adolorida
Mamá, te veo besar los ojos apagados de Jesús, y quedas traspasada al ver que
Él ya no te mira más. ¡Cuántas veces
esas miradas divinas, mirándote, te extasiaban en el Paraíso y te hacían
resurgir de la muerte a la vida! Pero
ahora, al ver que ya no te miran te sientes morir, por eso veo que dejas tus
ojos en los de Jesús y tomas para Ti los suyos, sus lágrimas, la amargura de
esa mirada que tanto ha sufrido al ver las ofensas de las criaturas y tantos
insultos y desprecios.
Pero veo
traspasada Mamá que besas sus santísimos oídos, lo llamas y lo vuelves a llamar
y le dices: “Hijo mío, ¿será posible que
no me escuches más? Tú que aún en cada
pequeño ademán me escuchabas, y ahora lloro, te llamo, ¿y no me escuchas? ¡Ah, el amor amoroso es el más cruel
tirano! Tú eras para Mí más que mi misma
Vida, ¿y ahora deberé sobrevivir a tanto dolor?
Por eso, oh Hijo, dejo mi oído en el tuyo y tomo para Mí lo que ha
sufrido tu santísimo oído, el eco de todas las ofensas que se repercutían en el
tuyo, sólo esto me puede dar vida, tus penas, tus dolores.”
Mientras
esto dices, es tanto el dolor, las congojas del corazón, que pierdes la voz y
te quedas sin movimiento. ¡Pobre mamá
mía, pobre Mamá mía, cuánto te compadezco, cuántas muertes crueles no sufres!
Pero
doliente Mamá, el Querer Divino se impone y te da el movimiento, y Tú miras el
rostro santísimo de Jesús, lo besas y exclamas:
“Adorado Hijo, cómo estás desfigurado, si el amor no me dijera que eres
mi Hijo, mi Vida, mi todo, no te reconocería más, tan irreconocible has
quedado. Tu natural belleza se ha
transformado en deformidad, tus mejillas se han cambiado a violáceas; la luz,
la gracia que irradiaba tu hermoso rostro –que mirarte y quedar beatificada era
lo mismo–, se ha convertido en palidez de muerte, oh Hijo amado, Hijo, cómo has
quedado reducido, qué feo trabajo ha hecho el pecado en tus santísimos
miembros, oh, cómo tu inseparable Mamá quisiera restituirte tu primitiva
belleza. Quiero fundir mi rostro en el
tuyo y tomar para Mí el tuyo, tus bofetadas, los salivazos, los desprecios y
todo lo que has sufrido en tu rostro santísimo.
¡Ah! Hijo, si me quieres viva dame tus penas, de otra manera Yo
muero.” Y es tanto el dolor, que te sofoca,
te corta las palabras y quedas como extinta sobre el rostro de Jesús. ¡Pobre Mamá, cuánto te compadezco! Ángeles míos, vengan a sostener a mi Mamá, su
dolor es inmenso, la inunda, la ahoga y ya no le queda más vida ni
fuerzas. Pero el Querer Divino rompiendo
estas olas de dolor que la ahogan, le restituye la vida.
Estás ya
sobre la boca, y al besarla te sientes amargar tus labios por la amargura de la
hiel que ha amargado tanto la boca de Jesús, y sollozando continúas: “Hijo mío, dile una última palabra a tu Mamá,
¿será posible que no deba escuchar más tu voz?
Todas tus palabras que en vida me dijiste, como tantas flechas me hieren
el corazón de dolor y de amor; y ahora viéndote mudo, estas flechas se remueven
en mi lacerado corazón y me dan innumerables muertes, y a viva fuerza parece
que quieran arrancarte una última palabra, y no obteniéndola me desgarran y me
dicen: “Así que no lo escucharás más; no
volverás a oír más su dulce acento, la melodía de su palabra creadora que en Ti
creaba tantos paraísos por cuantas palabras decía.” Ah, mi paraíso ha terminado y no tendré otra
cosa que amarguras, ah Hijo, quiero darte mi lengua para animar la tuya, dame
lo que has sufrido en tu santísima boca, la amargura de la hiel, tu sed
ardiente, tus reparaciones y plegarias, y así, oyendo por medio de éstas tu
voz, mi dolor será más soportable, y tu Mamá podrá seguir viviendo en medio de
tus penas.”
Mamá
destrozada, veo que te apresuras porque los que están a tu alrededor quieren
cerrar el sepulcro, y casi como volando pasas sobre las manos de Jesús, las
tomas entre las tuyas, las besas, te las estrechas al corazón, y dejando tus
manos en las suyas tomas para Ti los dolores y las perforaciones de aquellas
manos santísimas. Y llegando a los pies
de Jesús y mirando el desgarro cruel que los clavos han hecho en aquellos pies,
pones en ellos los tuyos y tomas para Ti aquellas llagas y te pones en lugar de
Jesús a correr al lado de los pecadores para arrancarlos del infierno.
Angustiada
Mamá, ya veo que le das el último adiós al corazón traspasado de Jesús. Aquí te detienes, es el último asalto a tu
corazón materno, te lo sientes arrancar del pecho por la vehemencia del amor y
del dolor, y por sí mismo se te escapa para ir a encerrarse en el corazón
santísimo de Jesús; y Tú viéndote sin corazón te apresuras a tomar el corazón
Sacratísimo de Jesús en el tuyo, su amor rechazado por tantas criaturas, tantos
deseos suyos ardientes no realizados por la ingratitud de ellas, los dolores
las heridas que traspasan ese corazón santísimo y que te tendrán crucificada
durante toda tu Vida. Y mirando esa
ancha herida la besas y tomas en tus labios su sangre, y sintiéndote la Vida de Jesús, sientes la
fuerza para hacer la amarga separación, por eso lo abrazas y permites que la
piedra sepulcral lo encierre.
Doliente
Mamá mía, llorando te suplico que no permitas que por ahora Jesús nos sea
quitado de nuestra mirada, espera que primero me encierre en Jesús para tomar
su Vida en mí, si Tú no puedes vivir sin Jesús, que eres la sin mancha, la
santa, la llena de Gracia, mucho menos yo que soy la debilidad, la miseria, la
llena de pecados, ¿cómo puedo vivir sin Jesús?
Ah Mamá dolorosa, no me dejes sola, llévame contigo; pero antes
deposítame toda en Jesús, vacíame de todo para poder poner a todo Jesús en mí,
así como lo has puesto en Ti. Comienza
conmigo el oficio materno que Jesús te dio estando en la cruz, y abriendo mi
pobreza extrema una brecha en tu corazón materno, con tus mismas manos maternas
enciérrame toda, toda en Jesús; encierra en mi mente los pensamientos de Jesús,
a fin de que ningún otro pensamiento entre en mí; encierra los ojos de Jesús en
los míos, a fin de que jamás pueda huir de mi mirada; pon su oído en el mío,
para que siempre lo escuche y cumpla en todo su Santísimo Querer; su rostro
ponlo en el mío, a fin de que mirando aquel rostro tan desfigurado por amor
mío, lo ame, lo compadezca y repare; pon su lengua en la mía para que hable,
rece y enseñe con la lengua de Jesús; sus manos en las mías para que cada
movimiento que yo haga y cada obra que realice tomen vida de las obras y
movimientos de Jesús; pon sus pies en los míos, a fin de que cada paso que yo
dé sea vida para las otras criaturas, vida de salvación, de fuerza, de celo
para todas las criaturas.
Y ahora,
afligida Mamá mía, permíteme que bese su corazón y que beba su preciosísima
sangre, y Tú, encerrando su corazón en el mío haz que pueda vivir de su amor,
de sus deseos y de sus penas. Y ahora
toma la mano derecha de Jesús, rígida ya, para que me des con ella su última
bendición.
Y ahora
permite que la piedra cierre el sepulcro, y Tú, destrozada besas este sepulcro
y llorando le dices tu último adiós y partes, pero es tanto tu dolor, que ahora
quedas petrificada, ahora helada.
Traspasada Mamá mía, junto contigo doy el adiós a Jesús, y llorando,
quiero compadecerte y hacerte compañía en tu amarga desolación, quiero ponerme
a tu lado, para darte a cada suspiro tuyo, a cada congoja y dolor, una palabra
de consuelo, una mirada de compasión.
Recogeré tus lágrimas, y si te veo desfallecer te sostendré en mis
brazos.
Pero veo
que estás obligada a regresar a Jerusalén por el camino por donde viniste. Unos cuantos pasos y te encuentras ante la
cruz sobre la cual Jesús ha sufrido tanto y ha muerto, y Tú corres, la abrazas,
y viéndola teñida de sangre, uno por uno se renuevan en tu corazón los dolores
que Jesús ha sufrido sobre ella, y no pudiendo contener el dolor, sollozando
exclamas:
“¡Oh! cruz,
¿tan cruel debías ser con mi Hijo? ¡Ah,
en nada los has perdonado! ¿Qué mal te
había hecho? No me has permitido a Mí,
su dolorosa Mamá, darle ni siquiera un sorbo de agua cuando la pedía, y a su
boca abrasada le has dado hiel y vinagre; mi corazón traspasado me lo sentía
licuar y habría querido dar a aquellos labios mi licuado corazón para quitarle
la sed, pero tuve el dolor de verme rechazada.
Oh cruz cruel, sí, pero santa, porque has sido divinizada y santificada
por el contacto de mi Hijo. Aquella
crueldad que usaste con Él, cámbiala en compasión hacia los miserables mortales,
y por las penas que Él ha sufrido sobre ti, obtén gracia y fuerza a las almas
sufrientes, para que ninguna se pierda por causa de tribulaciones y
cruces. Demasiado me cuestan las almas,
me cuestan la Vida
de un Hijo Dios; y Yo, como Corredentora y Madre las confío a ti, oh cruz.”
Y besándola
y volviéndola a besar te alejas. Pobre
Mamá, cuánto te compadezco, a cada paso y encuentro surgen nuevos dolores, que
haciendo más grande su inmensidad y volviéndose más amargas sus oleadas, te
inundan, te ahogan, y a cada instante te sientes morir.
Otros pasos
más y llegas al punto donde esta mañana lo encontraste bajo el peso enorme de
la cruz, agotado, chorreando sangre, con un manojo de espinas en la cabeza, las
cuales, golpeando en la cruz penetraban más adentro y en cada golpe le daban
dolores de muerte. La mirada de Jesús,
cruzándose con la tuya buscaba piedad, y los soldados para quitar este alivio a
Jesús y a Ti, lo empujaron y lo hicieron caer, haciéndole derramar nueva
sangre; ahora Tú ves el terreno empapado con ella, y arrojándote a tierra te
oigo decir mientras besas aquella sangre:
“Ángeles míos, venid a hacer guardia a esta sangre, a fin de que ninguna
gota sea pisoteada y profanada.”
Mamá
doliente, déjame que te de la mano para levantarte y sostenerte, porque te veo
agonizar sobre la sangre de Jesús. Pero
nuevos dolores encuentras conforme caminas, por todas partes ves huellas de
sangre y recuerdos del dolor de Jesús.
Por eso apresuras el paso y te encierras en el cenáculo. También yo me encierro en el cenáculo, pero
mi cenáculo es el corazón santísimo de Jesús; y de dentro de su corazón quiero
venir sobre tus rodillas maternas para hacerte compañía en esta hora de amarga
desolación. No resiste mi corazón dejarte
sola en tanto dolor. Desolada Mamá, mira
a la pequeña hija tuya, soy demasiado pequeña, y por mi sola ni puedo ni quiero
vivir; ponme sobre tus rodillas y estréchame entre tus brazos maternos, hazme
de Mamá, tengo necesidad de guía, de ayuda, de sostén, mira mi pobreza y sobre
mis llagas derrama una lágrima tuya, y cuando me veas distraída estréchame a tu
corazón materno, y vuelve a llamar en mí la Vida de Jesús.
Pero mientras te ruego me veo obligada a detenerme para poner atención a
tus acerbos dolores, y me siento traspasar al ver que conforme mueves la cabeza
sientes que te penetran más adentro las espinas que has tomado de Jesús, con
los pinchazos de todos nuestros pecados de pensamiento, que penetrándote hasta
en los ojos te hacen derramar lágrimas mezcladas con sangre, y mientras lloras,
teniendo en tus ojos la vista de Jesús pasan ante tu vista todas las ofensas de
las criaturas. Cómo quedas amargada por
esto, cómo comprendes lo que Jesús ha sufrido, teniendo en Ti sus mismas penas. Pero un dolor no espera al otro, y poniendo
atención en tus oídos te sientes aturdir por el eco de las voces de las
criaturas, y según cada especie de voces ofensivas de criaturas, penetrando por
los oídos al corazón, te lo traspasan, y repites el estribillo: “¡Hijo, cuánto has sufrido!”
Desolada
Mamá, cuánto te compadezco, permíteme que te limpie el rostro bañado en
lágrimas y sangre, pero me siento retroceder al verlo amoratado, irreconocible
y pálido, con una palidez mortal, ah, comprendo, son los malos tratos dados a
Jesús que has tomado sobre Ti y que te hacen tanto sufrir, tanto, que moviendo
tus labios para rezar o para dejar escapar suspiros de tu inflamado pecho,
siento tu aliento amargo y tus labios quemados por la sed de Jesús.
Pobre Mamá
mía, cuanto te compadezco, tus dolores van creciendo siempre más, y parece que
se den la mano entre ellos, y tomando tus manos en las mías, las veo
traspasadas por clavos, y es en estas mismas manos que sientes el dolor al ver
los homicidios, las traiciones, los sacrilegios y todas las obras malas, que
repiten los golpes, agrandando las llagas y exacerbándolas cada vez más. Cuánto te compadezco, Tú eres la verdadera
Mamá crucificada, tanto, que ni siquiera los pies quedan sin clavos; es más, no
sólo te los sientes clavar, sino también arrancar por tantos pasos inicuos y
por las almas que se van al infierno, y Tú corres a su lado a fin de que no
caigan en las llamas infernales, pero aún no es todo, crucificada Mamá, todas
tus penas, reuniéndose juntas, hacen eco en el corazón y te lo traspasan, no
con siete espadas sino con miles y miles de espadas; mucho más que teniendo en
Ti el corazón divino de Jesús, que contiene todos los corazones y envuelve en
su latido los latidos de todos, y ese latido divino conforme late así va
diciendo: “Almas, Amor.” Y Tú, al latido que dice almas, te sientes
correr en tus latidos todos los pecados y te sientes dar muerte, y en el latido
que dice amor, te sientes dar vida; así que Tú estás en continua actitud de
muerte y de vida. Mamá crucificada,
cuanto compadezco tus dolores, son inenarrables; quisiera cambiar mi ser en
lenguas, en voz, para compadecerte, pero ante tantos dolores son nada mis
compadecimientos; por eso llamo a los ángeles, a la Trinidad Sacrosanta,
y les ruego que pongan en torno a Ti sus armonías, sus contentos, su belleza,
para endulzar y compadecer tus intensos dolores, que te sostengan entre sus
brazos y que te cambien en amor todas tus penas.
Y ahora
desolada Mamá, un gracias a nombre de todos por todo lo que has sufrido, y te
ruego por esta tu amarga desolación, que me vengas a asistir en el punto de mi
muerte, cuando mi pobre alma se encuentre sola, abandonada por todos, en medio
de mil angustias y temores; ven Tú entonces a devolverme la compañía que tantas
veces te he hecho en mi vida, ven a asistirme, ponte a mi lado y ahuyenta al
enemigo, lava mi alma con tus lágrimas, cúbreme con la sangre de Jesús, vísteme
con sus méritos, embelléceme con tus dolores y con todas las penas y las obras
de Jesús; y en virtud de las penas de Jesús y de tus dolores, haz desaparecer
todos mis pecados, dándome el total perdón, y expirando mi alma recíbeme entre
tus brazos, ponme bajo tu manto, escóndeme de la mirada del enemigo y llévame
al Cielo y ponme en los brazos de Jesús.
¡Quedamos en esto, amada Mamá mía!
Y ahora te
ruego que des a todos los moribundos la compañía que te he hecho hoy, a todos
hazles de Mamá, son momentos extremos y se necesitan grandes ayudas, por eso no
niegues a ninguno tu oficio materno. Una
última palabra: “Mientras te dejo, te
ruego que me encierres en el corazón santísimo de Jesús, y Tú doliente Mamá
mía, hazme de centinela a fin de que Jesús no me ponga fuera de su corazón, y
que yo, aunque lo quisiera, no me pueda salir.
Por eso te beso tu mano materna y bendíceme.
AMEN
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